Este proceso no es sólo discursivo. Implica una traslación de
imágenes y una identificación de la sociedad con determinados
mitos y representaciones simbólicas que la proyectan por sobre su tiempo
histórico y contingencias. De última, la subjetivación
de los procesos identitarios a través de la metaforización, la
simbolización y la construcción de imaginarios son procesos de
institucionalización de la sociedad.
En gran medida, el relato hegemónico sobre el origen de nuestra sociedad
y sobre la modernización y consolidación institucional del Uruguay
desde Batlle y Ordoñez hasta Luis Batlle , supo incorporar
un conjunto de metáforas, símbolos e imágenes a partir
de las cuales la sociedad se reflejó a sí misma, reforzando su
autoestima y su diferenciación con el 'otro' latinoamericano.
Así, la ''excepcionalidad'' del Uruguay tuvo sus distintos equivalentes:
''sociedad meritocrática'', ''sociedad de cercanías'', ''crisol
de razas'', ''sociedad de inmigrantes'', ''sociedad amortiguadora'', ''sociedad
hiperintegrada'', ''sociedad consensual'', ''sociedad tolerante'', ''Suiza de
América'', ''escuela vareliana'', Estado ''paternalista'', partidos como
''escuelas de ciudadanía'', ''como el Uruguay no hay'', o los conceptos
más caros a la izquierda de ''pueblo'' y ''sociedad civil'', conformaron
esa poética social exhuberante que durante tantos años matrizó
una identidad nacional positiva, finalmente transformada en sentido común,
una realidad inmodificable, siempre igual a sí misma y una explicación
al alcance de la mano, sin necesidad ya más de demostrarse del tipo:
''siempre que llovió, paró''.
La eficacia de este proceso identitario y la capacidad reproductora del mecanismo
de metaforización social se vinculó, durante mucho tiempo, a la
vigencia de un relato politicocéntrico, que de alguna manera absolutizó
el papel asistencial del Estado (''paternalista''), la función
integradora de los partidos políticos (la ''partidocracia'')
y al adelantamiento de las élites dirigentes (la ''racionalidad'').
Si la historia reciente del país, desde mediados de los años
'50 al presente, muestra el carácter recurrente de la crisis de
dicha articulación entre política y sociedad, y si el traumatismo
de la dictadura debería marcar un ''antes'' y un ''después''
en la configuración más reciente de nuestro sistema político,
sin embargo, la gran metáfora de la ''excepcionalidad'' del
Uruguay se mantiene intacta, tanto como principio de legitimación del
sistema político ''virtuoso'', cuanto como principio de identidad
social conservador ante los cambios transcurridos y por venir.
EL DESGASTE DE LAS METÁFORAS Y LAS ENERGÍAS
UTÓPICAS
En los últimos años, asistimos a un doble proceso: un desgaste
de las metáforas del ''Uruguay de Maracaná'' y al bloqueo de símbolos
e imágenes vinculadas a los nuevos tiempos y al cambio social. Dicho
de otra manera, ni la tradición puede actualizarse ni el presente puede
proyectarse en forma creíble. Este inmovilismo que nos retrotrae al Uruguay
mitológico de ''los orígenes'', no es propicio a procesos de metaforización
que, justamente, actúan como puntos de fuga imaginarios de la ''realidad
dada''. Como ya he señalado en otros trabajos, en el Uruguay posdictadura
todo es retropía: el pasado puesto como horizonte de futuro.
Por otro lado, la imposibilidad de sistematizar referentes del cambio que entusiasmen
a la sociedad ni por parte del discurso social utópico ni por
parte del discurso liberal modernizador , se relaciona, entre otros factores,
a las formas de reelaborar el consenso en el Uruguay posdictadura y a la pérdida
actual de referentes positivos de cambio.
El consenso social en el Uruguay posdictadura, pasado el veranillo democrático
de la inmediata transición (experiencias de la CONAPRO, la Multisectorial
y Multipartidaria), se fue elitizando en las cúpulas políticas
e imponiéndose como discurso único del Estado a través
del pragmatismo propio de lógicas de gobernar tecnoburocráticas
y a través del formato comunicacional simplificador de los massmedia.
Asimismo, los referentes del cambio social construidos a partir de la vía
revolucionaria abierta con la Revolución Rusa así como los referentes
modernizadores construidos a partir de la fetichización neoliberal del
mercado, con la caída del Muro de Berlín y con nuestra crisis
productiva y financiera actual, confirman el agotamiento de los relatos utópicos,
resaltan la validez del ''puro sistema'' como tal y la mera capacidad
de administrarlo como falta de alternativas. Ni el paradigma de la revolución
ni el paradigma del mercado y la ''sociedad del conocimiento'' recrean
identidades sociales y entusiasmos colectivos.
LA DESCONSTRUCCIÓN DE LOS SENTIDOS SOCIALES
TRADICIONALES
Los procesos de construcción de identidades son procesos de institucionalización,
pero también de subjetivación. Generalmente, se los asocia a procesos
de acumulación y sedimentación cultural en la larga duración
histórica. Pero, ¿qué pasa en los procesos de desconstrucción
de identidades tradicionales? ¿Cómo juegan la intencionalidad
y la coyuntura política en la revisión o desestructuración
de logros institucionales y la desacumulación cultural?
Al desgaste de los referentes tradicionales y al bloqueo de los referentes
innovadores, debemos ahora incorporar la desconstrucción de imaginarios
y sentidos sociales adquiridos. Ello tiene que ver con procesos de transformación
objetivos o sin sujetos del cambio. Muy difícilmente pueda recrearse
un imaginario de comunidad social o de sociedad integrada en torno al Estado-nación
cuando la sociedad se fragmenta y deviene la suma de individuos que compiten
entre sí o cuando el Estado marginaliza a través de sus políticas
públicas a vastos sectores de la población o no puede controlar
las variables de su realidad nacional en un mundo regionalizado y globalizado.
Muy difícilmente las lógicas del discurso político puedan
justificar su monopolio de la defensa de la institucionalidad cuando, al mismo
tiempo, asistimos a fuertes procesos de des-institucionalización social
(de las funciones clásicas de la enseñanza, el matrimonio, la
sexualidad, la procreación, etc.).
Pero, por otro lado, inciden también los procesos de subjetivación
de dichos cambios, sus ''usos'' a través de la interpretación
y explicación por sujetos políticos conscientes. En este sentido,
el discurso estatal en la historia reciente del Uruguay se ha dedicado a desconstruir
logros institucionales y sentidos sociales tradicionales, tanto por la vía
autoritaria como por la vía tecnocrática, tanto en dictadura como
en democracia, tanto en forma real como simbólica.
Un ejemplo saliente de este proceso lo constituye el cuestionamiento a las
funciones protectoras del Estado uruguayo y la consiguiente conversión
de su legitimidad tradicional: del Estado ''justo'' al Estado ''instrumento''.
Ello justificó el pasaje de la matriz estadocéntrica en mercadocéntrica
y los fuertes procesos de autonomización estatal a través del
relacionamiento represivo con la sociedad bajo el Estado-dictadura o a través
de nuevas formas desocializadoras de la convivencia entre los uruguayos bajo
la democracia recuperada. Así, también, se han descontruido desde
el Estado valores que daban consistencia moral a la sociedad.
En ese sentido, en los últimos 40 años hemos asistido al pasaje
de la sociedad meritocrática a la sociedad criminal. Es decir,
las lógicas del crimen y la moral del hampa, la sociedad bajo sospechas
y la policialización del Estado, la corrupción y la impunidad,
han pautado fuertes cambios en la relación entre política, delito
y sociedad, entre violencia real y violencia simbólica, entre ley penal
y estigma social. Ello tiene directa relación con la construcción
de un imaginario de riesgo, inseguridad y vulnerabilidad social que troca el
reclamo de protección social por el de seguridad policial, que impone
las metáforas conservadoras de la sociedad del miedo, donde la policía
vigila a los pobres y los pobres a los marginales, concretando el ideal roussoniano
del ciudadano-vigilante.
¿Cuál es hoy el espejo en el que la sociedad pueda mirarse a
sí misma como comunidad y entidad moral? Más allá de los
ejemplos de algún futbolista exitoso en el exterior o de las premiaciones
a los ''hombres del año'', los ''desachates'' de
los publicistas o la Teletón, los premios y castigos sociales en el Uruguay
de la crisis se reparten muy desigualmente. Y ese espejo opaco de lo social,
rutinizado por un discurso político repetitivo y espectacularizado por
los medios masivos de comunicación, sólo refleja identidades personales
desfiguradas por el temor al 'otro', también uruguayo. |