Por Isabel Viana
Un país a-territorial (parte I)

El hombre individuo y sociedad - vive en territorios definidos. A ellos se adapta, desarrollando cultura y tecnología para aprovechar sus recursos. Su calidad de vida ha sido función de la inteligencia aplicada a utilizarlos mejor y a sortear las dificultades y los riesgos inherentes a cada sitio específico.

El conocimiento, tanto de las fortalezas y oportunidades que el territorio brinda, como de los desafíos y amenazas que le son inherentes, es primer paso para obtener esa calidad de vida. Cada cultura ha desarrollado estrategias y tecnologías específicas para el uso de los recursos territoriales disponibles.

La presente cultura globalizada concibe a la sociedad humana como un sólo cuerpo que vive la totalidad de la superficie del planeta. No es igualitaria, integrada, ni equitativa. Los recursos se extraen allí donde las condiciones territoriales permiten optimizar beneficios, dejando de lado explotaciones de menor rendimiento. Industria, prestaciones de servicios y consumo aumentan su eficiencia con la concentración de factores: la cultura global tiende a que gente y productos se encuentren en los grandes espacios metropolitanos.

Como consecuencia, en el mundo de hoy, hay inmensos flujos de materia (objetos, gente) y energía, que transitan por redes (terrestres, aéreas, marítimas) hacia los nodos metropolitanos. Otras zonas pierden población y roles productivos y se sub-usan en ellas los capitales previamente instalados.
La información, fluyendo y comunicando en tiempo real al planeta entero, comanda y manipula las decisiones individuales y colectivas.


ORDEN Y DESORDEN TERRITORIAL
Todos ejercemos nuestra capacidad de ''ordenar'' nuestros ''territorios''.
Enfrentados a la necesidad de usar un espacio, sabemos disponer de una forma eficaz los equipamientos. No se equipa ni se ordena igual un dormitorio que una sala de trabajo, un espacio para usarlo como salón de baile que el mismo espacio para una reunión política o una competencia deportiva. Hasta el más ''desordenado'' de los adolescentes dispone sus bienes en el espacio según un cierto orden que él encuentra eficaz.

El orden es la adecuación entre el uso que queremos hacer de un espacio y la manera en que lo disponemos para usarlo. La percepción de ''ordenado'' implica haber obtenido la organización más adecuada posible, en función de los recursos disponibles. El orden no significa equilibrio ni equidad, es la condición de adecuación de un espacio a la consecución de metas definidas.

El territorio nacional está desordenado: la base natural recibe las externalidades de implantaciones urbanas no debidamente resueltas (aguas servidas, residuos sólidos); hay capital social subusado, visible en estructuras obsoletas o simplemente abandonadas, como los puertos fluviales, los ferrocarriles o los pueblos en proceso de borramiento; soporta intervenciones aisladas y frecuentemente negativas, no evaluadas ni coordinadas para la generación de sinergias con el pasado y hacia el futuro (un sólo ejemplo que no requiere comentarios: obras como el Canal Andreoni y la represa de India Muerta en Rocha).

El desorden se gesta en la falta de coherencia entre las estructuras territoriales (naturales y construidas), los sistemas de poder y de valores y la falta de los cambios que permitan la construcción de un futuro (posible, sustentable, integrado, equitativo) al que no se mira: el debate se centra en el rescate imposible del pasado o en la conservación de sus huellas institucionales y físicas.

O lo que no es idéntico, el desorden proviene de la falta de un proyecto contemporáneo de país, sostenido por sus recursos territoriales y por una sociedad integrada, que ocupe la plenitud del espacio nacional y que requiera y justifique la modificación del orden extractivo que creó y gestionó el capital inglés en el siglo XIX.

El texto del Art. 1° de la Constitución dice: ''La República Oriental del Uruguay es la asociación política de todos los habitantes comprendidos dentro de su territorio''. No hace falta ninguna lectura sofisticada para comprender que esa definición explicita que para conformar un estado es necesaria la presencia de una población asentada en un territorio y mecanismos de poder que instrumenten la convivencia.

Sin embargo, el país vive y ha vivido de espaldas a su territorio, un ''afuera'' real. Historia y cotidianeidad se han construido sin conciencia de la necesidad de conocer y administrar debidamente los recursos territoriales. La gestión territorial coherente no aparece como tema de debate y con mucha frecuencia aplicamos las riquezas que genera el territorio a inversiones que le son ajenas y frecuentemente no reproductivas.

Conocemos muy poco acerca de cuales son nuestros recursos territoriales y menos aún acerca de su capacidad para sostener procesos de desarrollo alternativos. País cultural y tecnológicamente dependiente de formas y productos ajenos, no asumimos el desafío de la creatividad para elaborar las adaptaciones imprescindibles de otras culturas a nuestra realidad.


ORIGEN: UN PAÍS PARA UN TERRITORIO
Nuestra República nació a la vida independiente como respuesta estratégica al apetito que generaban algunos aspectos de nuestra realidad territorial entre fuerzas externas en pugna. El dominio de las tierras al noreste del Río de la Plata motivó el enfrentamiento entre el novel Brasil y las Provincias Unidas / Argentina. Inglaterra, mediadora formal en el proceso, actuó con la transparente meta de asegurarse el libre paso por los ríos que permitían el acceso al corazón de América.

En la Convención Preliminar de Paz, (Río de Janeiro, 1828), se nos otorga la independencia: ''Su Majestad, el Emperador de Brasil declara la Provincia de Montevideo, hoy llamada Cisplatina, separada del territorio del Imperio de Brasil, para que pueda constituirse en estado libre e independiente...''. El Gobierno de la República de las Provincias Unidas concuerda con lo expresado en el Art. 2º. El Art. 18 deja constancia del rol de Inglaterra: si las fuerzas no concordaran a futuro, ''...a pesar de la mediación de su Majestad Británica...''

Ese pacto preliminar fue concebido como una tregua en la disputa territorial por el territorio que hoy ocupa nuestro país, que se inició con el descubrimiento y prosiguió después de la independencia. La Convención Preliminar de Paz instaló un nuevo estado cuyos límites territoriales no estaban definidos. Fue, sin embargo precisa en consagrar la pérdida definitiva por parte del nuevo estado del territorio de las Misiones Orientales.

El interés portugués/brasileño por extender sus dominios hasta el Plata al que consideraron su límite natural se inició con la fundación de la Colonia del Sacramento (1680). España y las Provincias Unidas / Argentina, mantuvieron obstinadamente el interés por recuperar el dominio o por ejercer la mayor influencia posible sobre los destinos uruguayos. Montevideo se fundó (1724) como una expresión de esa contienda.

Después de la independencia, durante las guerras del siglo XIX en la región se luchó por la posesión de ciertos puntos clave del territorio. El dominio de los grandes ríos, sus confluencias y puertos naturales implicaba la potestad de administrar los flujos materiales del capitalismo industrial, en plena expansión en busca de materias primas y mercados. En nuestro caso, lo que estaba en juego era nada menos que el dominio del Río de la Plata, acceso al corazón de América. La creación de un estado pequeño, supervisado, sin fronteras definidas, aseguró el libre tránsito por las vías fluviales.

La implantación geográfica y geopolítica de nuestro país sigue siendo un alto valor cuya adecuada gestión puede resultar en una mejor articulación de la realidad nacional con la de la región.


LAS EDADES DEL TERRITORIO URUGUAYO
A lo largo de nuestra historia, el territorio funcionó de maneras diversas, en procesos acumulativos y superpuestos: el territorio no intervenido, el territorio bajo administración hispana y el organizado por el capitalismo industrial que dominó nuestra economía. Hoy retiene, sin cuestionarlo, un orden físico obsoleto, agravado por la sobreimposición de una maraña de bordes administrativos no coherente con la geografía.

La primera edad de nuestro orden territorial fue la de la naturaleza. El territorio en el que el hombre es sólo una más de las especies que lo habitan es armonioso: la naturaleza es ordenada. El ciclo del agua modela y define los paisajes, sostiene la vida y provee los vínculos entre los distintos componentes del sistema. La red hidrográfica une y separa y es el gran estructurante territorial.

La primera intervención mayor en el territorio nacional fue la introducción de la ganadería: entre otras cosas cambiaron la composición de las praderas, el equilibrio recíproco de las especies y la cultura de los indígenas, transformados en excelentes jinetes y liberados de las limitaciones alimentarias. La reproducción espontánea del ganado transformó un sitio carente de interés económico en la ''vaquería del mar'', ámbito proveedor de vacunos y caballares para poblar las grandes estancias misioneras y entrerrianas y de extracción de cueros para piratas y contrabandistas. Marcamos entonces la emergencia de otro valor de nuestro territorio: su capacidad de sostén de la actividades económicas primarias, sobre todo las vinculadas a la explotación ganadera.

Como consecuencia de la explotación de ese recurso, se generaron las primeras subdivisiones privadas de la tierra. La tierra no tenía dueño, como no tiene hoy dueño el aire, hasta que la corona española ''tomó posesión'' de ella. Fue entonces realenga. Inicialmente careció de interés: no había metales preciosos y los indígenas resultaban indomables para posibles usos agrícolas. El valor agregado por el ganado validó la apropiación privada del suelo. Como el trámite (que debía realizarse en Buenos Aires) era más caro que la tierra en sí, se ''denunciaron'' inmensas suertes de estancia: no valía la pena hacerlo por pequeñas extensiones.

Comenzaron las subdivisiones legales del territorio. A las transferencias al dominio privado siguieron subdivisiones administrativas: la Gobernación de Montevideo, el área dependiente de las Misiones al norte, el área dependiente directamente de Buenos Aires de la cuenca del Río Negro.

La segunda edad fue la del desarrollo de la estructura extractiva de los siglos XVI y XVII: indios, gauchos, arrieros fueron identificando rutas posibles que se transformaron en caminos, ubicando los pasos de los cursos de agua, estableciendo campamentos que se transformaron en poblados en sus proximidades. La vía fluvial y la marítima sostuvieron las vinculaciones externas del sistema. Los poblados aparecieron también como reaseguros de dominio territorial, guarda de puntos estratégicos en los enfrentamientos por el territorio.

La tercera edad adviene con cambios en las formas productivas (de la estancia cimarrona al establecimiento capitalista) y los canales, estructura y naturaleza de los flujos materiales en el territorio. Tropas, carretas y caballos fueron sustituidos por el ferrocarril, como medio fundamental de extracción de los productos hacia frigoríficos y puerto, desde donde barcos, trasladaban cueros y carne (refrigerada) a Europa. Los capitales ingleses controlaron todos los sistemas de transporte y comunicación.

Una gran cantidad de poblados surgió a lo largo de las vías del tren. Su construcción significó una inversión mayor privada y pública. La demarcación y transacciones de compraventa de terrenos, construcción de viviendas e instalación de establecimientos comerciales y en algunos casos industriales, radicaron capitales privados, que se completaron con la construcción, por el Estado o por capitales privados, de redes de infraestructura urbana (vial, de abastecimiento de agua, de energía, de conducción de pluviales, de comunicaciones)

Esos centros poblados servían de nodos de intercambio: desde el campo hacia ellos fluyeron productos del agro, se acopiaron en barracas y corrales locales hasta tener la dimensión requerida por los vagones de ferrocarril. Los trenes cargados convergieron hacia el puerto de Montevideo (o hacia los grandes frigoríficos situados en su proximidad).

Las estaciones-pueblos fueron, a la vez, centros de distribución de mercaderías y de prestación de servicios privados y públicos (escuela, comisaría, servicios médicos, correos, telégrafos, comercio). Un sistema urbano, ligado por eficaces redes de transporte cubrió el país, alojando población ligada a los procesos de producción y comercialización de la producción primaria. Algunos sistemas públicos como la enseñanza primaria (pública y obligatoria) lograron una cobertura territorial prácticamente total.

Un nuevo orden se materializó entonces en el territorio, caracterizado por un uso eficaz del mismo, de acuerdo a los objetivos del poder y a los patrones tecnológicos y culturales vigentes.


LA CONSTRUCCIÓN DEL DESORDEN
La cuarta edad, o cuarta gran transformación funcional de nuestro territorio se produjo como consecuencia de la sustitución progresiva del ferrocarril por el transporte automotor y de las vías férreas por la red vial carretera.

El transporte automotor permitió obviar la escala de las mercaderías (producidas y de abastecimiento) en los centros poblados-estación: la producción se cargó directamente en los establecimientos rurales y fue transportada, sin etapas, a frigoríficos o al puerto. A esos efectos, el Estado construyó una red vial paralela y en competencia con la red ferrocarrilera (que una vez desvalorizada y no mantenida, adquirió a alto precio a los ingleses). El camión llevó directamente los insumos necesarios al medio rural.

La consecuencia esencial de este cambio fue la pérdida casi total de roles y funciones productivos y de interdependencia de los pequeños pueblos respecto a su entorno, transformándolos de estructuras funcionales a su entorno, en enclaves. Este proceso, que se dio durante todo el siglo XX, ha dejado el país sembrado de pueblos dotados de todos los servicios públicos, cuyas única fuente de empleo es, precisamente, la prestación de esos servicios públicos. Hoy, el estancamiento, disminución progresiva y envejecimiento de su población (por emigración de jóvenes), ha llevado a suspender, en algunos, prestaciones esenciales para la construcción de la nacionalidad, como las de enseñanza.

El des-orden territorial que caracteriza el presente responde a la pérdida de funcionalidad de las estructuras construidas (respecto al país necesario) y a la obsolescencia de infraestructuras supérstites.

Se le suma la falta de reconocimiento de los recursos existentes y de su posible rol en la construcción de una alternativa nacional de desarrollo sustentable. A esa situación del hoy, se agrega la falta de propuestas de inserción adecuada de usos futuros.

Son algunos rasgos del territorio contemporáneo:

· Vaciamiento de roles y funciones y subuso de importantes áreas y de los capitales instalados en ellas por la sociedad a lo largo de la historia (centros poblados estancados o en desaparición)
· Concentración de población, oportunidades y de servicios (médicos, bancarios, laborales, etc.) en el Montevideo metropolitano, cuya área de influencia crece en forma permanente. Hoy se extiende hasta el polígono que determinan las ciudades de San José, Florida, Lavalleja y Maldonado y los centros poblados comprendidos en esa área tienden a convertirse en ciudades-dormitorio.
· Desarrollo de cinturones de pobreza en las periferias de los centros poblados en los que se supone aptitud para generar empleo.
· Subuso y vaciamiento de áreas urbanas físicamente consolidadas por empobrecimiento masivo de los sectores medios de la sociedad.
· Transporte ferrocarrilero agonizante.
· Puertos desactivados y transporte fluvial desaparecido, flota mercante nacional prácticamente inexistente (omitimos los barcos de capitales extranjeros que adoptan bandera)
· Red vial que mantiene el esquema de convergencia hacia Montevideo y carece de alternativas desconcentradoras. Las modificaciones hechas a la traza, alejan las rutas de los pueblos, privándolos del contacto directo con la red vial principal y las opciones laborales que ésta implica.


(Continúa en el próximo número)


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