En su exaltación de los sacrificios amorosos, la lírica trovadoresca recoge el ejemplo de un noble caballero que asume el reto propuesto por su amada y lo conduce hasta un inesperado final. La dama en cuestión anuncia que ofrecerá su amor al caballero que pase cien días con sus noches apostado bajo las murallas de su castillo.
El caballero protagonista de la historia lo hace durante cien días y noventa y nueve noches, marchándose sigilosamente entre las sombras de la velada final.
De ese modo, el aspirante al amor demuestra el coraje suficiente para afrontar la prueba, y coloca a su propio corazón por encima de la persona que la impuso.
Especie de trovador de cuatro patas, el perro Leo también sabe lo que son las esperas.
El simpático perro comenzó a merodear por la vera de una carretera en Tailandia. Los lugareños notaron que no parecía un animal callejero y supusieron que se había perdido. Preguntaron aquí y allá, pero no lograron dar con sus dueños.
Así las cosas, una vecina decidió adoptar a Leo y llevárselo a su casa, pero el animal se negó a abandonar su sitio junto al camino. Resignada, la mujer comenzó a llevarle comida a diario y a ocuparse de él sin retirarlo de las calles.
La historia de Leo se viralizó en las redes y miles de internautas comenzaron a compartir su foto en procura de dar con sus dueños. Y dio resultado.
Según publica el medio español La Información, las publicaciones llegaron hasta una familia que había pasado por el lugar cuatro años antes, y cuyo perro se había perdido durante el viaje.
El dueño original, llamado Noi, contó que estaba de viaje junto a su familia, y cuando se detuvieron a cargar combustible en una estación de servicio, notaron que su mascota ya no estaba.
Supusieron que había bajado de la camioneta al ver algo que le llamó la atención. Desandaron buena parte del camino para buscarlo, pero no pudieron hallarlo.
Cuando se enteraron de que el perro -que se llamaba BonBon, no Leo- estaba vivo y bien, se pusieron muy felices. Sin embargo, la historia les reservaba una sorpresa: cuando el dueño vio llegar a su legítimo dueño, se puso muy contento y le hizo toda clase de fiestas pero -orgulloso como el caballero- se negó a irse con él.
Finalmente, el propietario "original" y la madre "adoptiva" decidieron que el perro se quedase allí donde era feliz. La mujer seguiría alimentándolo como hasta ahora pero con la colaboración del hombre, quien a su vez se comprometió a visitar a menudo al can.
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