Unos cuantos artículos de los últimos números de dosmil30
han versado sobre este asunto. Con algunos concuerdo, con otros no. En lo que
sigue pretendo comentar el trabajo de A. Garcé titulado ''La era progresista''
con el cual tengo numerosos coincidencias, agregando algunos elementos que el
autor no tuvo en cuenta y que también son, a mi parecer, importantes.
Garcé señala como primera causa de lo que él llama inminente
victoria de la izquierda, a la tremenda debacle de la economía uruguaya
entre 1999 y 2003 (sic). Creo que en esta afirmación se cuela un desajuste
cronológico, inducido por haberse dejado impresionar por el eventual
triunfo electoral del Frente en las próximas elecciones, en desmedro
de algo que no es hipotético sino muy cierto y, a la vez, anterior; me
refiero al consistente crecimiento del Frente Amplio en los últimos quince
años. Si el crecimiento electoral del Frente es anterior a lo que Garcé
llama la debacle económica -y efectivamente lo es- hay que buscar sus
causas y explicaciones por otro lado.
El mismo Garcé advierte esto y más adelante en su trabajo encamina
su reflexión hacia otro terreno, señalando que ''el incremento
del caudal electoral de la izquierda está estrechamente relacionado a
un acierto estratégico decisivo: 'a la uruguaya', discreta
y parsimoniosamente logró transformar en profundidad sus apuestas programáticas''.
Nadie pone en duda que la parsimonia sea una condición de los uruguayos,
pero la transformación que sufrió el Frente Amplio en los últimos
años fue muy uruguaya no por parsimoniosa sino por otras razones a las
que me referiré más adelante.
EL BATLLISMO Y EL MURO DE BERLIN
El aspecto más novedoso del análisis de Garcé sobreviene
sobre el final de su escrito cuando afirma que ''el éxito electoral
de la izquierda durante los últimos veinte años no puede separarse
de algunos aciertos y méritos de los partidos tradicionales en tanto
gobernantes''. Este enfoque -que parece paradójico y quizás
sea tildado de rebuscado por quienes tienen un modelo estereotipado de victoria
de la izquierda- abre una picada importante hacia la comprensión del
fenómeno.
Es sabido que el Partido Colorado y el Partido Nacional, en sus respectivos
períodos de gobierno, con matices pero con claridad, impulsaron la apertura
de la economía, liberalizaron viejas reglamentaciones, suprimieron trabas
y proteccionismos, terminaron con la política monetaria anterior, redujeron
la inflación, introdujeron el Mercosur, cambiaron la filosofía
y el financiamiento de la Previsión Social y otras medidas por el estilo.
Todo esto, que generó para el país un crecimiento económico
del 3% anual acumulado durante quince años, desde la salida de la dictadura
para delante, fue a contrapelo de lo que Garcé llama ''la matriz
cultural estatista que predomina entre los uruguayos''.
Una aproximación histórica abarcando grandes períodos,
lejos de apartarnos de la pregunta puntual que nos ocupa (el crecimiento vertiginoso
del Frente Amplio), nos ayudará a esclarecer lo que ha sucedido y sus
causas. Este intento no será fácil porque los uruguayos tenemos
una notoria mala relación con la historia. De esa mala relación
proviene, entre otras cosas, la singular confusión que nos aqueja en
cuanto a los conceptos de pasado y futuro; esperamos del pasado lo que deberíamos
procurar en el futuro y buscamos el futuro revolviendo entre las reliquias y
los legados. En 1999, para Cuadernos de Marcha, hice una aproximación
al tema. Aquel escrito de cinco años atrás contenía los
conceptos que paso a sintetizar y que -espero que el lector coincida- lucen
como pertinentes.
Debe advertirse que la memoria colectiva de los pueblos construye una historia
no sólo para recuperar objetivamente su pasado sino, más que nada,
para explicarse subjetivamente su presente. Sucede que, para muchos uruguayos,
el presente resulta incomprensible o escandaloso a la luz de la historia, es
decir, a la luz del relato nacional más aceptado y tradicional. Hay una
tendencia a juzgar severamente al presente porque se lo considera inferior (o
una traición) a esa construcción fantástica que hemos elaborado
de nuestro pasado.
Resulta, a mi modo de ver, interesante analizar de qué modo se entrelazan,
en esta clave de lectura, el Uruguay post-batllista (y post-dictadura) con la
izquierda post-muro de Berlín. Históricamente nada tienen que
ver las causas por las que quedaron atrás esas dos realidades, una mundial
y otra uruguaya, pero resulta aleccionador estudiar la convergencia que vino
a darse entre ambas en lo que refiere al Uruguay de hoy.
Como se sabe, el Uruguay moderno fue estructurado política, social y
económicamente sobre el modelo del primer batllismo y según su
fuerte impronta. Según G. Caetano, se ha constituido un?imaginario integrador
en la percepción que los uruguayos tienen de esa etapa de la vida nacional.
Con el paso del tiempo, más el peso de sus propias limitaciones, sumada
a la perversión sobreviniente de algunas de sus virtudes, ese modelo
fue sufriendo un doble y simultaneo proceso de mutación. Por un lado,
un proceso de desintegración y decadencia, y por otro lado, un proceso
igualmente fuerte de mistificación. Ese es el terreno sobre el cual el
Uruguay de hoy se debate consigo mismo.
El dilema de un país desorientado ante la pérdida del paradigma
que fue sustentador de sus certezas, asiento de su prosperidad pasada y estructurador
de su vida cívica no ha desaparecido y bulle difuminado en el interior
de todos los partidos políticos, en las organizaciones sociales, en las
expresiones culturales y en el subconsciente de muchísimos ciudadanos.
La sociedad uruguaya entera está tironeada por este dilema. No se trata,
como alguien ha dicho en alguna oportunidad, de una división propiamente
ideológica sino de una ambigüedad ante la historia y el proyecto,
vinculada al relato nacional fabulado.
COSAS URUGUAYAS
Quiero poner énfasis, a esta altura del razonamiento, en la naturaleza
difusa que adquirió el malestar uruguayo ante la pérdida de los
últimos vestigios del referente mítico. No se trata de una nostalgia
anidada en los ciudadanos de origen colorado, en la medida en que podría
suponerse que allí, en el espacio político con pretensiones de
propietario histórico de la figura de Batlle y Ordoñez, la pérdida
pudiera sentirse como propia y exclusiva. El fenómeno afectó y
afecta a todo el Uruguay.
Sucede que, con el correr del tiempo, en aquella nostalgia que se había
difuminado, como se ha dicho, en todo el tejido de la sociedad uruguaya, se
fue formando un coagulo que se localizó en el sector hegemónico
de la izquierda. Uno de los polos de ese gran dilema nacional que andaba disperso
por todos los estamentos de la sociedad se ha condensado en una ubicación
institucional y partidaria, el Frente Amplio, y ha encontrado un caudillo que
lo conduzca: el Dr.Vázquez.
La izquierda uruguaya (como la de cualquier otra parte del mundo) no puede
sustentarse, después de la caída del muro de Berlín, en
un discurso inspirado por el marxismo ni puede seguir proponiendo un modelo
de esas características para el Uruguay. Pero, a diferencia de lo que
sucede en otras latitudes donde la izquierda enfrenta serios problemas de reciclaje
derivados del desvanecimiento de sus sustentos ideológicos, la izquierda
uruguaya ha encontrado una reubicación fácil de ejecutar y sin
complicaciones para ser entendida.
El Frente Amplio abandonó el terreno de sus definiciones ideológicas
y se desplazó a un plano histórico donde ha pasado a constituirse
(u ofrecerse) como representante político-afectivo para una cantidad
importante de uruguayos angustiados y perplejos por su historia reciente. Esta
fuerza política dio hospedaje a la desazón histórica uruguaya
y se transformó a sí misma al institucionalizar ese proceso de
acogida.
La izquierda uruguaya ha podido sustraerse a la urgencia de reformular las
averiadas bases de su discurso político porque ha abandonado el plano
ideológico y se ha deslizado al plano histórico, pasando a ocupar
allí un lugar importante en el dilema que el Uruguay mantiene respecto
a cómo leer su pasado y su futuro. La resistencia rotunda del Frente
Amplio a todas las propuestas de innovación que han aparecido(seguridad
social, enseñanza, marco energético, Universidad, ANCAP, reforma
electoral, etc) lo convierte en representante institucionalizado de una cantidad
numéricamente importante de uruguayos angustiados por el dilema nacional
y les ofrece cobijo.
Esto constituye el cambio más colosal y, a la vez, más suave
que imaginarse pueda en una corriente política. Buena parte del fenomenal
crecimiento electoral del Frente Amplio en los últimos años se
debe a este desplazamiento hacia lo histórico. No se trata de un fenómeno
de conversión ideológica ni del descubrimiento súbito (y
tardío) de un atractivo especial en las propuestas típicamente
de izquierda lo que ha atraído a los nuevos contingentes de simpatizantes
al seno del Frente Amplio sino la oferta de un lugar institucional de refugio
para las incertidumbres creadas por un presente que desacraliza y desestima
los postulados del viejo paradigma sustentador y pasa a convocar a otro tipo
de proyectos.
A continuación, y para terminar, voy a transcribir literalmente el último
párrafo de mi artículo de 1999 en Cuadernos de Marcha: creo que
es una forma adecuada de redondear estos comentarios al interesante artículo
de A.Garcé. ''En virtud de lo expuesto más arriba parece claro
que el Frente Amplio ha desaparecido como propuesta pero se ha consolidado (y
mucho) como respuesta. No digo respuesta ideológica sino respuesta a
una situación histórica. Por consiguiente, tratar de controvertir
los planteos frentistas en el plano doctrinal es no entender la realidad: ni
la realidad del Frente Amplio de hoy, ni la realidad del Uruguay de hoy. Se
está ante un fenómeno que tiene una explicación histórica
en las cosas que le han pasado al país en los últimos cuarenta
o cincuenta años, desde que comenzó el ocaso del imaginario batllista
hasta ahora. No terminamos de convencernos que en el Uruguay pasan cosas uruguayas''. |