Por Alvaro Rico
De la protección social a la protección policial

La construcción de una identidad nacional implica un proceso de metaforización de lo social, la capacidad de encontrar formulaciones sintéticas sobre elementos contradictorios de la realidad, que proporcionen significados compartidos y sentidos únicos ante la complejidad social y sus cambios.

Este proceso no es sólo discursivo. Implica una traslación de imágenes y una identificación de la sociedad con determinados mitos y representaciones simbólicas que la proyectan por sobre su tiempo histórico y contingencias. De última, la subjetivación de los procesos identitarios a través de la metaforización, la simbolización y la construcción de imaginarios son procesos de institucionalización de la sociedad.

En gran medida, el relato hegemónico sobre el origen de nuestra sociedad y sobre la modernización y consolidación institucional del Uruguay desde Batlle y Ordoñez hasta Luis Batlle , supo incorporar un conjunto de metáforas, símbolos e imágenes a partir de las cuales la sociedad se reflejó a sí misma, reforzando su autoestima y su diferenciación con el 'otro' latinoamericano.

Así, la ''excepcionalidad'' del Uruguay tuvo sus distintos equivalentes: ''sociedad meritocrática'', ''sociedad de cercanías'', ''crisol de razas'', ''sociedad de inmigrantes'', ''sociedad amortiguadora'', ''sociedad hiperintegrada'', ''sociedad consensual'', ''sociedad tolerante'', ''Suiza de América'', ''escuela vareliana'', Estado ''paternalista'', partidos como ''escuelas de ciudadanía'', ''como el Uruguay no hay'', o los conceptos más caros a la izquierda de ''pueblo'' y ''sociedad civil'', conformaron esa poética social exhuberante que durante tantos años matrizó una identidad nacional positiva, finalmente transformada en sentido común, una realidad inmodificable, siempre igual a sí misma y una explicación al alcance de la mano, sin necesidad ya más de demostrarse del tipo: ''siempre que llovió, paró''.

La eficacia de este proceso identitario y la capacidad reproductora del mecanismo de metaforización social se vinculó, durante mucho tiempo, a la vigencia de un relato politicocéntrico, que de alguna manera absolutizó el papel asistencial del Estado (''paternalista''), la función integradora de los partidos políticos (la ''partidocracia'') y al adelantamiento de las élites dirigentes (la ''racionalidad'').

Si la historia reciente del país, desde mediados de los años '50 al presente, muestra el carácter recurrente de la crisis de dicha articulación entre política y sociedad, y si el traumatismo de la dictadura debería marcar un ''antes'' y un ''después'' en la configuración más reciente de nuestro sistema político, sin embargo, la gran metáfora de la ''excepcionalidad'' del Uruguay se mantiene intacta, tanto como principio de legitimación del sistema político ''virtuoso'', cuanto como principio de identidad social conservador ante los cambios transcurridos y por venir.


EL DESGASTE DE LAS METÁFORAS Y LAS ENERGÍAS UTÓPICAS
En los últimos años, asistimos a un doble proceso: un desgaste de las metáforas del ''Uruguay de Maracaná'' y al bloqueo de símbolos e imágenes vinculadas a los nuevos tiempos y al cambio social. Dicho de otra manera, ni la tradición puede actualizarse ni el presente puede proyectarse en forma creíble. Este inmovilismo que nos retrotrae al Uruguay mitológico de ''los orígenes'', no es propicio a procesos de metaforización que, justamente, actúan como puntos de fuga imaginarios de la ''realidad dada''. Como ya he señalado en otros trabajos, en el Uruguay posdictadura todo es retropía: el pasado puesto como horizonte de futuro.

Por otro lado, la imposibilidad de sistematizar referentes del cambio que entusiasmen a la sociedad ni por parte del discurso social utópico ni por parte del discurso liberal modernizador , se relaciona, entre otros factores, a las formas de reelaborar el consenso en el Uruguay posdictadura y a la pérdida actual de referentes positivos de cambio.

El consenso social en el Uruguay posdictadura, pasado el veranillo democrático de la inmediata transición (experiencias de la CONAPRO, la Multisectorial y Multipartidaria), se fue elitizando en las cúpulas políticas e imponiéndose como discurso único del Estado a través del pragmatismo propio de lógicas de gobernar tecnoburocráticas y a través del formato comunicacional simplificador de los massmedia.

Asimismo, los referentes del cambio social construidos a partir de la vía revolucionaria abierta con la Revolución Rusa así como los referentes modernizadores construidos a partir de la fetichización neoliberal del mercado, con la caída del Muro de Berlín y con nuestra crisis productiva y financiera actual, confirman el agotamiento de los relatos utópicos, resaltan la validez del ''puro sistema'' como tal y la mera capacidad de administrarlo como falta de alternativas. Ni el paradigma de la revolución ni el paradigma del mercado y la ''sociedad del conocimiento'' recrean identidades sociales y entusiasmos colectivos.


LA DESCONSTRUCCIÓN DE LOS SENTIDOS SOCIALES TRADICIONALES
Los procesos de construcción de identidades son procesos de institucionalización, pero también de subjetivación. Generalmente, se los asocia a procesos de acumulación y sedimentación cultural en la larga duración histórica. Pero, ¿qué pasa en los procesos de desconstrucción de identidades tradicionales? ¿Cómo juegan la intencionalidad y la coyuntura política en la revisión o desestructuración de logros institucionales y la desacumulación cultural?

Al desgaste de los referentes tradicionales y al bloqueo de los referentes innovadores, debemos ahora incorporar la desconstrucción de imaginarios y sentidos sociales adquiridos. Ello tiene que ver con procesos de transformación objetivos o sin sujetos del cambio. Muy difícilmente pueda recrearse un imaginario de comunidad social o de sociedad integrada en torno al Estado-nación cuando la sociedad se fragmenta y deviene la suma de individuos que compiten entre sí o cuando el Estado marginaliza a través de sus políticas públicas a vastos sectores de la población o no puede controlar las variables de su realidad nacional en un mundo regionalizado y globalizado. Muy difícilmente las lógicas del discurso político puedan justificar su monopolio de la defensa de la institucionalidad cuando, al mismo tiempo, asistimos a fuertes procesos de des-institucionalización social (de las funciones clásicas de la enseñanza, el matrimonio, la sexualidad, la procreación, etc.).

Pero, por otro lado, inciden también los procesos de subjetivación de dichos cambios, sus ''usos'' a través de la interpretación y explicación por sujetos políticos conscientes. En este sentido, el discurso estatal en la historia reciente del Uruguay se ha dedicado a desconstruir logros institucionales y sentidos sociales tradicionales, tanto por la vía autoritaria como por la vía tecnocrática, tanto en dictadura como en democracia, tanto en forma real como simbólica.

Un ejemplo saliente de este proceso lo constituye el cuestionamiento a las funciones protectoras del Estado uruguayo y la consiguiente conversión de su legitimidad tradicional: del Estado ''justo'' al Estado ''instrumento''. Ello justificó el pasaje de la matriz estadocéntrica en mercadocéntrica y los fuertes procesos de autonomización estatal a través del relacionamiento represivo con la sociedad bajo el Estado-dictadura o a través de nuevas formas desocializadoras de la convivencia entre los uruguayos bajo la democracia recuperada. Así, también, se han descontruido desde el Estado valores que daban consistencia moral a la sociedad.

En ese sentido, en los últimos 40 años hemos asistido al pasaje de la sociedad meritocrática a la sociedad criminal. Es decir, las lógicas del crimen y la moral del hampa, la sociedad bajo sospechas y la policialización del Estado, la corrupción y la impunidad, han pautado fuertes cambios en la relación entre política, delito y sociedad, entre violencia real y violencia simbólica, entre ley penal y estigma social. Ello tiene directa relación con la construcción de un imaginario de riesgo, inseguridad y vulnerabilidad social que troca el reclamo de protección social por el de seguridad policial, que impone las metáforas conservadoras de la sociedad del miedo, donde la policía vigila a los pobres y los pobres a los marginales, concretando el ideal roussoniano del ciudadano-vigilante.

¿Cuál es hoy el espejo en el que la sociedad pueda mirarse a sí misma como comunidad y entidad moral? Más allá de los ejemplos de algún futbolista exitoso en el exterior o de las premiaciones a los ''hombres del año'', los ''desachates'' de los publicistas o la Teletón, los premios y castigos sociales en el Uruguay de la crisis se reparten muy desigualmente. Y ese espejo opaco de lo social, rutinizado por un discurso político repetitivo y espectacularizado por los medios masivos de comunicación, sólo refleja identidades personales desfiguradas por el temor al 'otro', también uruguayo.


Revista Dosmil30.
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