Especial | La última página de una época: el cierre de la Librería Cooperativa del Cordón

La última página de una época: el cierre de la Librería Cooperativa del Cordón
El cierre de la Librería Cooperativa del Cordón

 

 

Cualquiera que haya caminado por Tristán Narvaja al menos una vez, tendrá claro que se trata de una calle de librerías. Son cinco cuadras repletas de variada oferta en papel impreso, donde la Librería Cooperativa del Cordón era -y cuesta escribirlo en pasado- una de las de mayor personalidad y solera.

Surgida a fines de la década de los 80 como una escisión de la todavía existente Librería Ruben, fue durante décadas una de las mejores alternativas para hacerse de textos de estudio a precios accesibles, ya fuera mediante el canje o la compra de ejemplares de segunda mano. “Los textos tenían una dinámica enorme, porque los mismos libros se usaban año tras año”, recordaba Luis ‘Pipo’ Ortiz, con más de 40 años de librero sobre la espalda. Sin embargo, sucesivos cambios en el sistema educativo hicieron periclitar ese modelo de negocios. Entre otras cosas “porque ahora cambian de texto todos los años”, apuntaba Ortiz.

Una historia de novela

Por largos años, la Librería Cooperativa del Cordón fue una suerte de vergel y refugio para numerosos lectores. Especialmente para quienes no podían costear libros nuevos, o estaban en busca de títulos agotados o demasiado viejos, ya excluidos de los catálogos de los editores.

En sus eclécticos estantes había de todo: desde los más venerables clásicos universales hasta el más barato pulp. Allí, las novelas policiales de la colección Séptimo Circulo, fruto de plumas magistrales y escogidas con celo por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, cohabitaban promiscuamente con misterios de a vintén, perpetrados por autores literal, literaria y merecidamente desconocidos. Y si se habla de merecer, es necesario mencionar las enormes cantidades de mini novelas de ciencia ficción, far west, horror y aventura con las que contó hasta su último día. Unos formatos que fueron de consumo masivo durante buena parte del siglo XX, pero que a partir de la década de 1980 perdieron fuelle hasta convertirse casi en piezas de museo o material de culto para pocos lectores.

Semanales, quincenales y mensuales

A los nativos digitales puede resultarles difícil hacerse una idea de la enorme cantidad de revistas de toda clase que se publicaban cada mes en el Río de la Plata, y con tirajes de miles de ejemplares. Historietas, humor, deportes, bricolaje, arte, moda y toda la chismografía local, podían comprarse -o canjearse- en las atiborradas mesas de la librería. No había mejor lugar para obtener a buen precio la penúltima El Tony, hacerse con un ejemplar de El Gráfico con la final de la Copa Libertadores de 1985 (la ganó Argentinos Juniors) o hallar ese número de Condorito que faltaba en la colección.

El que encuentra, busca

En un viejo episodio de la serie MacGyver, este personaje fundamentalista del “lo atamos con alambre” se enfrentaba a un reto peliagudo: emparchar una peligrosa fuga de líquido corrosivo en una planta química. El bueno de Mac se metía en el edifico cargando al hombro un minúsculo bolso deportivo. “¿Ahí llevas todo lo que necesitas para solucionar esto?”, le preguntaba alguien con incredulidad. Impasible y hasta canchero, Mac abría el bolso vacío. “No, lo traigo para lo que encuentre por el camino”, era su respuesta.

La misma idea valía para muchos de los clientes de la Librería Cooperativa del Cordón, entre los que se cuenta el autor de estas líneas. Uno entraba quizá con una idea de lo que pretendía comprar o canjear. Sin embargo, una vez puesto a revolver estantes y mesas, se encontraba con libros que “saltaban a la yugular”, despertando la curiosidad y pidiendo una oportunidad. De ese modo comenzaron no pocos amores literarios, algunos de ellos para toda la vida.

El click fatal del progreso

Para la librería, el ya mencionado cambio en el mercado de textos de estudio fue como un cañonazo en la línea de flotación. Y no fue el único. Si se tratara de buscar “culpables” de la bajada final de cortina, podría señalarse en muchas direcciones: el advenimiento del ebook, las plataformas de venta por internet, cambios en los hábitos de lectura y hasta en el público que frecuenta Tristán Narvaja y su feria, etc. Todo esto se resume de manera más simple en una frase: los tiempos cambiaron mucho y rápido, y la librería no pudo, no quiso -o quizá no debió- adaptarse.

Mientras sus compañeros desmantelaban estantes semivacíos, -tarea para varias jornadas- o atendían llamadas de las ONG que se beneficiarían de los numerosos libros que quedaron sin vender, Ortiz acumulaba sensaciones: estaba extenuado, emocionado y a la vez sereno.

“Hoy es lunes y vine como siempre a mi lugar de trabajo”, contaba, admitiendo que temió la posibilidad de “shockearse” ante la nueva realidad, porque “es algo que puede pasar, somos seres humanos”.

“La gente me pregunta cómo me siento, pero de momento estoy viniendo a trabajar. Vamos a ver qué sucede después, qué pasa por la cabeza”, contaba. En cuanto al futuro, asegura no tener “nada pensado”. Su intención primera es “descansar un mes, o quizá más”. Luego, el futuro dirá.

Epílogo

Cuando se anuncia el cierre de un comercio histórico y tradicional, quienes fueron sus clientes suelen reaccionar con estupor. Se suponía que siempre iba a estar allí, por más que uno ya no concurriera tan a menudo como antes. En el caso específico de la Librería Cooperativa del Cordón, ese asombro lleva luego a otro de signo opuesto. Al sopesar los vertiginosos cambios comerciales y culturales ocurridos en lo que va del actual siglo, uno ya no se asombra de que un sitio como la Librería Cooperativa del Cordón desaparezca, sino que se maravilla del hecho de que haya logrado durar hasta ahora. A pesar de todo, contra tanto y viceversa.

Texto y Fotos: Gerardo Carrasco