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Un viaje por los rincones de Japón
Florencia Pujadas en Japón. "No nos vamos nada, que nos saquen a patadas". Hay pocas expresiones más folclóricas que este cántico rioplatense. Lo escuchamos desde que somos chicos a la vuelta de los campamentos, en las victorias de partidos de fútbol y cuando prenden la luz de una fiesta que nadie quiere terminar. Nos identifica, es parte de nuestra cultura. Pero pocas veces en un Mundial de Rugby se escuchó con tanta fuerza como el miércoles 25 de setiembre. Los responsables fueron una veintena de jugadores que acababan de marcar un nuevo hito en la historia del rugby uruguayo. Con ese grito, que los dejó afónicos, Los Teros festejaron la victoria ante Fiji, el gran favorito de un encuentro sorpresivo. "Son pocos pero sí que se sienten", comentó una periodista inglesa después del partido.
Las repercusiones pronto llegaron a Uruguay. Los diarios y noticieros amanecieron con la noticia de que la Selección había derrotado a un rival del Top 10. Y repitieron los videos que habían grabado los pocos -y ruidosos- uruguayos que estaban en la tribuna. La victoria despertó el interés de muchos que siguieron la carrera mundialista de la Selección a la distancia. Pero allá, en un rincón perdido de las islas japonesas, había familiares de los jugadores, el equipo técnico, veteranos fanáticos del rugby y un niño de 12 años que gastó sus ahorros en un pasaje a Tokio. El pequeño de Carrasco Polo, que llegó con su madre, no podía contenerse. Nadie podía. Los festejos fueron tan fuertes como el viaje a Japón. Porque hay pocos destinos tan impactantes para un occidental como el país de las geishas, el sushi, la religión y el orden.
Un cambio inesperado. Antes de pisar las tierras niponas, el término "choque cultural" puede resultar exagerado. Es cierto que los viajeros siempre llegan con cuentos, reflexiones y curiosidades. Pueden quedar sorprendidos con las edificaciones en Estados Unidos, la historia del Vaticano o las costumbres indígenas en Perú. Pero -y sí, es una afirmación subjetiva- hay pocos lugares donde los occidentales pueden sentirse perdidos al enfrentarse a estímulos y costumbres que les cuesta descifrar. Uno es Japón.
Hasta hace unas décadas, este era un destino poco usual entre los turistas occidentales. Las razones son varias, entre ellas la distancia. Para salir de Uruguay se necesitan tomar al menos dos vuelos de 12 horas. La diferencia horaria y el jet lag se sienten y desorientan. Pero es de las pocas cosas que pueden desorientar -además de la cultura, claro- en este país asiático. Porque si hay algo que identifica a los japoneses, es su orden y claridad.
Antes de viajar, uno de los grandes miedos es cómo hacerse entender para no perderse. Y hasta hace unos años el tema del idioma podría dificultar mucho. El turismo más fuerte era el interno y los chinos, que todavía son los que más visitan el país vecino. Pero ahora la historia es bien distinta. Se estima que hubo cerca de medio millón de visitas por el Mundial de Rugby, y se espera que se alcancen los 40 millones de turistas por los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020. Los cambios se notan.
El aeropuerto de Narita está empapelado con folletos en inglés y gigantografías de las estrellas de la Copa de Rugby. Por ahí, colados en las tiendas del free shop, también hay fotos de Los Teros y banderas de Uruguay para regalar como souvenir. Es curioso, pero habrá más de un japonés con la camiseta de la Celeste en las ciudades donde se juega el Mundial. Dicen que es común que se fanaticen con un equipo y lo sigan en todos los deportes.
El aeropuerto -y toda la ciudad- está movilizado por los turistas de la Copa del Mundo. Además de las tiendas con los regalos, los funcionarios que hablan en inglés tienen carteles para asesorar a los turistas. También están marcadas las líneas de metro, los ómnibus y la parada de los taxis (que no es muy recomendable por los precios y las distancias). La ida a los partidos, los paseos y los trasbordos por las ciudades pueden ser algo confusos. Porque si hay algo que caracteriza a Japón son las largas distancias. Pero no hay nada que Google Maps no soluciones en estos días. Si no, están los japoneses que, ya en la calle, se desviven por ayudar a los turistas.
Desde que van a la escuela, los niños son educados para ser amables, serviciales y respetuosos. Por las estaciones pasan millones de personas, pero reina el silencio. Todos caminan callados, sin levantar la mirada del celular. Pero si ven a un turista perdido -y no es difícil identificarlo- son capaces de perderse el tren para asistirlo. Durante todo la Copa del Mundo, los más ruidosos serán los extranjeros. Hasta en los partidos, los japoneses recogen sus desechos antes de irse, se ponen nerviosos si alguien ocupa su asiento (pero nunca dicen nada, claro) y necesitan mantener un orden. Ya de pequeños aprenden a limpiar los salones y tienen clases de entrenamiento donde les enseñan, entre otras cosas, a hacer fila. Sí, aprenden cómo tienen que pararse y cuál es el lado que deben dejar libre para subir escaleras en el metro sin molestar al resto. Pero también lo sufren.
Desde el primer contacto notamos que había códigos que no entendíamos. Camino al hotel, una niña japonesa no pudo ocultar su extrañeza cuando una pareja uruguaya se dio un beso en el metro. Y lo mismo iba a pasar con los festejos después del primer triunfo de Uruguay, cuando muchos se iban a acercar a documentarlo con sus celulares. O a pedirles una foto a los hinchas. Sus relaciones amorosas, sus amistades y el trabajo están marcados por el orden, la tradición y la estructura. La cultura japonesa se basa en tres conceptos: obligación, deber y honor. Es por eso que el contraste con la cultura occidental es tan fuerte. Durante el Mundial, cada vez que los australianos se cruzan se ponen a cantar, los franceses se abrazan y los uruguayos se quedan charlando. Pero los japoneses no.
Son pocos los momentos en los que expresan su emoción, y la mayoría lo hace en algún bar por el centro mientras se toma una cerveza. (Estudios indican que los japoneses carecen de la enzima que procesa el alcohol, por lo que es común verlos borrachos por las calles). Solo hay que ver algunas estadísticas para entender la diferencia cultural. Entre los jóvenes está la tendencia de no tener una pareja porque "demanda mucho tiempo" y las cifras indican que hasta está disminuyendo su actividad sexual.
Según la Asociación Japonesa de Planificación Familiar, el 49,3% de los adultos entre 18 y 49 años no tuvo sexo en el último mes. Tanto hombres como mujeres dicen que la falta de deseo aparece por el desbalance entre la vida privada y la laboral. Trabajan demasiado. De hecho, el mismo hombre que nos atendió el primer día en la llegada al hotel en Tokio fue el que luego preparó el desayuno y en la tarde atendió el check in de una pareja de neozelandeses. En promedio, los hombres pasan en la oficina unas 60 horas a la semana. Entre las mujeres, la cifra desciende un poco. Pero el problema es grande: en Japón hay un alto índice de suicidios, impulsados, en gran medida, por lo demandante de la rutina, el estrés y el bullying laboral. Muchos, además, viven en pequeños hogares que llaman la atención de más de un turista.
Por las noches, en Tokio, más de un grupo de australianos va a contar los problemas que tiene para dormir en esos pequeños cubículos tan populares en Japón. Sin embargo, las quejas no son comunes entre los turistas, porque ese orden no solo aparece en el metro, en el trabajo o en el bar. También se traslada a la organización de la Copa del Mundo.
Un partido, la historia. Antes del primer partido de Los Teros, la mayoría de los uruguayos que fueron acompañando a la Selección decidió pasar unos días en Tokio. El tsunami de 2011 borró los atractivos de Kamaishi, donde debutaron, y poco había para hacer en esa ciudad. Incluso había pocos hoteles donde quedarse, un problema que se volvió un dolor de cabeza para los que tuvieron que correr el último tren con destino a Tokio después del partido.
Para llegar al estadio, muchos debieron tomarse un tren bala y otro local -un viaje que revelaba el contraste entre el lujo de la capital y la pequeña localidad de Kamaishi-. Los organizadores de la copa habían presentado una aplicación gratuita que marcaba los horarios y cómo llegar al partido. De todas maneras, siempre iban a estar los funcionarios y voluntarios que caminaban con carteles en el camino hacia al estadio. Además, en todas las ciudades había una gran fan zone con puestos de bebida y comida occidental para los fanáticos: cerveza, papas fritas y hasta pizzas, una forma de sentirse más cerca de casa.
Antes de viajar, nos habían advertido que la comida japonesa era bien distinta a la que conocíamos, incluyendo el sushi. En la mayoría de los hoteles -en especial en las ciudades más lejanas a Tokio-, solo había buffets con arroz, fideos y pescado. A veces había pan o algún croissant que se cotizaba entre los occidentales. Los japoneses son delgados, pero están acostumbrados a comer frito, no se saltean el pollo, el cerdo ni los bocaditos bañados en aceite. En sus desayunos no falta el pescado crudo, la versión cocida, el arroz, las papas fritas, los vegetales, todo con palitos. Es sorprendente la cantidad de alimentos que se pueden comer con esos utensilios. Tampoco faltan los condimentos picantes. Una extraña combinación de sabores.
Las primeras veces, los comidas causan intriga, pero es difícil seguir sus rutinas alimenticias sin que el cuerpo sienta que algo anda mal. Los jugadores de Los Teros no tuvieron problema: viajaron con una parrilla, tenían mesas repletas de carne, verduras y frutas. Estas últimas son difíciles de encontrar, y muy caras; por un racimo de uvas se puede pagar 8 dólares. Pero el resto de los visitantes aprovecharon más de una vez para comprar comida rápida occidental en los puestos de la fan zone del Mundial. Estas áreas funcionaban como un punto de encuentro para los fanáticos, que se reunían antes de ingresar juntos a los partidos. Sin embargo, hubo pocos uruguayos antes del debut contra Fiji; la mayoría se ubicó en las gradas horas antes del partido.
El equipo había despertado expectativa con una gran preparación mundialista y no paraba de acumular hitos históricos. Sin embargo, ninguno esperó que, tal como había dicho el capitán Juan Gaminara y luego repitiera el técnico Esteban Meneses, el equipo shockeara al mundo. Y lo hizo. Tras 80 minutos de tensión, marcados por los gritos cada vez que se anotaba un try o se convertía un penal, los uruguayos le ganaron a Fiji. Era la tercera victoria mundialista en la historia del deporte uruguayo después de 16 años. El resultado impactó a los grandes medios y a los fanáticos del rugby, que se toparon con los uruguayos días después. "Cómo jugaron. Fue increíble, amigos", decía un grupo de hinchas de los All Blacks de vuelta en Tokio.
Tres partidos, más esfuerzo. La victoria despertó adrenalina y emoción en el equipo, que no pudo mantener el ritmo en su segundo partido. La cita fue en Kumagaya, una ciudad a poco más de una hora en tren desde Tokio. El trayecto era más directo: había que tomarse un par de trasbordos -siempre hay que hacer conexiones- y el recorrido era pintoresco. El paisaje mostraba extensos campos de cultivos de arroz. Pero fue difícil, al menos para los uruguayos que estábamos en ese vagón, hablar de otra cosa que no fueran las publicidades que aparecían por el camino. Cada vez era más llamativa la obsesión que los japoneses tienen con Occidente. Por las calles de Tokio se venden incontables tipos de crema para cuidar y blanquear su piel; es común que las más jóvenes hagan sesiones en cabinas fotográficas con efectos que agrandan el tamaño de sus ojos y se venden lentes que aumentan el iris. Una de las cirugías plásticas más comunes, además, es la de párpados. Las publicidades que dominan las carreteras, los metros y las tiendas revelan su complejo: la mayoría están protagonizadas por morochas y rubias de ojos redondos y claros, o en su defecto por orientales con rasgos más occidentalizados.
De camino a Kumagaya, una familia le pidió a una pareja de ingleses para tomarse una foto juntos. "Discúlpeme por mi hija -una niña de unos tres años-, no puede dejar de mirarla. Es que vivimos lejos y pocas veces vemos turistas. Le parece hermosa", dijo su madre. Y las fotos se repitieron en el partido entre Los Teros y Georgia en Kumagaya, donde los japoneses se acercaban a tomarse fotos con los uruguayos.
Ante un estadio repleto y con más de 30 grados, la Selección no pudo mantener el resultado que obtuvo con Fiji. El cansancio y el desempeño del rival les jugaron una mala pasada. Una semana más tarde, sin embargo, volvieron a demostrar su altura en el partido contra Australia en Oita. Ellos eran los favoritos. Pero los uruguayos los buscaron, la pelearon, y encontraron un resultado digno (45-10). Manuel Diana marcó el primer y ansiado try del equipo. Así, festejamos un nuevo hito histórico ante uno de los cuadros con más experiencia del mundo. Lo mismo ocurrió en su despedida mundialista en la madrugada del domingo 13 contra Gales.
Modo turista: on. El Mundial de Rugby era la excusa perfecta para conocer la cultura oriental. Los Teros jugaron en cuatro ciudades -Kamaishi, Kumagaya, Oita, Kumamoto- ubicadas en distintos puntos que pueden servir como base para conocer los centros turísticos más atractivos. Uno puede elegir si visitar Osaka, Nara (la ciudad de los ciervos, están por todas partes), pasar un día enfrentándose con el dolor de la historia en Hiroshima, o ver cómo es Kioto, la primera capital de Japón.
Pero todo toma otra dimensión en Tokio. En la capital se mezclan los barrios más modernos y tecnológicos del planeta con sus característicos rascacielos con los rincones más tradicionales. Allí se deslumbran los amantes de la arquitectura, de la historia y, por supuesto, de la religión. Es la cuna de los templos. La mayoría de los japoneses no siguen una sola religión. Muchos celebran festividades del sintoísmo, el budismo y, en menor medida, el cristianismo, pero todos guardan una fuerte conexión espiritual. Antes de que llegara el budismo -impulsado por la influencia china-, la religión nativa era el sintoísmo. Aquí se conjuga la tradición con la familia y el amor por la naturaleza. Fue la religión estatal desde la Era Meiji hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Los fieles suelen visitar los templos en fechas clave como el comienzo del año en enero y fin de año.
A diferencia del budismo, que tiene estructuras teñidas de color rojo y oro, y extrañas figuras como guardianes de protección, estas instalaciones son rudimentarias, austeras y de madera. Pero están al lado de los templos budistas. "Las dos religiones conviven y no se contradicen. En el sintoísmo no se cree en la muerte, entonces, cuando alguien muere, sumamos el budismo (que sí cree en la muerte) a nuestras vidas", dice una guía turística en un recorrido por el santuario Meiji. Los templos sintoístas se construyen en honor a los emperadores. Japón está gobernado por una monarquía parlamentaria de larga tradición nacional y la figura del emperador podría asociarse con los reyes de España. Son cargos importantes, que muestran su forma de ver el mundo, pero que tienen menor poder político que en la antigüedad.
El templo Meiji está dedicado al emperador Meiji y la emperatriz Shoken, una figura recordada con cariño por las mujeres japonesas. ¿Por qué? Varias razones. La primera, y más llamativa, es que destinó su carrera a las obras de caridad y la educación de las mujeres. Antes, ellas tenían que ir a trabajar con sus tradicionales kimonos. Ahora, es común verlas vistiendo largas túnicas de distintos colores en festividades y en las visitas a los templos. El atuendo suele estar acompañado por medias blancas y sandalias de madera, que muestran el pequeño tamaño de sus pies. Porque si hay algo que identifica a las japoneses es su baja estatura.
A veces, se pueden ver parejas jóvenes caminando por los templos para celebrar su matrimonio. La novia lleva un shiramuka, un kimono blanco con detalles en rojo -color que representa la pureza y la buena fortuna- acompañado por un watashi, una capucha redonda de color blanco. Él usa un montsuki, es decir, un kimono de etiqueta negra. Más tarde, y lejos de la tradición, se van a ir a festejar con el atuendo de novia occidental que caló hondo en Japón. Ya hace unos años que esta cultura llegó para instalarse y transformar al país asiático.
El cambio se puede ver en Takeshita, una de las calles más atractivas de la ciudad. En este lugar se mezclan grandes extravagancias con la última moda entre los japoneses. Hay cafés para pasar un rato con gatos, perros y nutrias -en Tokio los alquileres son muy caros, las habitaciones son pequeñas y no es común tener mascotas-, tiendas que venden vestidos góticos para las lolitas, una generación de jóvenes que se visten como si estuviesen en el Medioevo europeo, y un exceso de cosas rosadas. Ropa rosada, comida teñida de rosado, accesorios rosados. Nada es demasiado para Tokio.


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