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Inventar mundos con la palabra

Ana Solari: “Buscar lugares desconocidos, a esta altura, es lo mismo que escribir”

La autora dijo que “no siempre una novela refleja lo que uno piensa”, pero con ‘Campo de batalla’ está “bastante de acuerdo con esa visión”.

20.11.2021 09:45

Lectura: 9'

2021-11-20T09:45:00-03:00
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Por Ignacio Palumbo

Campo de batalla es la última novela de Ana Solari, un trabajo de casi dos años que, en algo más de 200 páginas, “entrelaza un puñado de personajes en un campo de batalla cotidiano desde donde poder paliar las confusiones y enfrentamientos de una vida cada vez más incomprensible”, según resume la contratapa del libro.

Pero esta ficción va más allá. A través de sus personajes, principalmente los niños Louise (la protagonista) y —en ocasiones— Jules, Solari abarca una plétora de temas y conceptos. La realidad del sistema educativo, el matrimonio y divorcio, el capitalismo y comunismo, el género… A través de los ojos del personaje principal, estos temas son reflexionados y acompañan a la narrativa central, que cuenta la historia de una preadolescente de 12 años que vive con su madre luego de que ella se divorcie de su esposo. Así, Louise emprende la búsqueda para reencontrarse con su padre.

Sin embargo, Solari no sabe de dónde sacó la inspiración para la trama, el mundo y sus personajes. Simplemente, escribió. Y se sorprendió con lo que leía y con las observaciones de Louise, que no siempre concordaban con las de ella.

El toque final de la novela lo da Héctor Solari, hermano de la autora. Él creó las ilustraciones tanto de la tapa, titulada Paisajes después de la batalla, como del epílogo del libro, que son un correlato de los capítulos de Campos de batalla.

Montevideo Portal conversó con Ana Solari sobre su nuevo trabajo y ella contó en detalle sobre su proceso y visión acerca de la novela.

— ¿En qué se inspiró para escribir esta historia?

— Te soy bien franca, no lo sé. En esta novela, no lo sé. Pero hace poco, revisando archivos viejazos, encontré una obra de teatro con dos niños que se quejan, uno de su madre y el otro que tiene un padre que después resulta que es preso político. Se me ocurrió que el germen estaba ahí y que después sale esto, pero en clave de humor. Es lo único que encuentro.

— ¿Simplemente se creó?

— Sí. Estaba muy cansada, había terminado de hacer la tesis. Y empecé a escribir y me empezó a divertir lo que estaba haciendo. Se la mostré a mi hermano, él quedó encantado con los primeros capítulos y me insistió mucho con que quería saber qué pasaba con estos chiquilines. Fue así.

— ¿Cómo se fueron creando los personajes a medida que los escribía?

— Los veo borrosos. La cara de Louise, por ejemplo, no sé cómo es. Me la imagino, pero no estoy segura, de Jules tampoco.

A partir de ahí los empecé a seguir, en qué lío se meten y los primeros exabruptos, que él dice que quiere ser ladrón de bancos —que me pareció genial—, después toda la diatriba que hace acerca de que los delincuentes no deben tener derecho a la defensa y después sí.

Nada, empecé a ver cómo actuaban esos chiquilines en ese edificio que viene a ser su universo.

— No es que los haya creado, sino que se fue sorprendiendo con ellos.

— Eso me pasa siempre con cada libro. Es como si estuviera empezando a ver una película y no la conozco y te estuviera contando, a medida que pasa la película, lo que estoy viendo. Eso es como yo escribo.

— ¿Fue una lectora más?

— Soy mi primera lectora, digamos. Y me voy sorprendiendo.

— A Louise, ¿la piensa más como una niña o como una adulta?

— Es una niña. Pero los niños también se hacen preguntas de adultos, pero en clave infantil. Pero para mí es una niña preciosa, encantadora.

Montevideo Portal

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— ¿Cómo son las preguntas que se hacen los niños en su novela?

— Ellos reflexionan y les surgen preguntas y respuestas; sobre todo Louise se da respuestas, Jules es más un niño de acción, es muy recio, muy como que hay que hacer y ya está. Louise es mucho más reflexiva y además se pierde un poco en sus pensamientos. A veces me hace acordar a Susanita, la de Mafalda, que empieza a hablar de una cosa y cuando termina tiene un universo construido.

Ella es muy crítica, por ejemplo, con el sistema educativo y lo poco coherente que ella siente que los docentes no han cuestionado las propias cuestiones que les enseñan o que ellos deben aprender. A partir de ahí, la propia Louise puede reflexionar sobre esto que está tan de moda de posverdad, "pos" esto, "pos" lo otro, que es muy práctico. Si decís "estamos en la posverdad" o "estamos en la poshistoria", ¿qué quiere decir? No estamos nada en la posverdad. Es la verdad que nos toca.

— ¿Son las reflexiones de Louise o son las suyas?

— Son de Louise, pero yo con la mayoría de ellas estoy de acuerdo.

Me impresioné un poco cuando ella resulta reflexionar sobre el género, porque no es un tema para mí en esos términos. Ella, sin embargo, se mete, lo que a mí me permite suponer que lo que ella dice es lo que ella realmente piensa, que yo simplemente transcribí lo que ella estaba pensando.

—La historia no transcurre en Uruguay, diría que ni siquiera tiene un lugar fijo.

— No, me lo imagino en algún suburbio en Europa, como en Francia, por la cantidad de inmigrantes y por las características.

Pasa que mis novelas nunca transcurren en un lugar que tú digas "ah mirá, esto es el Chuy"; el espacio es un no espacio, por decirlo de algún modo. Y se va construyendo el espacio en la medida de la necesidad de la propia trama. Entonces necesitaba un edificio; ta, edificio hay en cualquier lado, una escuela hay en cualquier lado, pero después cuando comienzan a aparecer los personajes que pueblan esos espacios ahí se termina de definir un territorio que no es América Latina. Eso es clarísimo.

— La conjunción de culturas a raíz de la inmigración aporta o hace a ese mundo.

— Claro. Viste que hay conflictos entre los chiquilines... no sé si conflictos, pero viven situaciones complejas de convivencia y de tolerancia cultural siendo tan chicos. Louise lo dice muy claro: los kurdos, los chechenos, una chica que es musulmana, están los blanquitos que son racistas… Es un universo muy variopinto y eso como con cualquier persona: vos cargás no solamente tu persona, sino con tu entorno, tus creencias y tus valores. Eso explota en ese salón de clases, que termina en esa batalla campal. Me encanta (ríe), me pareció genial.

— Louise sueña con descubrir lugares desconocidos con el padre, pero le miente a Jules y le dice que quiere ser escritora. ¿De dónde sale esa conexión?

— En definitiva, buscar lugares desconocidos a esta altura del partido es lo mismo que escribir. ¿Cuántos lugares desconocidos y sin humanos podés encontrar? Entonces los inventás. Yo creo que ahí está el vínculo entre lo que ella le responde a Jules para no quedar mal y lo que en realidad quiere.

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— ¿Cuál es el campo de batalla en la novela?

— Creo que el campo de batalla o el escenario de combate incluye todo, pero es como si vos después tuvieras diferentes frentes. Entonces, hay un campo de batalla que es el propio de los niños y después está el campo de batalla de los niños con los adultos que les corresponde digamos; porque Jules también tiene a su padre, lo que pasa que el padre de Jules es un encanto de hombre, pero a él lo abandonó la madre. Entonces ahí hay un enfrentamiento niño-adulto y con Louise pasa lo mismo. Después están los enfrentamientos de los niños entre sí con la institución educativa.

— ¿Cree que la novela refleja tu visión sobre la vida?

— Sí, en parte sí.

No siempre una novela refleja lo que uno piensa. Pero en este caso estoy bastante de acuerdo con esa visión.

— ¿Qué tal resultó la experiencia de trabajar en el libro con su hermano realizando las ilustraciones?

— Fue apasionante. Él fue de los primeros en leerla y le encantó.

Primero se planteó hacer la tapa, hizo dibujos originales y después se nos ocurrió hacer, para cada capítulo, una ilustración propia. Pero no que fuera capítulo e ilustración —como si la ilustración fuera la representación del capítulo— sino que es su interpretación, su lectura. Ahí resumió la idea más importante de cada capítulo, le dio un correlato, por eso todos los nombres tienen que ver o con los santos o con cuestiones de diferentes guerras.

Se armó así, lo fuimos viendo y me mandaba las ilustraciones, que en general me encantaron. Sí vimos algunos de los nombres, eso sí lo trabajamos bastante porque debían más o menos entenderse.

Él siempre dijo que esto es un epílogo, otra manera de ver la novela o la historia.

— ¿Le parece que cada ilustración capta la esencia del capítulo en cuestión?

Sí.

No sé para cualquier lector, pero yo estoy muy interiorizada con la estética de mi hermano. Entonces para mí eso es lo que es; capaz que otra persona que no conoce su obra no entiende mucho. Para mí está clarísimo porque conozco su estética en relación con la guerra.

— El libro lo lanzó hace cuatro meses. ¿Ya hay planes para alguna otra nueva publicación?

— Sí, tengo dos libros en el horizonte. Tengo dos libros inéditos así que hay planes para el futuro.

Por Ignacio Palumbo