El conocimiento, tanto de las fortalezas y oportunidades que el territorio brinda,
como de los desafíos y amenazas que le son inherentes, es primer paso
para obtener esa calidad de vida. Cada cultura ha desarrollado estrategias y
tecnologías específicas para el uso de los recursos territoriales
disponibles.
La presente cultura globalizada concibe a la sociedad humana como un sólo
cuerpo que vive la totalidad de la superficie del planeta. No es igualitaria,
integrada, ni equitativa. Los recursos se extraen allí donde las condiciones
territoriales permiten optimizar beneficios, dejando de lado explotaciones de
menor rendimiento. Industria, prestaciones de servicios y consumo aumentan su
eficiencia con la concentración de factores: la cultura global tiende
a que gente y productos se encuentren en los grandes espacios metropolitanos.
Como consecuencia, en el mundo de hoy, hay inmensos flujos de materia (objetos,
gente) y energía, que transitan por redes (terrestres, aéreas,
marítimas) hacia los nodos metropolitanos. Otras zonas pierden población
y roles productivos y se sub-usan en ellas los capitales previamente instalados.
La información, fluyendo y comunicando en tiempo real al planeta entero,
comanda y manipula las decisiones individuales y colectivas.
ORDEN Y DESORDEN TERRITORIAL
Todos ejercemos nuestra capacidad de ''ordenar'' nuestros ''territorios''.
Enfrentados a la necesidad de usar un espacio, sabemos disponer de una forma
eficaz los equipamientos. No se equipa ni se ordena igual un dormitorio que
una sala de trabajo, un espacio para usarlo como salón de baile que el
mismo espacio para una reunión política o una competencia deportiva.
Hasta el más ''desordenado'' de los adolescentes dispone sus
bienes en el espacio según un cierto orden que él encuentra eficaz.
El orden es la adecuación entre el uso que queremos hacer de un espacio
y la manera en que lo disponemos para usarlo. La percepción de ''ordenado''
implica haber obtenido la organización más adecuada posible, en
función de los recursos disponibles. El orden no significa equilibrio
ni equidad, es la condición de adecuación de un espacio a la consecución
de metas definidas.
El territorio nacional está desordenado: la base natural recibe las
externalidades de implantaciones urbanas no debidamente resueltas (aguas servidas,
residuos sólidos); hay capital social subusado, visible en estructuras
obsoletas o simplemente abandonadas, como los puertos fluviales, los ferrocarriles
o los pueblos en proceso de borramiento; soporta intervenciones aisladas y frecuentemente
negativas, no evaluadas ni coordinadas para la generación de sinergias
con el pasado y hacia el futuro (un sólo ejemplo que no requiere comentarios:
obras como el Canal Andreoni y la represa de India Muerta en Rocha).
El desorden se gesta en la falta de coherencia entre las estructuras territoriales
(naturales y construidas), los sistemas de poder y de valores y la falta de
los cambios que permitan la construcción de un futuro (posible, sustentable,
integrado, equitativo) al que no se mira: el debate se centra en el rescate
imposible del pasado o en la conservación de sus huellas institucionales
y físicas.
O lo que no es idéntico, el desorden proviene de la falta de un proyecto
contemporáneo de país, sostenido por sus recursos territoriales
y por una sociedad integrada, que ocupe la plenitud del espacio nacional y que
requiera y justifique la modificación del orden extractivo que creó
y gestionó el capital inglés en el siglo XIX.
El texto del Art. 1° de la Constitución dice: ''La República
Oriental del Uruguay es la asociación política de todos los habitantes
comprendidos dentro de su territorio''. No hace falta ninguna lectura sofisticada
para comprender que esa definición explicita que para conformar un estado
es necesaria la presencia de una población asentada en un territorio
y mecanismos de poder que instrumenten la convivencia.
Sin embargo, el país vive y ha vivido de espaldas a su territorio, un
''afuera'' real. Historia y cotidianeidad se han construido sin conciencia
de la necesidad de conocer y administrar debidamente los recursos territoriales.
La gestión territorial coherente no aparece como tema de debate y con
mucha frecuencia aplicamos las riquezas que genera el territorio a inversiones
que le son ajenas y frecuentemente no reproductivas.
Conocemos muy poco acerca de cuales son nuestros recursos territoriales y menos
aún acerca de su capacidad para sostener procesos de desarrollo alternativos.
País cultural y tecnológicamente dependiente de formas y productos
ajenos, no asumimos el desafío de la creatividad para elaborar las adaptaciones
imprescindibles de otras culturas a nuestra realidad.
ORIGEN: UN PAÍS PARA UN TERRITORIO
Nuestra República nació a la vida independiente como respuesta
estratégica al apetito que generaban algunos aspectos de nuestra realidad
territorial entre fuerzas externas en pugna. El dominio de las tierras al noreste
del Río de la Plata motivó el enfrentamiento entre el novel Brasil
y las Provincias Unidas / Argentina. Inglaterra, mediadora formal en el proceso,
actuó con la transparente meta de asegurarse el libre paso por los ríos
que permitían el acceso al corazón de América.
En la Convención Preliminar de Paz, (Río de Janeiro, 1828), se
nos otorga la independencia: ''Su Majestad, el Emperador de Brasil declara
la Provincia de Montevideo, hoy llamada Cisplatina, separada del territorio
del Imperio de Brasil, para que pueda constituirse en estado libre e independiente...''.
El Gobierno de la República de las Provincias Unidas concuerda
con lo expresado en el Art. 2º. El Art. 18 deja constancia del rol de Inglaterra:
si las fuerzas no concordaran a futuro, ''...a pesar de la mediación
de su Majestad Británica...''
Ese pacto preliminar fue concebido como una tregua en la disputa territorial
por el territorio que hoy ocupa nuestro país, que se inició con
el descubrimiento y prosiguió después de la independencia. La
Convención Preliminar de Paz instaló un nuevo estado cuyos límites
territoriales no estaban definidos. Fue, sin embargo precisa en consagrar la
pérdida definitiva por parte del nuevo estado del territorio de las Misiones
Orientales.
El interés portugués/brasileño por extender sus dominios
hasta el Plata al que consideraron su límite natural
se inició con la fundación de la Colonia del Sacramento (1680).
España y las Provincias Unidas / Argentina, mantuvieron obstinadamente
el interés por recuperar el dominio o por ejercer la mayor influencia
posible sobre los destinos uruguayos. Montevideo se fundó (1724) como
una expresión de esa contienda.
Después de la independencia, durante las guerras del siglo XIX en la
región se luchó por la posesión de ciertos puntos clave
del territorio. El dominio de los grandes ríos, sus confluencias y puertos
naturales implicaba la potestad de administrar los flujos materiales del capitalismo
industrial, en plena expansión en busca de materias primas y mercados.
En nuestro caso, lo que estaba en juego era nada menos que el dominio del Río
de la Plata, acceso al corazón de América. La creación
de un estado pequeño, supervisado, sin fronteras definidas, aseguró
el libre tránsito por las vías fluviales.
La implantación geográfica y geopolítica de nuestro país
sigue siendo un alto valor cuya adecuada gestión puede resultar en una
mejor articulación de la realidad nacional con la de la región.
LAS EDADES DEL TERRITORIO URUGUAYO
A lo largo de nuestra historia, el territorio funcionó de maneras diversas,
en procesos acumulativos y superpuestos: el territorio no intervenido, el territorio
bajo administración hispana y el organizado por el capitalismo industrial
que dominó nuestra economía. Hoy retiene, sin cuestionarlo, un
orden físico obsoleto, agravado por la sobreimposición de una
maraña de bordes administrativos no coherente con la geografía.
La primera edad de nuestro orden territorial fue la de la naturaleza. El territorio
en el que el hombre es sólo una más de las especies que lo habitan
es armonioso: la naturaleza es ordenada. El ciclo del agua modela y define los
paisajes, sostiene la vida y provee los vínculos entre los distintos
componentes del sistema. La red hidrográfica une y separa y es el gran
estructurante territorial.
La primera intervención mayor en el territorio nacional fue la introducción
de la ganadería: entre otras cosas cambiaron la composición de
las praderas, el equilibrio recíproco de las especies y la cultura de
los indígenas, transformados en excelentes jinetes y liberados de las
limitaciones alimentarias. La reproducción espontánea del ganado
transformó un sitio carente de interés económico en la
''vaquería del mar'', ámbito proveedor de vacunos y
caballares para poblar las grandes estancias misioneras y entrerrianas y de
extracción de cueros para piratas y contrabandistas. Marcamos entonces
la emergencia de otro valor de nuestro territorio: su capacidad de sostén
de la actividades económicas primarias, sobre todo las vinculadas a la
explotación ganadera.
Como consecuencia de la explotación de ese recurso, se generaron las
primeras subdivisiones privadas de la tierra. La tierra no tenía dueño,
como no tiene hoy dueño el aire, hasta que la corona española
''tomó posesión'' de ella. Fue entonces realenga. Inicialmente
careció de interés: no había metales preciosos y los indígenas
resultaban indomables para posibles usos agrícolas. El valor agregado
por el ganado validó la apropiación privada del suelo. Como el
trámite (que debía realizarse en Buenos Aires) era más
caro que la tierra en sí, se ''denunciaron'' inmensas suertes
de estancia: no valía la pena hacerlo por pequeñas extensiones.
Comenzaron las subdivisiones legales del territorio. A las transferencias al
dominio privado siguieron subdivisiones administrativas: la Gobernación
de Montevideo, el área dependiente de las Misiones al norte, el área
dependiente directamente de Buenos Aires de la cuenca del Río Negro.
La segunda edad fue la del desarrollo de la estructura extractiva de los siglos
XVI y XVII: indios, gauchos, arrieros fueron identificando rutas posibles que
se transformaron en caminos, ubicando los pasos de los cursos de agua, estableciendo
campamentos que se transformaron en poblados en sus proximidades. La vía
fluvial y la marítima sostuvieron las vinculaciones externas del sistema.
Los poblados aparecieron también como reaseguros de dominio territorial,
guarda de puntos estratégicos en los enfrentamientos por el territorio.
La tercera edad adviene con cambios en las formas productivas (de la estancia
cimarrona al establecimiento capitalista) y los canales, estructura y naturaleza
de los flujos materiales en el territorio. Tropas, carretas y caballos fueron
sustituidos por el ferrocarril, como medio fundamental de extracción
de los productos hacia frigoríficos y puerto, desde donde barcos, trasladaban
cueros y carne (refrigerada) a Europa. Los capitales ingleses controlaron todos
los sistemas de transporte y comunicación.
Una gran cantidad de poblados surgió a lo largo de las vías del
tren. Su construcción significó una inversión mayor privada
y pública. La demarcación y transacciones de compraventa de terrenos,
construcción de viviendas e instalación de establecimientos comerciales
y en algunos casos industriales, radicaron capitales privados, que se completaron
con la construcción, por el Estado o por capitales privados, de redes
de infraestructura urbana (vial, de abastecimiento de agua, de energía,
de conducción de pluviales, de comunicaciones)
Esos centros poblados servían de nodos de intercambio: desde el campo
hacia ellos fluyeron productos del agro, se acopiaron en barracas y corrales
locales hasta tener la dimensión requerida por los vagones de ferrocarril.
Los trenes cargados convergieron hacia el puerto de Montevideo (o hacia los
grandes frigoríficos situados en su proximidad).
Las estaciones-pueblos fueron, a la vez, centros de distribución de
mercaderías y de prestación de servicios privados y públicos
(escuela, comisaría, servicios médicos, correos, telégrafos,
comercio). Un sistema urbano, ligado por eficaces redes de transporte cubrió
el país, alojando población ligada a los procesos de producción
y comercialización de la producción primaria. Algunos sistemas
públicos como la enseñanza primaria (pública y obligatoria)
lograron una cobertura territorial prácticamente total.
Un nuevo orden se materializó entonces en el territorio, caracterizado
por un uso eficaz del mismo, de acuerdo a los objetivos del poder y a los patrones
tecnológicos y culturales vigentes.
LA CONSTRUCCIÓN DEL DESORDEN
La cuarta edad, o cuarta gran transformación funcional de nuestro territorio
se produjo como consecuencia de la sustitución progresiva del ferrocarril
por el transporte automotor y de las vías férreas por la red vial
carretera.
El transporte automotor permitió obviar la escala de las mercaderías
(producidas y de abastecimiento) en los centros poblados-estación: la
producción se cargó directamente en los establecimientos rurales
y fue transportada, sin etapas, a frigoríficos o al puerto. A esos efectos,
el Estado construyó una red vial paralela y en competencia con la red
ferrocarrilera (que una vez desvalorizada y no mantenida, adquirió a
alto precio a los ingleses). El camión llevó directamente los
insumos necesarios al medio rural.
La consecuencia esencial de este cambio fue la pérdida casi total de
roles y funciones productivos y de interdependencia de los pequeños pueblos
respecto a su entorno, transformándolos de estructuras funcionales a
su entorno, en enclaves. Este proceso, que se dio durante todo el siglo XX,
ha dejado el país sembrado de pueblos dotados de todos los servicios
públicos, cuyas única fuente de empleo es, precisamente, la prestación
de esos servicios públicos. Hoy, el estancamiento, disminución
progresiva y envejecimiento de su población (por emigración de
jóvenes), ha llevado a suspender, en algunos, prestaciones esenciales
para la construcción de la nacionalidad, como las de enseñanza.
El des-orden territorial que caracteriza el presente responde a la pérdida
de funcionalidad de las estructuras construidas (respecto al país necesario)
y a la obsolescencia de infraestructuras supérstites.
Se le suma la falta de reconocimiento de los recursos existentes y de su posible
rol en la construcción de una alternativa nacional de desarrollo sustentable.
A esa situación del hoy, se agrega la falta de propuestas de inserción
adecuada de usos futuros.
Son algunos rasgos del territorio contemporáneo:
· Vaciamiento de roles y funciones y subuso de importantes áreas
y de los capitales instalados en ellas por la sociedad a lo largo de la historia
(centros poblados estancados o en desaparición)
· Concentración de población, oportunidades y de servicios
(médicos, bancarios, laborales, etc.) en el Montevideo metropolitano,
cuya área de influencia crece en forma permanente. Hoy se extiende
hasta el polígono que determinan las ciudades de San José, Florida,
Lavalleja y Maldonado y los centros poblados comprendidos en esa área
tienden a convertirse en ciudades-dormitorio.
· Desarrollo de cinturones de pobreza en las periferias de los centros
poblados en los que se supone aptitud para generar empleo.
· Subuso y vaciamiento de áreas urbanas físicamente consolidadas
por empobrecimiento masivo de los sectores medios de la sociedad.
· Transporte ferrocarrilero agonizante.
· Puertos desactivados y transporte fluvial desaparecido, flota mercante
nacional prácticamente inexistente (omitimos los barcos de capitales
extranjeros que adoptan bandera)
· Red vial que mantiene el esquema de convergencia hacia Montevideo
y carece de alternativas desconcentradoras. Las modificaciones hechas a la
traza, alejan las rutas de los pueblos, privándolos del contacto directo
con la red vial principal y las opciones laborales que ésta implica.
(Continúa en el próximo número)
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