Observo con preocupación que esa postura incluye una simplificación
de base: considerar que en nuestro país predominan los paisajes naturales
y que ellos constituyen la gran atracción turística. Dedico este
artículo a discrepar con ese enfoque.
En mis cincuenta años de trabajo como profesor e investigador en ciencias
sociales tuve dos grandes maestros: Milton Santos, notable geógrafo brasileño,
y Daniel Vidart, nuestro sabio compatriota. De Daniel rescato esta idea-guía:
''El paisaje no es una simple acumulación de naturaleza más hombre;
es algo más significativo, más trascendente. El paisaje es
la huella digital de la cultura sobre la superficie terrestre. La tarea
del geógrafo humano será la de un detective del espíritu,
no la de un simple gendarme''.
En estos tiempos tan infectados por ecologistas gendarmes, parece oportuno
tener en cuenta a aquellos profesionales detectives del espíritu. Intentemos,
entonces, poner de manifiesto la huella digital de la cultura sobre el territorio
uruguayo.
LOS PRODUCTOS DE ''LA NATURALEZA''
¿Cuáles son? Aquellos que siempre llenaron de euforia a nuestras
composiciones escolares: alimentos suficientes para dar de comer a diez millones
de personas, materiales de construcción apropiados para proteger decorosamente
a un millón de familias, textiles para vestir cuerpos de todas las edades
en las cuatro estaciones.
Hoy en día, cuando todas esas expectativas fueron jibarizadas, resulta
obvio no echarle la culpa a la naturaleza por tantos fracasos. Poner las cosas
en su lugar implica, por ejemplo, revalorizar lo mucho de bueno que se ha hecho
en Uruguay para humanizar paisajes, y para convertir a la naturaleza en una
socia cada vez más solidaria con la gente.
Paso revista, rápidamente, a algunos productos que dejaron de ser naturales
desde hace mucho tiempo: la pradera entre ellos, o sea nuestro campo puro y
simple. Hace decenios el gran Esteban Campal demostró que ella es el
resultado inteligente de una experimentación pausada conducente a elegir
las pasturas que pudieran resistir durante las cuatro (¿8, 12, 24?) estaciones
del año. Y se lo complementó con esa explotación mixta
de bovinos para lana, ''algo así como un seguro para cubrir los
riesgos de la variabilidad del clima: especialmente en lo que se refiere a los
períodos previsibles de excesos o insuficiencias de precipitaciones pluviales''
(E.C., Nuestra Tierra N° 28). Bien podría decirse entonces que todas
nuestras praderas son ''artificiales''. Además, la calidad
del ganado bovino y ovino actual es un logro exclusivo y formidable de los cabañeros;
son ellos quienes los convirtieron en ''uruguayos por naturalización'',
es decir, quienes les dieron carta de ciudadanía.
Sigo adelante: ¿de qué Uruguay natural cabe hablar cuando se
recorren las áreas cultivadas con trigo, maíz y soja? ¿O
los arrozales cada vez más tecnificados y con decenas de subproductos
industrializados? O la cuenca lechera en indetenible expansión, generando
entre nosotros -consumidores activos dentro y fuera de fronteras- más
orgullo que cuando Maracaná. O las represas hidroeléctricas de
Bonete, Baygorria y Salto Grande, con sendos lagos también construidos
por el hombre. ¿Y cómo clasificar a las áreas citrícolas,
a las vitivinícolas? ¿Serán naturales? ¿Cuánto
queda de ''natural'' en el vértice noroeste de Artigas, tras
los trabajos de CALNU, CALAGUA y CALVINOR? Y gracias a la ''nueva''
Intendencia Municipal de Montevideo, ¿no descubrimos, después
de 1990, que las zonas hortícolas y frutícolas en producción
son más extensas que las propiamente urbanas?
Continúo con otros ejemplos. Intente usted, amigo lector, explicarle
a aquellos pescadores cuando regresan tras semanas de alejamiento familiar,
que los ''frutos del mar'' son un simple producto natural. Converse
con los mineros forjados en la extracción de ágatas y amatistas,
de granitos y mármoles, de areniscas y calizas: ¿cuánto
hay de natural en las materias primas obtenidas? Pregunto al pasar: ¿hasta
cuándo vamos a mantener la confusión secular entre reservas, recursos
y riquezas?
LA NATURALEZA CIUDADANIZADA
Uruguay, como todos sabemos, se sitúa entre aquellos países con
las tasas más altas de población en áreas urbanas: 90%
o más. Evito decir que seamos también muy urbanizados, porque
pienso en tantos establecimientos rurales que a pocas cuadras de una ruta importante
siguen sin energía eléctrica.
Sin embargo, también en esto varias huellas digitales de la cultura
merecen ser destacadas; provienen de todas las clases sociales y se enriquecen
con aportes de muy variadas inteligencias. Cito sólo algunas a modo de
ayuda memoria.
a) La invención de cientos de asentamientos (los cantegriles de siempre),
con demostraciones sorprendentes del espíritu de supervivencia en las
familias más pobres.
b) La labor incansable de las cooperativas de vivienda por ayuda mutua, organizadas
en FUCVAM.
c) La preservación de paisajes equilibrados, que destacan por su pulcritud,
en todas y cada una de las capitales y ciudades importantes del Interior.
d) La desruralización de paisajes naturales gracias a la persistente
labor de MEVIR.
e) La siembra de mejores condiciones de vivienda para decenas de miles de
familias, propiciada contra viento y ''mareos''- por el Banco Hipotecario.
f) La jerarquización de paisajes humanizados por parte de sectores
de clases media-alta y alta, en áreas nítidamente reconocibles
y estéticamente disfrutables, de Montevideo costanero y de algunas
otras capitales.
g) La reconversión histórico-geográfica de Punta del
Este y su consolidación como gran emporio urbanístico internacional,
contando siempre con el aporte ''valorable'' de los argentinos.
Ante ejemplos como estos, que pueden multiplicarse, ¿se puede seguir
hablando de que somos ''un país natural?'' ¿Serán
naturales las estancias turísticas y formas similares de ecoturismo,
hoy tan de moda?
Sospecho que tales estereotipos contribuyen a fomentar ataques tan virulentos
como los que apuntan y disparan- contra los cultivos transgénicos.
Y es en ese mismo escenario que yo sitúo el referendo sobre el acuífero
Guaraní. ¿No hubiera sido más útil plebiscitar el
control de las aguas superficiales, o sea los miles de millones de metros cúbicos
que se dilapidan cada año, todos los días del año, por
no tener un buen sistema de micropresas?
FINAL Y PRINCIPIO
Para ir más allá de mis simples reflexiones, busqué documentarlas
con datos accesibles a todo público. Revisé página a página
la Guía de Recorridos Turísticos incluida en Viva Uruguay,
la hermosa carpeta de orientación al viajero, publicada por El Observador
(1998), con sus cinco macrozonas y setenta y una fichas. Todas incluyen propuestas
estimulantes referidas a áreas, localidades o lugares dignos de ser conocidos.
Pues bien, apenas diez (10) de esas fichas se ocupan de sitios estrictamente
naturales: Sierra Mahoma, Cerro Pan de Azúcar, Pozos Azules, Cerro Arequita,
Dunas del Polonio y Valizas, Monte de Ombúes, Quebrada de los Cuervos,
Arroyo Lunarejo, Cerros chatos de Tacuarembó y Rivera. En otras palabras,
hay sesenta y un (61) sitios referidos a paisajes humanizados. Entonces, ¿cuál
es la gran tarea geográfica que nos espera? Mostrar, interpretar, valorizar
y perfeccionar el Uruguay humanizado. Porque en ello radica el gran logro de
un país poco poblado y con sobrevivientes que han sabido resistir las
muy frecuentes fluctuaciones éticas de sus gobernantes. Un país
con recursos naturales limitados, pero con gente idónea para aprovecharlos
aceptablemente.
Es de suponer a qué niveles de humanización podremos llegar cuando
el entusiasmo y la mística que tenemos en reserva y que mucho
disimulamos- se expanda de Este a Oeste y de Norte a Sur. Entonces sí
podremos exhibir con orgullo el Uruguay de la gente. |