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Cybertario

Escribe Gerardo Sotelo

Opinión | El cierre de Fleischmann y otras empresas: entre mitos y levaduras

Fiel a uno de los más acendrados mitos económicos, Topolansky llamó a comprar productos "que den trabajo a los uruguayos".

22.02.2019 11:38

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2019-02-22T11:38:00-03:00
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Por Gerardo Sotelo

La vicepresidenta Lucía Topolansky se solidarizó con los trabajadores de Fleischmann por la forma sorpresiva en que la empresa anunció el cierre de su producción en Uruguay.

Fiel a uno de los más acendrados mitos económicos, Topolansky llamó a comprar productos "que den trabajo a los uruguayos". Pocos días después, el presidente Vázquez respondía a la requisitoria de los periodistas sobre la seguidilla de empresas que han cerrado, afirmando que ese proceso refleja "la evolución natural" de cualquier país. Dos concepciones económicas separadas por un océano, en boca de las máximas jerarquías de gobierno.

Genera tranquilidad que el presidente Vázquez haya expresado de forma tan contundente lo que en economía se conoce como "destrucción creativa", un mecanismo por el cual las unidades productivas más eficientes, que responden mejor a la demanda, sustituyen a las obsoletas. Se ha calculado que, en un plazo lo suficientemente prolongado, la destrucción creativa es responsable de al menos el 50 por ciento del crecimiento de la productividad.

No es que el concepto sea nuevo (fue formulado por primera vez hace más de sesenta años por el austriaco Joseph Schumpeter) sino que, si alguien hubiera osado validar el enunciado de Schumpeter en el seno del Frente Amplio en los años 90, habría sido expulsado al instante, acusado de neoliberal y proimperialista. En cambio, la idea de Topolansky de que hay un "trabajo uruguayo" y otro que, ocupando a personas nacidas o afincadas en el país, no lo sería, refleja un tipo de ignorancia que suele anidar en cabezas colonizadas por doctrinas ilusorias, que un siglo atrás, crecían como la levadura de Fleischmann.

La idea de atornillar las decisiones económicas con causas morales, aparentemente más nobles, termina generando el efecto contrario al que se propone: destruye riqueza y, al cabo de un tiempo, también empleo. En cambio, cuando compramos aquello que nos resulta más barato o más satisfactorio en la relación calidad/precio, damos al mercado la señal de que producir eficientemente tiene su premio, y al mismo tiempo, liberamos parte de nuestros recursos para comprar otras cosas. Eventualmente producidas por connacionales.

Pero el mito tiene otras externalidades negativas. Por lo pronto, no podría convertirse en una ley universal, como pretendería la ética kantiana. ¿Qué pasaría si alguien, en alguno de los países que reciben "trabajo uruguayo" en forma de importación, decidiera aplicar la misma medida? Más aún, ¿por qué los consumidores de Paysandú o Montevideo no podrían hacer lo mismo, prefiriendo el consumo de los productos que generan "trabajo sanducero" o montevideano, sobre los de otros departamentos?

Pero tranquilos, que tenemos a un presidente capaz de anotar, con la resignación de quien dice una verdad grande como una catedral, que los cierres de empresas, desde los frigoríficos del Cerro hasta la fábrica de jabones Bao, son la consecuencia de que, mientras unas empresas "terminan su vida útil y cierran... hay otras que vienen".

Una ley del capitalismo (o sea, la levadura de la realidad) expresada por Vázquez con una claridad que ni Schumpeter. Como dicen en España, ¡tócate las narices!