Había una vez un país que para solaz de sus habitantes tenía un Cuerpo Estatal de Ballet.
Pero entonces vino una vandálica Dictadura que al decir de Juceca: - agarró y prohibió el ingreso de nuevos bailarines a la función pública.
Lamentablemente aquella Dictadura duró muchos años durante los que su sádica sonrisa no paró ni un minuto de gozar viendo cómo, lenta y fatalmente, bailarinas y bailarines iban tratando de ocultar su envejecimiento. Era un espectáculo patético. En realidad: lo único patético del espectáculo.
Tratar de seguir bailando más allá de las artrosis y la arteroesclerosis, formaba parte de la dura resistencia a la Dictadura... Hasta que en el lago fue quedando una bandada de patos muy mal disfrazados de cisnes. Fue heroico.
El público, también resistente, cómplice y solidario, aplaudía a rabiar aún cuando intentando algún mal paso, el primer bailarín se despatarraba y, sin remedio, era sacado en camilla con el camioncito eléctrico que al efecto trajeron del Estadio incorporándolo al elenco. A veces hacía de góndola...
Sin llegar a tanto, no era raro ver, en medio de una obra, la entrada presurosa de los quinesiólogos con el botiquín de terciopelo en ristre, para atender en el suelo a una bailarina que se revolcaba de dolor y que luego, en medio de los emocionados aplausos, se ponía en pie ya restablecida y exhalando por la Sala un penetrante olor a linimento, tomaba con sus manos cada zapatilla empujando trabajosamente para atrás cada pierna en medio de un gran gesto de dolor pero estirando sus músculos para emprender rengueando su rol de inmedito. ¡Bravo! - gritaba a más no poder la platea para mortificar a los dictadores que la gozaban desde el palco oficial.
En realidad y así, las veladas de viernes, sábados y domingos fueron transformándose con el paso de los años en un espectáculo de tortura creciente para el público pero muy especialmente para el Cuerpo de Baile. Soportada estoica y victoriosamente: ¡Seguiremos bailando hasta la muerte! ¡Y nosotros viniendo a verlos, aplaudiremos también hasta la muerte! ¡Pase lo que pase, no pasaráan!
Fue por ello que al caer la nefanda Dictadura, la Democracia decidió transformar aquel único e irrepetible Cuerpo de Baile en un Monumento Nacional para lo que bastó con no modificar la prohibición ya citada, topearles la jubilación, y seguir pagando los sueldos, con antigüedad incluída, como si estuvieran en actividad aunque ya hiciera años que alguno, debido a la silla de ruedas, no pueda subir al escenario a levantar las zapatillas (algunas ya son pr´´otesis camufladas) unos quince centímetros del suelo a guisa de salto. ¡Y hay que ver al viejito desdentado que hace de Romeo intentar abrazar por entre las muletas a la viejita entrada en carnes que hace de Julieta!
De los habitantes de aquel país ya casi nadie va (salvo sobrevivientes jubilados) porque se han ido muriendo los viejos que dieron aquellas batallas desde la platea. Y la juventud ni recuerda ni había nacido cuando la epopeya de marras. La prensa hace tiempo que dejó de anunciarlo.
Pero los Cruceros que arriban al puerto vomitan turistas en aquel teatro. En especial japoneses que, sin entender nada, sacan miles de fotos para que en Japón la familia les crea.
La otra que también sacaron con fruición fue la gresca que en solidaridad con Haití fue organizada en el Estadio.