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Mentiras verdaderas: Pablo Mieres

El fiel de la balanza en la balanza infiel

¿Qué transmite Pablo Mieres más allá de sus palabras? En nuestro segundo análisis semiológico nos encontramos frente al “más creíble de los candidatos y curiosamente el menos viable”. Por Washington Silveira.

Mentiras verdaderas, verdades mentirosas: segunda entrega a cargo del perito semiólogo Washington Silveira Rodríguez

En el mundo de los significantes y de los significados de la actual campaña política, Pablo Mieres aparece como el candidato más moderado a la Presidencia de la República. No obstante, impregnado de realismo, se presenta más bien como una opción parlamentaria y legislativa, cuyo verdadero peso político solo podrá adquirir realce ante una igualdad hipotética del actual oficialismo y la oposición en su conjunto. Un escenario imaginable, en el Senado, de 15 y 15 representantes de los partidos antagónicos es el más propicio para que Mieres exhiba lo más preciado de sus principios y convicciones, y sin lugar a dudas su mayor potencial.

Se autodefine como un hombre de izquierda moderada y democrática, afirmando la valoración de la Carta Magna de la República por encima del partido político y las ideas propias, y no comulga con la disciplina partidaria cuando de libertad de conciencia se trata.

Si solo observáramos su discurso formal y el tenor de las propuestas, podríamos decir que a Mieres solo le falta una cosa para ser una opción más apetecible ante el electorado: mayor respaldo ciudadano. Esta suerte de contradicción lo ubica en la necesidad de convencer a los que sin estar conformes con lo ya conocido puedan hallar en su persona el fiel de la balanza que defina y viabilice los equilibrios del poder. Su mayor pecado político, en sentido weberiano, es no ser un líder carismático ni tradicional, lo que en la política uruguaya es casi inaceptable.

Su comunicación es tan espontánea como él mismo, al punto de no llegar a medir las consecuencias de un mal uso simbólico del mensaje, como cuando -intentando dejar en evidencia la falsedad de las expresiones del vicepresidente Astori, en cuanto a la falta de propuestas serias de los partidos opositores- quiso darle el programa del suyo al candidato del Frente Amplio, cayendo víctima de un rechazo incómodo y, en cierto modo, bochornoso.

Sin embargo, ninguna minimización que se le quiera hacer puede estar sustentada en carencias discursivas o de contenidos analíticos ni en correlatos gestuales que le desacrediten. Su gestualidad y sus posturas responden de un modo coherente a las fortalezas y a las debilidades que exhibe. Probablemente estemos frente al más creíble de los candidatos y curiosamente el menos viable.

Mieres en las entrevistas

Buen amalgamador de las ideas propias y los desafíos de las entrevistas periodísticas, aunque a veces deba hacer frente a su -hasta ahora- escasa incidencia política, esgrimiendo un lenguaje corporal defensivo o de justificación, como ante la entrevista que le hiciera recientemente Gabriel Pereyra para El Observador TV. Allí se le vio, como pocas veces, salvaguardándose del filo cortante, insinuado desde la pregunta inicial en cuanto al escaso alcance del Partido Independiente en la política uruguaya. Mieres conoce las limitaciones de su espacio político y el accionar posible, pero se muestra seguro de sus propuestas y no presenta inconsistencias profundas en la estructuración de sus planteos. Sin embargo, se le distingue cierta resignación en el rostro, ante la vulnerabilidad significacional de lo pequeño.

De todos los candidatos, es el que mejor resiste la arrogancia o vanidad del actor político, superando, en ese plano, incluso a los líderes de los partidos más pequeños que el suyo.

No es un paradigma de lo que se acostumbra ver en política, tal vez porque ha estado en un lugar que no le ha permitido ser fuerte ni siquiera como oposición, pero sería un reduccionismo explicarlo en estos términos, pues su fortaleza parece estribar en la serena firmeza de ser ideológicamente moderado ante la polarización política.

Caracterizado por una modalización discursiva, predominantemente epistémica, que lo lleva a situar sus referencias dirimiendo entre lo cierto y lo dudoso, lo probable y lo improbable, es un buen desarticulador de contradicciones, aspecto que en materia de proposiciones de contenidos políticos no es un insumo de menor jerarquía. De igual manera, en el análisis conceptual de los temas, el volumen de sus enunciados evidencia contextos de situación y cultura que lo vuelven más versátil (aunque no más convincente) que sus contrincantes.

El discurso de Mieres

El campo, tenor y modo de su discurso le otorgan una sostenida credibilidad de sus intenciones comunicacionales. Su cinésica de conjunto y microexpresiones no delatan subterfugios y la PNL (programación neurolingüística) a nivel ocular lo muestra mayormente elaborador y consistente con los fines del mensaje. Solo en algunos momentos se evidencia una ruptura comprometedora de la iteratividad (acción repetitiva) de su modelo expresivo, observándosele una sucesión de gestos propioceptivos (refieren a la percepción del sujeto respecto a sí mismo) o adaptadores, como ante la pregunta que le realizara en Primera Vuelta el periodista Ricardo Scagliola: “¿Cómo se imagina un gobierno ‘Por la Positiva’?”, Mieres responde: “(Risas) No me lo imagino...”, pero su expresividad gestual dice lo contrario y se ampara en una figura de atenuación que pretende desactualizar la respuesta al nudo de la pregunta formulada: “Capaz que soy poco creativo, es un problema mío... Soy demasiado concreto y apegado a lo inmediato”. Obviamente Mieres no podría sostener eso seriamente y a la vez postularse como un actor político de relevancia que aspirase -al menos teóricamente- a la presidencia del país. Pero esa fue la reacción sobre todo para mostrarse políticamente correcto y evitar adjetivaciones que lo podrían ubicar al límite de la imprudencia.

El uso de los tiempos, el ritmo, las pausas, los encadenamientos lógicos de sus respuestas, su comportamiento gestual y microexpresivo lo presentan como un “pensador de la política” más que como un “político de acción”. Predomina la elaboración sobre la improvisación y la ductilidad sobre la imperatividad.

Sin dudas, los recorridos linguísticos, paraverbales y gestuales de la discursividad son un conjunto semiótico capaz de dejar expuestos a los más hábiles declarantes de cualquier ámbito, pero si tuviéremos que arriesgar un juicio diríamos que Mieres salva su exposición pública con muy buena nota.

Si solo hubiera que significar al personaje político, los electores podrían hallar en Mieres al fiel de la balanza, al punto de equilibrio entre dos pesos contrapuestos. Su oscilación dependerá de la diferencia entre ellos, pero nadie puede anticipar un pesaje correcto sin conocer cómo estará montada la báscula.