Nuestra sección Qué es de la Vida se dedicó durante dos años a realizar un repaso exhaustivo por el paradero de las estrellas de ayer. Repasamos ahora los personajes a los que dimos captura durante ese tiempo, gracias a la colaboración de los lectores



 
 
Ljubo Petrovic



Ljubo Petrovic alza la vista y las lágrimas comienzan a fluir  y dispersarse en su agrietado rostro balcánico. Una guerra étnica, racial y religiosa está haciendo sangrar a su país natal, Yugoslavia, y ante sus propios ojos se desarrollan las consecuencias del horror: Ljubo está frente a un terreno abandonado por la mano de Dios, destruido por las bombas, donde varios refugiados corren huyendo de la lluvia y los horrores de la guerra.

Un momento. Petrovic vuelve en sí y recuerda. El terreno desolado en el que se encuentra, con aspecto de haber sido arrasado por los bombardeos que llueven sobre Belgrado, es la cancha embarrada del Paladino, donde su equipo, Peñarol, debe jugar con el local Progreso. Los refugiados que le causaron consternación no son otra cosa que los cansados suplentes de ambos equipos, intentando guarecerse de la lluvia bajo unas tablas maltrechas con la leyenda "Panchos y refrescos". Está en Uruguay, corre el año 1992 y acaban de trasladarlo a un lugar aparentemente barrido por seis bombarderos B52 y tres estampidas de ganado. Allí, las autoridades del fútbol uruguayo –un deporte que a Ljubomir le recuerda vagamente el que solía jugar en Europa- dispusieron la realización de un match por el torneo local. Petrovic mira consternado y exclama con su español maltrecho la mejor palabra de toda su estadía en nuestro país, y por la que será recordado incluso 15 años después: "¡Catástrofa!".

En las épocas en que el mundo hablaba de las maravillas del depurado fútbol yugoslavo, Ljubomir Petrovic había sido traído por el Peñarol de Cataldi como manotazo de ahogado para salvar un equipo que venía dando un espectáculo lastimoso año tras año. Petrovic había ganado la Copa de Europa con el Estrella Roja de Belgrado en el '91, y se había convertido con esas credenciales en la voz avante-garde del fútbol europeo. Los dirigentes de Peñarol, deslumbrados por el brillo de sus títulos y su diente de oro, rompieron las chanchitas, se quedaron con el vuelto de la casa Rodas y contrataron al flamante campeón.

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Petrovic llegó a Uruguay sintiéndose tan ubicado y acomodado como un jíbaro reducidor de cabezas en un almuerzo de Alfredito Etchegaray. Los periodistas y el pueblo, intrigados por la excentricidad del caso (un yugoslavo dirigiendo a Peñarol), lo ametrallaron con todo tipo de preguntas: si le parecían lindas las mujeres uruguayas (Ljubomir, honesto, dio un no rotundo), si extrañaba Yugoslavia, si admiraba el fútbol uruguayo.

Esta curiosidad se trasladó al estadio el día del debut, cuando casi 40 mil personas se reunieron en el Estadio Centenario para ver a Peñarol contra Bella Vista. Ese día Ljubomir Petrovic nos vendió espejitos. Peñarol ganó 5 a 0, y hasta el más primitivo de los jugadores aurinegros parecía el mejor Stojakovic. El engaño duró poquísimas fechas, ya que el equipo volvió a su senda errática y Petrovic demostró que tenía serios problemas de comunicación con sus dirigidos. La "catástrofa" de Ljubo llegó en el propio Paladino, cuando el gaucho Johnny Miqueiro remató al equipo con una facilidad pasmosa.

La fuga

Mañana prístina en Los Aromos. Todos los jugadores se presentan a entrenar pero notan que falta algo, que por alguna razón el entrenamiento no comienza normalmente. El kinesiólogo está, el alcanzapelotas también, el aguatero está en la vuelta. Alguien se ilumina de pronto: falta Ljubomir Petrovic, ausente del entrenamiento sin previo aviso.

Cuando los dirigentes de Peñarol intentan contactarlo, descubren que "Catástrofa" está tomando un whisky a diez mil metros de altura, rumbo a su Yugoslavia en vías de desintegración. Según los argumentos que dio para justificar su fuga apresurada, Petrovic extrañaba a su familia, no se adaptaba al ambiente y quería estar junto a los suyos en momentos tan difíciles como la guerra de los Balcanes. Días después, arrepentido del papelón internacional, llama por teléfono al presidente de Peñarol y se ofrece a regresar si la institución así lo desea. Cataldi, suponemos, lo invitó a conocer a la madre del mariscal Tito. Un dato curioso es que Petrovic hoy en día se vanagloria de su pasado en Peñarol: dentro de su currículum se encargó de aclarar que "llevó a Peñarol del noveno lugar al segundo", una estadística que no es completa.

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¿Qué se hizo de "Catástrofa" Petrovic, que llegó como la revelación del fútbol moderno y se fue escabulliéndose por la puerta trasera de un hotel? El ex futbolista y actual técnico, nacido en Bosnia y Herzegovina en 1947, pasó luego al Olimpiakos de Grecia (donde aparentemente le cerraban la puerta del hotel por fuera), volvió al Estrella Roja de Belgrado, tomó el mando del Espanyol –donde tuvo una tétrica performance y fue despedido en dos meses-, probó suerte en Dubai y también con dos cuadros chinos, el Shanghai Shenhua y el Beijing Gouan. Contratado luego por el equipo austríaco GAK, fue destituido por pegarle a un jugador de su equipo.

Tras probar suerte de vuelta en el Estrella Roja, Petrovic volvió a hacer de las suyas. En el '99 lo contrató el equipo búlgaro Levski Sofía, pero el técnico volvió a fugarse porque "extrañaba a su familia y se sentía aquejado por un cuadro de stress".

En los últimos años le fue un poco mejor: luego de pasar el 2003 y 2004 dirigiendo en China, Bulgaria y Yugoslavia, Ljubo logró quedarse en un cuadro por tiempo prolongado. Entre el 2005 y el 2007 fue el DT del equipo búlgaro Litex Lovetch, con quien salió campeón el primer año en el que cumplió funciones. Se convirtió después en asesor de la federación serbia y desde el 2008 dirige al NK Croatia Sesvete. Se comenta que por las noches, cuando tiene pesadillas, no acuden a su mente las imágenes de la carnicería de los Balcanes sino el terror profundo del Paladino en una tenebrosa tarde lluviosa.

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