Por Adolfo Garcé
La era progresista (II): Modelo de desarrollo y dinámica política

Con el triunfo del Partido Nacional en 1958 empezó una nueva era tanto en el terreno político (puso fin al extenso predominio del Partido Colorado) como en el terreno económico (comenzó un lento proceso de liberalización de la economía).

Estamos asistiendo, precisamente, al fin de ese largo ciclo histórico inaugurado por los blancos hace cerca de medio siglo y el comienzo de una nueva etapa histórica. El propósito de esta nota es atisbar qué novedades pueden razonablemente esperarse en el plano de la estrategia de desarrollo y en la dinámica política durante la era progresista.

Con el triunfo de la izquierda se cerrará el largo ciclo de retracción del Estado iniciado en 1958. En el contexto del regreso de cierto clima ''dirigista'', la era progresista trae consigo la promesa de una fuerte apuesta a la ciencia y la tecnología.

En todas partes del mundo, durante el siglo XX, el papel del Estado ha experimentado un movimiento pendular. A partir de la crisis del 29 el Estado comenzó a tener un papel muy activo en la regulación de la economía y en la distribución del ingreso. A comienzos de los años 70 las economías perdieron dinamismo y los problemas fiscales se agravaron. El péndulo comenzó a desandar el camino recorrido durante el apogeo del keynesianismo: el Estado cedió terreno. En Uruguay también hubo un movimiento pendular, pero las fases de expansión y retracción del Estado comenzaron más temprano. Ciertamente, el Estado incrementó su papel después de la crisis del 29. Sin embargo, su expansión había empezado antes, durante el ''primer batllismo''. La retracción del Estado en Uruguay, por su parte, recibió un fuerte empuje exógeno durante el revival del liberalismo económico en los 70 y 80. Sin embargo, como ya se dijo, el giro liberal había comenzado mucho antes, a fines de la década del 50, activado por procesos endógenos.

A fines de los 90, el péndulo volvió a empezar a cambiar de dirección. En todas partes, incluso dentro de las agencias que impulsaron el Consenso de Washington, surgieron cuestionamientos al paradigma liberal. Las resultados de las reformas comenzaron a ser evaluados críticamente. Poco a poco, volvió a ponerse el acento en la importancia de la función reguladora del Estado y, aunque menos vigorosamente, se volvieron a reclamar intervenciones ''inteligentes'' del sector público. La era progresista en Uruguay se enmarca en ese contexto de creciente escepticismo acerca de las virtudes del Mercado. La izquierda uruguaya cree firmemente que el Estado debe adoptar un papel más activo en la economía.


LA HORA DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGIA
La era progresista implica, por tanto, el regreso al viejo paradigma desarrollista de la ''promoción selectiva''. En el marco de ese enfoque teórico que subraya el papel del Estado en la construcción de una economía dinámica, me parece altamente probable que la izquierda impulse una profunda transformación de las políticas de ciencia y tecnología. No es cierto, en general, que los partidos gobernantes durante los últimos veinte años no hayan tenido una visión de país. Colorados y blancos impulsaron con persistencia y obstinación versiones distintas de un programa de modernización centrado en la apertura comercial y la liberalización de la economía. Sin embargo, en esa visión, la apuesta a la ciencia y la tecnología ocupó un lugar secundario.

Esto no quiere decir que no hayan existido algunas políticas importantes de promoción de la investigación científica y tecnológica. Entre ellas puede mencionarse el PEDECIBA, el Fondo Clemente Estable, el Programa de Desarrollo Tecnológico (PDT), el Fondo Nacional de Investigadores, el Plan Mercurio de ANTEL y el Comité Nacional para la Sociedad de la Información. Pese a estos esfuerzos, la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico (I + D) en Uruguay es realmente muy baja tanto en términos absolutos (0,25% del PBI) como relativos (es francamente inferior a la que realizan países como Costa Rica, Brasil y Chile).

En realidad, ninguno de los partidos políticos entendió en profundidad el papel que la ciencia y la tecnología están llamados a jugar en el desarrollo nacional. ¿Cuándo escuchó usted a lo largo de todos estos años, estimado lector, a Sanguinetti, Lacalle o Vázquez jerarquizar estos temas? Sin embargo, otros importantes actores de la sociedad sí han mostrado especial preocupación por esta temática. Uno de los actores sociales que más ha bregado por la construcción de una sistema nacional de innovación ha sido la comunidad científica nacional. La izquierda, dada su privilegiada vinculación con ella, está en inmejorables condiciones de jerarquizar el papel del conocimiento en el desarrollo. La actividad del grupo CIENTIS, auspiciado por FESUR y coordinado por el senador Enrique Rubio durante el año pasado, pone de manifiesto la facilidad con la que la izquierda puede apelar a los mejores recursos humanos del Uruguay en el terreno de la ciencia y la tecnología. Me parece claro que, en esta materia, la era progresista sí puede ofrecerle a Uruguay un avance importante en un área de innegable pertinencia.

La izquierda, escribí en la primera de estas notas, ha ido abandonando, en el marco de su ''viraje hacia el centro'', la estrategia de desarrollo independentista de sus Bases Programáticas de 1971, y convergiendo con el ''modelo de país'' impulsado por blancos y colorados. La propuesta programática ''progresista'' se parece más al mix de liberalismo y desarrollismo que inspiró buena parte de las reformas desplegadas durante las últimas tres décadas que al viejo programa ''antioligárquico y antiimperialista'' fundacional. Sin embargo, hoy por hoy, sigue siendo cierto que la izquierda confía en el Estado más que colorados y blancos. Por eso mismo, y pese a la convergencia ideológica que he señalado, el triunfo de la izquierda implica el fin del ciclo histórico de retracción del Estado. En materia de ciencia y tecnología, en particular, Tabaré Vázquez tiene una gran oportunidad de marcar una diferencia relevante respecto a las políticas de colorados y blancos. Francamente, no creo que la desperdicie.


DE DESAFIANTE A GOBERNANTE
Pasemos de la economía a la política. En realidad, durante los próximos años hay que esperar algunos cambios muy significativos en la dinámica de la política uruguaya.

Obviamente, el principal es el cambio de roles. El desafiante (tomo prestada la expresión de Luis E. González) se convertirá finalmente en gobernante. Y accederá al gobierno casi sin haber disfrutado de instancias previas de coparticipación. Mirado desde ese punto de vista, el triunfo de la izquierda representa un cambio político aún más radical que la victoria blanca de 1958. Los blancos habían gobernado durante una parte del siglo XIX y coparticipado, en distintas modalidades, a partir de la Paz de Abril de 1872. En cambio, la izquierda llegará al gobierno habiendo sido, casi siempre, oposición pura y dura. Casi nunca fue invitada a coparticipar. Jamás, durante las últimas dos décadas, hubo un ministro que explícita o implícitamente la representara. Este cambio de roles representa para la izquierda un desafío notable. Comparada con los blancos en 1958 tiene una gran ventaja: ya sabe, hace rato, que va a ganar la próxima elección. Tiene tiempo de prepararse, de elaborar la agenda, de armar el elenco, de pensar el timing.

Esta inversión de roles no es el único cambio relevante. Al menos durante los primeros cinco años de la era progresista la dinámica política experimentará otro muy importante: se pasará de una política centrada en las relaciones interpartidarias a una nueva dinámica asentada fundamentalmente en las relaciones intrapartidarias.

Hace muchísimos años que un presidente uruguayo no tiene mayoría parlamentaria. Hay que remontarse al lapso 1967 1971 para encontrar un presidente mayoritario. Desde las elecciones de 1971 en adelante, el partido de gobierno jamás ha contado con mayoría parlamentaria. Por ende, desde Bordaberry en adelante, todos los presidentes han debido tejer alianzas con otros partidos (o con sectores de otros partidos). Estas alianzas han sido más o menos explícitas y estables. Pero, en general, el éxito de la gestión del presidente ha dependido fuertemente de su capacidad para obtener cooperación más allá de su propio partido. Todo parece indicar que Tabaré Vázquez no tendrá ese problema (es muy probable que tenga mayoría en ambas Cámaras). En realidad, su éxito o su fracaso no dependerán de la actitud que asuman en la oposición blancos y colorados sino de su capacidad para obtener el apoyo de la enorme y diversa bancada ''progresista''.

La lógica de la gobernabilidad cambiará fuertemente. Jorge Batlle tuvo durante todos estos años apenas el 33% de la Asamblea General. Además de lidiar con la interna de su partido (téngase presente que, según el testimonio de Ramela, acordar con el Foro no habría sido tan sencillo), el Presidente debió negociar todo el tiempo con un Partido Nacional que, desde el Compromiso Programático del 9 de noviembre de 1999 en adelante, ''vendió'' muy caro su apoyo parlamentario. Tabaré Vázquez sólo tendrá ese problema cuando no haya podido construir un consenso en la interna. El concurso de legisladores de otros partidos sólo será necesario para las designaciones que requieren mayorías especiales y, en el proceso legislativo corriente, cuando sea aún más oneroso pactar en la interna que con la oposición. Mirado desde este punto de vista, el panorama de la gobernabilidad durante el primer gobierno de la era progresista (¿cuántos serán?) es altamente auspicioso para la izquierda: Vázquez jamás se ha preocupado por construir apoyos extrapartidarios, pero sí por afirmar su autoridad en la complejísima arquitectura de la interna.

Mirado desde el punto de vista estrictamente parlamentario la gobernabilidad será más sencilla para Vázquez que para los presidentes anteriores. Pero las ''ventajas comparativas'' de Vázquez son aún mayores cuando se analizan las perspectivas de la relación entre gobierno y sindicatos. También aquí Vázquez tiene el panorama francamente menos complicado que sus predecesores. Nunca un presidente, ni siquiera Batlle y Ordóñez que tenía que lidiar con los anarquistas, pudo negociar con un movimiento sindical políticamente afín. Desde luego, afinidad política no implica obediencia ciega. No sólo porque existe una tradición, en la que los dirigentes sindicales creen realmente, de independencia política, sino porque es posible que, en la pugna en torno al contenido de algunas políticas, algunos de los partidos que integran la mega-coalición progresista intenten atenuar su debilidad electoral acudiendo a la movilización sindical. Sin embargo, es obvio que para Vázquez será más fácil entenderse con Juan Castillo que para todos sus predecesores.


PARADOJAS Y MAS PARADOJAS
En torno a la era progresista abundan las paradojas. En la primera nota apunté dos de ellas. En primer lugar, señalé que la izquierda crece gracias a que ha abandonado algunas de sus principales señas de identidad. En segundo lugar, argumenté que la izquierda se benefició electoralmente de los aciertos de colorados y blancos durante estos casi veinte años de democracia restaurada. Hoy quiero agregar dos más.

La primera tiene que ver con la tradicionalmente tempestuosa relación entre izquierda y capitalismo. La izquierda, hasta no hace mucho, no entendía el capitalismo. Ser de izquierda era compartir alguna versión del sueño socialista. Ser de izquierda era no creer que fuera posible, por ejemplo, construir una economía dinámica en la ''periferia del sistema''. Sin embargo, hoy por hoy, esa misma izquierda que no creía en el capitalismo está en inmejorables condiciones de aportarle al superperiférico capitalismo uruguayo una pieza clave para su desarrollo dinámico: nada más ni nada menos que la interfase entre conocimiento y desarrollo.

La segunda se relaciona con el no menos problemático vínculo entre izquierda y democracia. La izquierda no sólo no entendía el capitalismo. La mayor parte de los sectores y partidos de izquierda, hasta no hace mucho, tampoco entendían la democracia. El pluripartidismo era, en esencia, una formalidad. Sin embargo, el inminente triunfo de la izquierda y el histórico cambio de roles que implica abrirán, de hecho, una nueva fase de la democracia uruguaya. Resta analizar, en el marco de la inversión de roles al interior del sistema de partidos, qué puede pasar con blancos y colorados durante la era progresista. A ese asunto me dedicaré en la tercera y última nota de esta serie.


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