Quienes fueron sus asistentes dicen que, durante su periodo como alcalde, no solía beber en exceso y esperaba lo mismo de su equipo..

Quienes fueron sus asistentes dicen que, durante su periodo como alcalde, no solía beber en exceso y esperaba lo mismo de su equipo.

Por The New York Times | Matt Flegenheimer and Maggie Haberman

NUEVA YORK — Rudy Giuliani siempre había sido una figura destacada en el Grand Havana Room, un imán para simpatizantes y parásitos en el club de fumadores privado en el centro de Manhattan que seguía tratándolo como si fuera el rey de Nueva York.

En años recientes, muchos de sus allegados temían que estuviera destacando demasiado.

Sus amistades reconocieron que, desde hace más de una década, Giuliani tenía un problema con la bebida. Y cuando volvió a ocupar un lugar prominente durante la presidencia de Donald Trump, fue cada vez más difícil de ocultar.

Las noches en que a Giuliani le servían bebidas de más, un socio le hacía una señal discreta al resto de los miembros del club, un gesto como de beber con la mano vacía, sin que el exalcalde lo viera, por si preferían mantener su distancia. Algunos aliados, al ver que Giuliani se terminaba un trago de whisky escocés antes de sus entrevistas con Fox News, se escabullían para encontrar un televisor y ver con incomodidad su defensa tambaleante de Trump.

Incluso en entornos menos alegres —la fiesta de lanzamiento de un libro, una cena de aniversario del 11-S, una reunión íntima en el propio departamento de Giuliani—, su ebriedad constante y notoria solía desconcertar a sus acompañantes.

“No es ningún secreto y tampoco le hago ningún favor al omitir ese problema, porque es verdad que lo tiene”, comentó Andrew Stein, expresidente del Consejo Municipal de Nueva York que conoce a Giuliani desde hace décadas. “De hecho, es de las cosas más tristes en la política, en mi opinión”.

Nadie cercano a Giuliani, de 79 años, ha sugerido que la bebida sea una justificación o explicación para su mal estado personal y legal en la actualidad. En agosto, se presentó a que le tomaran una foto de prontuario en Georgia no por conducta revoltosa en algún club nocturno ni por entrevistas imprudentes en televisión por cable, sino por presuntamente violar las leyes que defendió con tanta vehemencia cuando fue fiscal federal y, en el proceso, trastornar la democracia de una nación que alguna vez lo idolatró.

Ahora, los fiscales al frente del caso contra Trump por las elecciones federales han mostrado interés en los hábitos de ingesta alcohólica de Giuliani y la posibilidad de que el expresidente haya ignorado lo que sus asistentes describían como la evidente embriaguez del exalcalde, quien aparece en los documentos jurídicos como “coconspirador 1”.

La oficina del fiscal especial, Jack Smith, ha interrogado a testigos sobre el consumo de alcohol de Giuliani mientras aconsejaba a Trump, incluso en la noche de las elecciones, según una persona familiarizada con el asunto. Los investigadores de Smith también han planteado preguntas sobre cuán consciente estaba Trump de la dipsomanía de su abogado mientras trabajaban para anular el resultado electoral y evitar a toda costa que Joe Biden fuera certificado como ganador en 2020 (una persona en calidad de portavoz del fiscal especial se rehusó a ofrecer comentarios al respecto).

Las respuestas podrían complicar cualquier intento del equipo de Trump de valerse de una llamada “defensa de asesoramiento legal”, una estrategia que podría retratarlo como un cliente que solo estaba siguiendo las recomendaciones profesionales de sus abogados. Si estos consejos venían de alguien que Trump sabía que estaba bajo la influencia del alcohol, sobre todo cuando muchos otros le decían que definitivamente había perdido, su argumento podría debilitarse.

En entrevistas y en su testimonio ante el Congreso, varias personas que estaban en la Casa Blanca la noche de las elecciones —cuando Giuliani instó a Trump a declarar la victoria pese a los resultados— han declarado que el exalcalde parecía estar borracho, pues balbuceaba y despedía un hedor a alcohol.

“El alcalde sin duda estaba alcoholizado”, afirmó Jason Miller, uno de los consejeros principales de Trump y veterano de la campaña presidencial de Giuliani en 2008, en una declaración a principios del año pasado ante el comité del Congreso que investigaba el ataque del 6 de enero al Capitolio. “Pero no sé cuál era su nivel de ebriedad cuando habló con el presidente”. Giuliani negó este relato.

En privado, Trump, que desde hace tiempo se ha descrito como abstemio, ha hecho comentarios burlones sobre el consumo de alcohol de Giuliani, según una persona familiarizada con esos comentarios.

En una declaración, Ted Goodman, asesor político del exalcalde, elogió la carrera de Giuliani e insinuó que lo estaban difamando porque “tiene la valentía de defender a un hombre inocente” como Trump.

“Me he reunido con bastante frecuencia con el alcalde durante este último año y la idea de que es alcohólico es una mentira total”, sostuvo Goodman, y agregó que se ha “puesto de moda en ciertos círculos desprestigiar al alcalde solo para quedar bien con la llamada ‘alta sociedad’ de Nueva York y el circuito de cocteles de Washington D. C.”.

“El Rudy Giuliani que todos ven hoy”, continuó Goodman, “es el mismo hombre que acabó con la mafia, limpió las calles de Nueva York y consoló a la nación tras los atentados del 11-S”.

Un vocero de Trump se negó a responder a una solicitud de comentarios.

Giuliani enfrenta un cargo por asociación delictiva para cometer fraude (entre otros) en Georgia, un caso de difamación presentado por dos trabajadoras electorales, así como acusaciones de conducta sexual inapropiada por parte de una exempleada (él afirma que fue una relación consensuada) y una exasistente de la Casa Blanca (él niega este relato).

Uno de sus abogados declaró que Giuliani está “casi en bancarrota”. Otro, Robert Costello, interpuso una demanda en su contra por honorarios pendientes de pago por servicios legales.

El círculo de Giuliani se ha reducido a medida que sus viejos amigos lo han ido abandonando. Su licencia para ejercer como abogado fue suspendida en Nueva York. El Grand Havana Room cerró en 2020.

Casi todos los días, Giuliani es anfitrión de un programa de radio en Manhattan, y de vez en cuando lo detiene algún desconocido en la calle para pedirle una selfi.

Casi todas las noches, se queda en casa para hacer una transmisión en vivo desde el departamento que durante mucho tiempo compartió con la que ahora es su tercera exesposa, Judith Giuliani. Hace poco se puso a la venta.

Quienes fueron sus asistentes dicen que, durante su periodo como alcalde, Giuliani no solía beber en exceso y esperaba lo mismo de su equipo.

Se suponía que la gestión de Giuliani tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 le daría un máximo impulso a la campaña presidencial que había planeado desde hacía mucho tiempo y lo consagraría como el favorito del Partido Republicano para 2008. No fue así.

En realidad, los primeros relatos sobre el consumo excesivo de alcohol por parte de Giuliani se remontan a este periodo de fracaso en campaña.

Cuando su gran apuesta electoral por Florida acabó en humillación, Giuliani cayó en lo que Judith Giuliani más tarde describió como una depresión clínica. Se quedó varias semanas en Mar-a-Lago, el club de Trump en Florida. Giuliani y Trump no eran amigos muy cercanos, pero se conocían desde hacía años por sus nexos con el ámbito político e inmobiliario de Nueva York.

En esa época, Giuliani bebía en exceso, según lo que le comentó Judith Giuliani a Andrew Kirtzman, autor del libro “Giuliani: The Rise and Tragic Fall of America’s Mayor”, publicado el año pasado.

“Literalmente se caía de borracho”, narró Kirtzman en una entrevista, y contó varios incidentes a lo largo de los años que, en palabras de Judith Giuliani, requirieron atención médica (Giuliani ha dicho que pasó un mes “relajándose” en Mar-a-Lago; a través de su abogado, Judith Giuliani se negó a dar entrevistas).

La primera incursión de Giuliani en la política ucraniana ya había llevado a Trump a un juicio político. Y durante años, ciertas personas en la Casa Blanca percibieron la indisciplina y la imprevisibilidad de Giuliani —su red de negocios en el extranjero, sus misteriosos acompañantes de viaje y, a menudo, su consumo de alcohol— como un gran problema.

Se sabe que, antes de algunas apariciones en televisión de Giuliani, los aliados del presidente intercambiaban mensajes sobre el estado en que se encontraba el exalcalde tras su rutina nocturna de beber en el Trump International Hotel en Washington, donde Giuliani era un cliente tan frecuente que se colocó una placa personalizada en su mesa: “Oficina privada de Rudolph W. Giuliani”. “Era evidente”, dijo un asesor de Trump sobre las noches en que Giuliani salía en televisión después de haber bebido.

Giuliani ha afirmado que no cree haber dado una entrevista bajo la influencia del alcohol. “Me gusta el whisky”, le dijo a NBC New York en 2021, y agregó: “No soy alcohólico. Soy funcional, tal vez soy más funcional que el 90 por ciento de la población”.

Se ha quejado en varias ocasiones de que Fox News dejó de invitarlo a entrevistas aun cuando él empezó a sacar a la luz los escándalos en torno a Hunter Biden —y era vilipendiado por ello— mucho antes de que estos se convirtieran en uno de los temas principales de debate para el Partido Republicano.

En 2021, la residencia de Giuliani fue registrada y sus dispositivos fueron incautados por las autoridades federales como parte de una investigación que produjo titulares vergonzosos, pero, a final de cuentas, ningún cargo, lo cual exacerbó el delirio de persecución del exalcalde. Trabajadores retiran la pancarta de fondo del candidato presidencial republicano Rudy Giuliani tras su discurso en el Portofino Bay Hotel en Universal Orlando en Orlando, Florida, el 29 de enero de 2008. (Chip Litherland/The New York Times) El exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, abogado del presidente Donald Trump, habla durante una conferencia de prensa sobre los resultados de las elecciones presidenciales de 2020 en el Comité Nacional Republicano en Washington el 19 de noviembre de 2020. (Erin Schaff/The New York Times)

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