"Quien no lo vivió nunca no puede entenderlo"
Es una frase recurrente en los que padecen una fobia. Y es que a los que no viven con este trastorno les cuesta entender que algunas personas sientan pánico por las alturas (acrofobia), o las arañas (aracnofobia), las ratas (musofobia), o los espacios abiertos (agorafobia).
Y mucho más cuesta entender que alguien tenga miedo a las plumas (pternofobia), al número 13 (triscaidecafobia), a las flores (antofobia), a los espejos (eisoptrofobia), o al cabello (tricofobia), por citar algunas fobias poco frecuentes.
"Hay tantas fobias como seres humanos", explica el doctor Guillermo Castro Quintela, jefe de Psiquiatría del Hospital Británico y director del Centro de Diagnóstico y Tratamiento para Desórdenes de Ansiedad.
Consultado sobre cuál sería una correcta definición de "fobia", Castro afirma: "es muy simple: es un miedo irracional a algo. Yo tengo miedo a cosas a las que naturalmente tengo que tenerles miedo. Si yo me enfrento a un león, por ejemplo, genero una reacción fisiológica de miedo, porque el león es un animal potencialmente peligroso. Pero si yo tengo la misma reacción frente a una rata, o frente a viajar en ómnibus, o a alejarse de las casa, entonces tengo una fobia".
"Se trata de un problema de origen químico, ocasionado por desniveles de serotonina a nivel cerebral. Es una enfermedad con predisposición genética y que puede aparecer en cualquier momento, especialmente luego de una situación traumática como una muerte cercana, una separación, o una mudanza", agrega Dagmar van der Weck, fundadora en el año 2000 de Fóbicos Anónimos Uruguay (FAU), a raíz de haber experimentado en carne propia la agorafobia y los ataques de pánico.
"Hay fobias específicas, que son más fáciles de tratar, como por ejemplo a algún animal en especial (ratones, cucarachas, pájaros), miedo a volar, a la oscuridad, a las enfermedades. Las fobias más amplias son sumamente limitantes, como el caso de la agorafobia, que nos impide realizar nuestra rutina diaria, ya que todo lo que está fuera del hogar representa peligro inminente; la fobia social, que le impide al afectado hablar en público, relacionarse socialmente, al punto de no querer acudir a espacio público alguno. En ambos casos se llega al extremo de dejar el trabajo, los estudios", explica van der Weck.
Tanto el doctor Guillermo Castro como Dagmar van der Weck coinciden en señalar que la fobia más común es la social: temor irracional a hablar en público, a ser juzgado u observado por las personas, a ir a reuniones, a exponerse.
La manifestación física más común que experimentan los fóbicos es la llamada crisis o ataque de pánico.
"Es una sensación de muerte inminente" 
Leonardo vivió su primer ataque de pánico en la Ciudad Vieja. En ese entonces tenía 22 años, y trabajaba con despachantes de aduana. "Iba caminando por la calle y sentí que me quedaba sin aire. Sentí que me moría, que se me prendía fuego todo el cuerpo. Pedí ayuda, por suerte estaba cerca de la oficina. Cuando me vieron estaba volando de presión, de palpitaciones, me dieron una porquería sublingual", relata, y agrega: "es una sensación de muerte inminente".
El diagnóstico de Leonardo, que ahora tiene 35, es de "crisis de pánico conjuntamente con crisis de ansiedad", pero tuvo que esperar tres años desde su primera experiencia fóbica para encontrar un médico que le diera título a su padecimiento.
Y tuvo que esperar otros cinco años más hasta que se formara Fóbicos Anónimos, grupo que integró desde sus inicios.
Los disgustos, las peleas, los problemas, o alguna situación difícil son los desencadenantes de cada ataque que padece Leonardo. "Hasta el día de hoy sé que tengo un problema y a los diez días se manifiesta una crisis de pánico".
"Me ha pasado en todos lados, en el cine, en el ómnibus. Una vez estaba pescando, y el saber que no había nadie conocido cerca me empezó a poner mal. Ya sabía lo que iba a pasar, entonces le pedí ayuda a un tipo que estaba ahí, le expliqué: 'me está viniendo una crisis, tengo esto y esto, ¿me hacés un aguante?'. Me dijo que sí, que algo del tema sabía y nos pusimos a conversar, agarré la billetera y saqué un ansiolítico, me lo puse debajo de la lengua y pasó, pasé el momento de crisis".
"Pensá en el momento en que sentiste más miedo en tu vida, y multiplicalo por diez"
Así trata de explicar Picky lo que siente un fóbico ante el objeto o situación que le provoca miedo.
"Siendo muy chica tenía lo que hoy sé que es una fobia 'simple', que es a un bicho en especial, en este caso, el ratón", comenta Picky a sus 54 años, y la palabra ratón resuena con fuerza en su apartamento.
Es que ya superó las etapas más duras de su padecimiento, aquellas épocas en que ni siquiera podía pronunciar o escuchar la palabra "rata" o "ratón", o ver una imagen de ese animalito en revistas o en la televisión. En esos momentos, las personas que la rodeaban debían decir el nombre del animal en inglés: "mouse".
"Vivía en una casa quinta, y (frente a los roedores) desarrollaba ataques de pánico, que muchas veces me llevaron a salir corriendo, otras veces me invalidaron totalmente, y siempre terminaba con una consecuencia de dolores físicos, de cabeza, contracturas. Pasaron los años, y a raíz de los duelos que se viven en la juventud y en la madurez, eso se disparó bajo otras formas, pero siempre con ataques de pánico, que es una sensación que invalida, una sensación de muerte, de mucha angustia y de no saber qué te va a pasar. Tenés miedo hasta de perder la razón", describe.
"Durante los ataques nunca perdés la conciencia, pero es una reacción incontrolable. Hubo situaciones en las que llegué a lastimar a la persona que tenía al lado, por el hecho de apretarla, al tratar de defenderme contra ese 'monstruo'. Perdés el control y te asustás hasta de ti misma".
El miedo a los ratones era independiente del hecho de verlos o estar cerca de uno. Era una imagen recurrente en sus pensamientos, se repetía en sus sueños. "Llegué a sufrirlo de tal manera, que mis nietas me decían abue, no te traigo los libritos de cuentos en donde hay 'mouse'. Y escandalosamente, llegué hasta a advertirle al profesor de computación que no dijera la palabra mouse en español", comenta.
Ese trastorno se derivó en otras fobias y problemas, como suele suceder, a la larga, con quienes padecen esta enfermedad y no la tratan a tiempo. "Ya no quería socializar, me encerraba en mi casa buscando protección de todo lo externo, porque todo lo externo me era hostil. Da mucha angustia, porque el fóbico no siente la comprensión de la gente que lo rodea, y muchas veces se da para la burla: no querés salir al almacén por haragana, o porque sos cómoda, etcétera. Eso te hace encerrarte más y no querer enfrentar lo más simple: salir a la vereda, subir a un ómnibus, encontrarte con gente, pedirle al feriante que te de un kilo de bananas, cualquier cosa se te hace difícil. Parece irrisorio pero es así", afirma Picky.
"Dependés del buen ojo" 
Todos los consultados destacaron la importancia del diagnóstico, como paso clave para comenzar la recuperación.
El diagnóstico de la fobia, en Uruguay, depende del buen ojo clínico del médico. No existen, como en otros países del primer mundo, tecnologías que permitan determinar certeramente que lo que ocurre en el cerebro sea una reacción "fóbica".
Un elemento central en el diagnóstico de estos padecimientos es la tomografía PET, o "tomografía por emisión de positrones", que fue desarrollada en Suecia por un grupo de médicos entre los que se encuentra un uruguayo: Henry Engler, que forma parte del Centro PET de la Universidad de Uppsala.
En una entrevista realizada en 2004 por la radio El Espectador, este médico explicó que con la tomografía PET se puede ver la funcionalidad de los órganos, por ejemplo del cerebro, y determinar sus reacciones a distintos estímulos. "El pánico a los espacios abiertos, el pánico por las arañas y las víboras, eso tiene una representación dentro del cerebro que hemos podido ubicar en nuestro centro", señaló Engler en aquel entonces.
Pero Uruguay está lejos de contar con una tecnología de ese tipo. "Los médicos acá se basan en su ojo clínico, combinado con lo que nosotros le podemos transmitir", señala Picky, con la decepción de quien entiende cuánto más fácil sería el diagnóstico si se contara con estos avances.
"La pichicata"
Picky comenta que para algunos fóbicos es difícil asumir un tratamiento farmacológico, ser conscientes de que por mucho tiempo - o de por vida en algunos casos agudos- dependerán de la toma de medicamentos. Fármacos que pueden traer algunos malestares secundarios, pero que son fundamentales para una mejor calidad de vida.
"Mi caso se trató con una droga que se llama paroxetina, que se acompaña con un ansiolítico. Yo hace doce años que empecé a medicamentarme. Por lo general se dosifica en forma de meseta: al principio se toma poco y se van evaluando las reacciones, después se aumenta la dosis y se la mantiene durante un tiempo largo. Por último se va bajando la dosis, a medida que uno va aprendiendo a manejar la fobia", explica.
Leonardo, por su parte, tuvo que asumir un cambio radical en su vida y sus costumbres, cuando a los 25 años comenzó el tratamiento. "Me costó mucho porque a esa edad yo me comía el mundo, y ahora soy un ángel. Dejé de fumar y de tomar alcohol, por la medicación, pero entiendo que la pichicata me da cierta calidad de vida, entonces hago el sacrificio necesario para poder vivir bien", cuenta.
Además de la medicación, los fóbicos deben aprender distintas maneras de mitigar las reacciones físicas que se desencadenan en una crisis. Casi como estar preparados para lo peor.
"Aprendemos métodos de relajación muscular, y cómo manejar la hiperventilación respirando adentro de una bolsa de papel, como se ve en las películas, o haciendo una carpa con las manos sobre la nariz para respirar tu propio aire", relata Picky.
Se ha dicho infinitas veces que una forma de curar una fobia es enfrentar al paciente al objeto de su temor. Pero esta forma de tratamiento nunca debe utilizarse a modo de "shock", sino que debe ser tomada con cuidado. "El afrontar situaciones u objetos que representan miedo en un principio suele ser sumamente traumático. La exposición debe ser lenta pero continua, en la medida que el médico o el terapeuta lo consideren apropiado", comenta Dagmar van der Weck.
En el caso de las fobias simples, por lo general se utiliza la terapia cognitivo conductual. Picky debió utilizarla para superar su problema con los "mouse".
"Son unas cuantas sesiones, en donde el terapeuta te va acercando hacia el problema, hacia el ratón en este caso. Te va guiando para que lo visualices, que veas que lo tenés cerca, que veas que no te va a atacar, que no te va a hacer nada, que es totalmente inofensivo. Te lo va diciendo mientras vos estás en un estado... no de hipnosis, pero sí de una relajación tal que podés ir aceptando esa imagen. Después de la terapia yo podía repetir la palabra, decía 'ratón', decía 'rata', decía 'roedor'", cuenta.
A pesar de que se trata de un trastorno a nivel cerebral, de origen químico, existen varios tratamientos para mitigar los problemas que generan las fobias, y hasta podría hablarse de "cura" o de una mejora significativa.
"Se calcula, aproximadamente, que entre un 7,5 y un 14 % de la población mundial sufre algún tipo de desorden de ansiedad. A grandes rasgos, un 35 o 40% de estos trastornos se pueden curar, otros se mantienen estables con tratamiento farmacológico, y un 20% no tienen cura, aunque se puede mejorar la calidad de vida", indica el doctor Guillermo Castro.
"Sé que lo domino, sé que no me gana" 
Si bien el índice de cura es auspicioso, muchos fóbicos saben que conviven con una enfermedad que llegó para quedarse. Lo que importa es encontrar la forma de sobrellevarla, y sentirse preparado.
"En la actualidad no estoy medicada, pero fueron doce años de medicación. Ahora considero que he podido controlar algunas situaciones que me podían producir ataques de pánico. Eso me ha llevado a querer dejar la medicación. No quiere decir que en algún momento no la vuelva a necesitar, porque esta enfermedad se sobrelleva, se controla, se aprende, pero siempre está latente", concluye Picky.
"La última crisis que tuve fue en Carnaval. Me pasó de todo y mi cabeza no aguantó. Era diferente al primer ataque: estaba solo, tirado en un baño, pero me empecé a decir 'hay que encarar, no hay nadie cerca, tenés que salir'... y salí. Estaba todo transpirado, todo cansado, pero lo logré. Ahora ya sé lo que es, y sé que no me voy a morir, que el ataque no me va a matar. Incluso hay veces que me entrego, que digo 'vení... vení que me vas a aliviar', porque después de un ataque, no se repite por un montón de tiempo", cuenta Leonardo.
Información sobre Fóbicos Anónimos
Montevideo Portal / Inés Nogueiras
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