Por Adolfo Garcé
Los politólogos en el espejo

Daniel Buquet suele decir con ironía que ''la autocrítica, en realidad, te la hacen los demás''. Esto es exactamente lo que nos acaba de pasar a los politólogos con Álvaro Rico.

Cuando a fin de año los politólogos hagamos nuestro balance, diremos que el año 2004 no fue, precisamente, un año intrascendente. Diremos que fue, por ejemplo, el año en que la izquierda ganó la elección presidencial, y el del desplome de los liderazgos de Lacalle, Batlle y Sanguinetti que han signado la historia reciente de blancos y colorados. Mirándonos al espejo, deberemos decir también que el 2004 fue un año muy especial por otra razón: nunca los politólogos habíamos sido tan dura e insistentemente cuestionados desde que la Ciencia Política comenzó a ser cultivada sistemáticamente en el país.

En estos días, precisamente, se está escribiendo el capítulo más interesante de esta historia: Álvaro Rico, Profesor de Ciencia Política en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, acaba de acusarnos de haber renunciado durante casi dos décadas al ejercicio de la crítica y de haber construido un relato autocomplaciente de la política uruguaya y, de hecho, funcional al poder. Me quiero sumar al debate. Sintéticamente, voy a argumentar que aunque Rico no entiende ni valora los aportes realizados por nuestra disciplina durante todos estos años, tiene razón en algo fundamental: nos faltó, ¡por supuesto que nos faltó!, capacidad crítica. Pero vayamos por partes.

Hasta dónde yo sé, todo empezó hace aproximadamente un mes cuando, en el programa de TV de Sonia Breccia (Hoy por hoy, Canal 5 y TV Libre), Gerardo Caetano, director del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS), propuso con impactante elocuencia ''interpelar a la democracia uruguaya''. De improviso, el ''interpelador'' resultó ''interpelado'': la dura visión de los problemas de la democracia uruguaya ensayada por Caetano, provocó que Álvaro Rico, desde las páginas de Brecha, escribiera que la ''crítica de la autocomplacencia'' de Caetano era ''tardía'', y desarrollara un severo cuestionamiento al rol de los politólogos durante la democracia posdictadura (13/08/2004).

En el número siguiente, Brecha transcribió algunos pasajes del texto en el que Caetano, junto a Gustavo De Armas y Laura Gioscia, habían formulado sistemáticamente la necesidad de adoptar un punto de vista más crítico acerca de los ''déficit'' de la democracia uruguaya (20/08/2004). En el número siguiente del mismo semanario, Rico retomó su argumento y fue mucho más explícito en su cuestionamiento a los politólogos (27/08/2004). Ignoro si algún colega está pensando en sumarse al debate en las páginas de Brecha. En lo personal, como me siento aludido, pido la palabra.


SOY CULPABLE
¿Cuál es, en esencia, el punto de vista de Rico? Según Rico, durante los años que él denomina de ''democracia posdictadura'', es decir, durante las últimas dos décadas, los politólogos habríamos contribuido a legitimar a la democracia ''elitista'' que sustituyó a la dictadura como ''modelo de dominación político-estatal''. Según Rico, hemos realizado esta tarea reciclando las miradas más conformistas (los ''mitos'' propuestos por Pivel Devoto, Real de Azúa o Rama acerca de la centralidad de los partidos, de la ''amortiguación de los conflictos'' o de la ''hiperintegración social''), y aportando nuevos argumentos conformistas acerca del desempeño de la democracia y sus partidos durante las últimas dos décadas (en este caso, Rico cita los elogios a la ''ejemplar'' transición a la democracia, a la ''productividad'' y capacidad de producir innovación del sistema político, a la ''fecundación'' entre técnicos y política, etc.). Debo decir, para no defraudar ni a Rico, ni a mis colegas, ni a los ocho lectores de dosmil30, que, en lo personal, me declaro absolutamente culpable de todos estos cargos.

Es cierto que, en general, los politólogos desde comienzos de los 90 hasta ahora, hemos propuesto una visión ''optimista'' de la política uruguaya. Mirado en perspectiva, lo que hemos estado haciendo es revisar a fondo todos y cada uno de los puntos de vista acerca de la política uruguaya que prevalecían antes de la dictadura entre los intelectuales. Antes del golpe, las sucesivas camadas de lo que Ángel Rama denominara ''generación crítica'', habían terminado imponiendo una visión de la política sumamente negativa. Dicho de un modo muy sintético, según la ''conciencia crítica'', blancos y colorados no eran más que coaliciones electorales sin programas ni ideas, que lograban mantenerse unidos gracias a la ''tramposa'' ''Ley de Lemas'', y que sustentaban su dominación política en el clientelismo.

La generación de estudiosos de la política nacional a la que debemos agradecer el despegue de la Ciencia Política uruguaya (en la que descollaron, en mi opinión, Jorge Lanzaro, Luis E. González, Romeo Pérez Antón, Carlos Pareja, Gerardo Caetano y José Rilla), ejecutó un programa de investigación que, en esencia, consistió en revisar a fondo la visión ''negativa'' acuñada por los ''críticos''. Como hemos dicho otras veces, hemos colaborado en la ''crítica de la crítica''.

Al impulsar este programa, los fundadores de la disciplina mostraron valentía y lucidez. Fueron valientes: no fue fácil para ninguno de ellos tomar distancia de nociones sobre la política uruguaya tan fuertemente arraigadas y tan bien defendidas. Sin embargo, hicieron lo correcto: se atrevieron a dudar. Poco a poco, los ''defectos'' empezaron a parecerles ''virtudes''. En un auténtico ejercicio hermenéutico, empezaron a redescubrir la racionalidad de la tradición política uruguaya: el DVS pasó a ser interpretado como un factor clave en la estabilidad de los partidos y en su capacidad de renovación política; comenzó a admitirse que los partidos tradicionales podían ser capaces de desempeñarse con idoneidad en tanto actores de gobierno; la ya mencionada capacidad de ''amortiguación'' del sistema tematizada por Real de Azúa fue entendida como un rasgo de pluralismo y/o de consensualismo. Al haberse atrevido a impulsar este auténtico giro copernicano en la interpretación de la política uruguaya, los politólogos hicieron un aporte valioso a la comprensión del funcionamiento de nuestro sistema político y a la superación del sesgo ideologizado y parroquiano que presidía la lectura ''crítica'' de la política nacional. Álvaro Rico, ciertamente, no nos reconoce este mérito.


NI COBARDÍA NI MIOPÍA
Pero, además de valientes (insisto, se precisa valor, mucho valor para dudar), los politólogos fueron lúcidos. Hay quienes piensan que ser lúcido implica solamente descubrir problemas. En mi opinión, ser lúcido no quiere decir solamente señalar errores o descubrir fallas en el ''sistema''. Un intelectual lúcido es también aquél que es capaz de descubrir y proclamar que el ''sistema funciona'', cuando de hecho, esto realmente es así. Creo que a los politólogos uruguayos no les faltó lucidez: me parece evidente que la política uruguaya luego de la dictadura alcanzó un estándar de calidad elevado. A lo largo de estas dos décadas a Uruguay no le ha ido tan mal: la democracia se consolidó; el país se modernizó; la economía logró, hasta 1998, un dinamismo importante; en el terreno del bienestar social, hasta que la crisis descargó toda su furia, se habían logrado algunos avances muy relevantes.

En todo esto, mucho tuvo que ver el sistema político uruguayo que, entre 1985 y 1999, logró un desempeño muy superior al de los quince años previos al golpe. Los partidos, en el gobierno y en la oposición, actuaron (en líneas generales) con seriedad y responsabilidad. No decirlo no sólo era un acto lamentable de cobardía intelectual. Además, implicaba poner de manifiesto una enorme miopía. Los politólogos uruguayos ni fueron cobardes ni fueron miopes.

Por cierto, lamentablemente, la crisis 1999 2003 nos tomó por sorpresa. No veo por qué no admitirlo. No esperábamos presenciar tantas fallas en el liderazgo presidencial, tanto dogmatismo en el gobierno de la economía, tanta falta de sensibilidad social, tanta torpeza en el manejo de las relaciones internacionales. Aunque no somos economistas, no esperábamos una crisis tan aguda y de consecuencias tan terribles en el plano social. Es cierto, no vimos venir la crisis a tiempo. No pudimos avisar. Fallamos.

¿Por qué no fuimos capaces de advertir a tiempo que algo podía realmente salir muy mal durante la presidencia de Batlle? ¿Por qué no advertimos antes los problemas de nuestra democracia? ¿Por qué no vimos venir la tormenta? No tenemos más remedio que, otra vez, recorrer el camino de la duda. Otra vez nos tenemos que formular preguntas incómodas. Bienvenidas.


LAS CUENTAS PENDIENTES
Tenemos que impulsar, como disciplina, un nuevo programa de investigación centrado en las cuentas pendientes de la política uruguaya. ¿Qué le falta a nuestra democracia? ¿Cuáles son los problemas de nuestras instituciones? ¿No habrá que eliminar una cámara? ¿No habrá que disminuir de una buena vez el tamaño de algunas circunscripciones electorales? ¿Cómo habría que reformar la política a nivel municipal para dejar atrás la Edad Media? (Los intendentes son señores feudales). ¿Cuáles son los principales defectos de nuestros partidos? ¿Tienen una organización moderna? ¿Y qué pasa con el Estado? ¿Qué tipo de servicio civil debemos tener? ¿Cómo debería ser la interfase entre conocimiento especializado y políticas públicas si queremos construir un país en serio y una ''democracia inteligente?'' La lista de proyectos específicos que la debacle reciente nos obliga a abordar es muy extensa.

En ese sentido, Gerardo Caetano, con su ''interpelación de la democracia'', tomó por el camino correcto. Claro, la autocrítica, por ahora, brilla por su ausencia. Ahí Álvaro Rico tiene toda la razón del mundo. No podemos pasar del elogio encendido de las virtudes de nuestro sistema político a la crítica de nuestra democracia sin un debate público. Tenemos que dar la cara y asumir públicamente nuestros errores. Es muy bueno que nuestro colega nos lo haya recordado.


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