Por Juan Martín Posadas
La historia y la izquierda

Más allá de quien resulte el eventual ganador en las próximas elecciones nacionales, el crecimiento sostenido del Frente Amplio hasta convertirse en el partido político más caudaloso es un fenómeno suficientemente importante y llamativo como para motivar la curiosidad intelectual en el análisis y la búsqueda de causas y consecuencias.

Unos cuantos artículos de los últimos números de dosmil30 han versado sobre este asunto. Con algunos concuerdo, con otros no. En lo que sigue pretendo comentar el trabajo de A. Garcé titulado ''La era progresista'' con el cual tengo numerosos coincidencias, agregando algunos elementos que el autor no tuvo en cuenta y que también son, a mi parecer, importantes.

Garcé señala como primera causa de lo que él llama inminente victoria de la izquierda, a la tremenda debacle de la economía uruguaya entre 1999 y 2003 (sic). Creo que en esta afirmación se cuela un desajuste cronológico, inducido por haberse dejado impresionar por el eventual triunfo electoral del Frente en las próximas elecciones, en desmedro de algo que no es hipotético sino muy cierto y, a la vez, anterior; me refiero al consistente crecimiento del Frente Amplio en los últimos quince años. Si el crecimiento electoral del Frente es anterior a lo que Garcé llama la debacle económica -y efectivamente lo es- hay que buscar sus causas y explicaciones por otro lado.

El mismo Garcé advierte esto y más adelante en su trabajo encamina su reflexión hacia otro terreno, señalando que ''el incremento del caudal electoral de la izquierda está estrechamente relacionado a un acierto estratégico decisivo: 'a la uruguaya', discreta y parsimoniosamente logró transformar en profundidad sus apuestas programáticas''. Nadie pone en duda que la parsimonia sea una condición de los uruguayos, pero la transformación que sufrió el Frente Amplio en los últimos años fue muy uruguaya no por parsimoniosa sino por otras razones a las que me referiré más adelante.


EL BATLLISMO Y EL MURO DE BERLIN
El aspecto más novedoso del análisis de Garcé sobreviene sobre el final de su escrito cuando afirma que ''el éxito electoral de la izquierda durante los últimos veinte años no puede separarse de algunos aciertos y méritos de los partidos tradicionales en tanto gobernantes''. Este enfoque -que parece paradójico y quizás sea tildado de rebuscado por quienes tienen un modelo estereotipado de victoria de la izquierda- abre una picada importante hacia la comprensión del fenómeno.

Es sabido que el Partido Colorado y el Partido Nacional, en sus respectivos períodos de gobierno, con matices pero con claridad, impulsaron la apertura de la economía, liberalizaron viejas reglamentaciones, suprimieron trabas y proteccionismos, terminaron con la política monetaria anterior, redujeron la inflación, introdujeron el Mercosur, cambiaron la filosofía y el financiamiento de la Previsión Social y otras medidas por el estilo. Todo esto, que generó para el país un crecimiento económico del 3% anual acumulado durante quince años, desde la salida de la dictadura para delante, fue a contrapelo de lo que Garcé llama ''la matriz cultural estatista que predomina entre los uruguayos''.

Una aproximación histórica abarcando grandes períodos, lejos de apartarnos de la pregunta puntual que nos ocupa (el crecimiento vertiginoso del Frente Amplio), nos ayudará a esclarecer lo que ha sucedido y sus causas. Este intento no será fácil porque los uruguayos tenemos una notoria mala relación con la historia. De esa mala relación proviene, entre otras cosas, la singular confusión que nos aqueja en cuanto a los conceptos de pasado y futuro; esperamos del pasado lo que deberíamos procurar en el futuro y buscamos el futuro revolviendo entre las reliquias y los legados. En 1999, para Cuadernos de Marcha, hice una aproximación al tema. Aquel escrito de cinco años atrás contenía los conceptos que paso a sintetizar y que -espero que el lector coincida- lucen como pertinentes.

Debe advertirse que la memoria colectiva de los pueblos construye una historia no sólo para recuperar objetivamente su pasado sino, más que nada, para explicarse subjetivamente su presente. Sucede que, para muchos uruguayos, el presente resulta incomprensible o escandaloso a la luz de la historia, es decir, a la luz del relato nacional más aceptado y tradicional. Hay una tendencia a juzgar severamente al presente porque se lo considera inferior (o una traición) a esa construcción fantástica que hemos elaborado de nuestro pasado.

Resulta, a mi modo de ver, interesante analizar de qué modo se entrelazan, en esta clave de lectura, el Uruguay post-batllista (y post-dictadura) con la izquierda post-muro de Berlín. Históricamente nada tienen que ver las causas por las que quedaron atrás esas dos realidades, una mundial y otra uruguaya, pero resulta aleccionador estudiar la convergencia que vino a darse entre ambas en lo que refiere al Uruguay de hoy.

Como se sabe, el Uruguay moderno fue estructurado política, social y económicamente sobre el modelo del primer batllismo y según su fuerte impronta. Según G. Caetano, se ha constituido un?imaginario integrador en la percepción que los uruguayos tienen de esa etapa de la vida nacional. Con el paso del tiempo, más el peso de sus propias limitaciones, sumada a la perversión sobreviniente de algunas de sus virtudes, ese modelo fue sufriendo un doble y simultaneo proceso de mutación. Por un lado, un proceso de desintegración y decadencia, y por otro lado, un proceso igualmente fuerte de mistificación. Ese es el terreno sobre el cual el Uruguay de hoy se debate consigo mismo.

El dilema de un país desorientado ante la pérdida del paradigma que fue sustentador de sus certezas, asiento de su prosperidad pasada y estructurador de su vida cívica no ha desaparecido y bulle difuminado en el interior de todos los partidos políticos, en las organizaciones sociales, en las expresiones culturales y en el subconsciente de muchísimos ciudadanos. La sociedad uruguaya entera está tironeada por este dilema. No se trata, como alguien ha dicho en alguna oportunidad, de una división propiamente ideológica sino de una ambigüedad ante la historia y el proyecto, vinculada al relato nacional fabulado.


COSAS URUGUAYAS
Quiero poner énfasis, a esta altura del razonamiento, en la naturaleza difusa que adquirió el malestar uruguayo ante la pérdida de los últimos vestigios del referente mítico. No se trata de una nostalgia anidada en los ciudadanos de origen colorado, en la medida en que podría suponerse que allí, en el espacio político con pretensiones de propietario histórico de la figura de Batlle y Ordoñez, la pérdida pudiera sentirse como propia y exclusiva. El fenómeno afectó y afecta a todo el Uruguay.

Sucede que, con el correr del tiempo, en aquella nostalgia que se había difuminado, como se ha dicho, en todo el tejido de la sociedad uruguaya, se fue formando un coagulo que se localizó en el sector hegemónico de la izquierda. Uno de los polos de ese gran dilema nacional que andaba disperso por todos los estamentos de la sociedad se ha condensado en una ubicación institucional y partidaria, el Frente Amplio, y ha encontrado un caudillo que lo conduzca: el Dr.Vázquez.

La izquierda uruguaya (como la de cualquier otra parte del mundo) no puede sustentarse, después de la caída del muro de Berlín, en un discurso inspirado por el marxismo ni puede seguir proponiendo un modelo de esas características para el Uruguay. Pero, a diferencia de lo que sucede en otras latitudes donde la izquierda enfrenta serios problemas de reciclaje derivados del desvanecimiento de sus sustentos ideológicos, la izquierda uruguaya ha encontrado una reubicación fácil de ejecutar y sin complicaciones para ser entendida.

El Frente Amplio abandonó el terreno de sus definiciones ideológicas y se desplazó a un plano histórico donde ha pasado a constituirse (u ofrecerse) como representante político-afectivo para una cantidad importante de uruguayos angustiados y perplejos por su historia reciente. Esta fuerza política dio hospedaje a la desazón histórica uruguaya y se transformó a sí misma al institucionalizar ese proceso de acogida.

La izquierda uruguaya ha podido sustraerse a la urgencia de reformular las averiadas bases de su discurso político porque ha abandonado el plano ideológico y se ha deslizado al plano histórico, pasando a ocupar allí un lugar importante en el dilema que el Uruguay mantiene respecto a cómo leer su pasado y su futuro. La resistencia rotunda del Frente Amplio a todas las propuestas de innovación que han aparecido(seguridad social, enseñanza, marco energético, Universidad, ANCAP, reforma electoral, etc) lo convierte en representante institucionalizado de una cantidad numéricamente importante de uruguayos angustiados por el dilema nacional y les ofrece cobijo.

Esto constituye el cambio más colosal y, a la vez, más suave que imaginarse pueda en una corriente política. Buena parte del fenomenal crecimiento electoral del Frente Amplio en los últimos años se debe a este desplazamiento hacia lo histórico. No se trata de un fenómeno de conversión ideológica ni del descubrimiento súbito (y tardío) de un atractivo especial en las propuestas típicamente de izquierda lo que ha atraído a los nuevos contingentes de simpatizantes al seno del Frente Amplio sino la oferta de un lugar institucional de refugio para las incertidumbres creadas por un presente que desacraliza y desestima los postulados del viejo paradigma sustentador y pasa a convocar a otro tipo de proyectos.

A continuación, y para terminar, voy a transcribir literalmente el último párrafo de mi artículo de 1999 en Cuadernos de Marcha: creo que es una forma adecuada de redondear estos comentarios al interesante artículo de A.Garcé. ''En virtud de lo expuesto más arriba parece claro que el Frente Amplio ha desaparecido como propuesta pero se ha consolidado (y mucho) como respuesta. No digo respuesta ideológica sino respuesta a una situación histórica. Por consiguiente, tratar de controvertir los planteos frentistas en el plano doctrinal es no entender la realidad: ni la realidad del Frente Amplio de hoy, ni la realidad del Uruguay de hoy. Se está ante un fenómeno que tiene una explicación histórica en las cosas que le han pasado al país en los últimos cuarenta o cincuenta años, desde que comenzó el ocaso del imaginario batllista hasta ahora. No terminamos de convencernos que en el Uruguay pasan cosas uruguayas''.


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