A dos anos de la invasion rusa en Ucrania: una guerra estancada

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Un conflicto puntual devenido en lucha de final incierto,
Un conflicto puntual devenido en lucha de final incierto, contado con datos y mediante los ojos de cuatro ucranianos radicados en Uruguay.

6 de febrero de 2024. El comunicador estadounidense Tucker Carlson se sienta frente a Vladimir Putin e inicia una de las entrevistas más vistas y cuestionadas del año preguntándole por qué inició la guerra en Ucrania. El ruso le responde: “Tu educación básica es en Historia, según entiendo. Así que, si no te importa, voy a tomar sólo 30 segundos o un minuto para dar un poco de contexto histórico”.


El tiempo pedido por Putin se extendió por más de media hora y se retrotrajo al año 862 para responder, desde su visión histórica, la pregunta que él mismo se hizo: “¿De dónde viene Ucrania?”.


Los prolegómenos de Putin en su monólogo permiten identificar punto por punto los argumentos propagandísticos del gobierno ruso sobre la cuestión ucraniana, pero se resumen en una idea, expresada desde hace años: para el líder del Kremlin, Ucrania es un invento, un constructo reciente hecho por Vladimir Lenin en los albores del sovietismo.


“Originalmente, la palabra ‘ucraniano’ significaba que la persona vivía en las afueras del Estado, en la periferia”, dijo el presidente ruso a Carlson, posteriormente cuestionado por decenas de historiadores, para reforzar su reclamo histórico sobre todo el territorio ucraniano, que para él es la parte occidental de la frontera del mapa histórico ruso. A Putin, sus opositores lo tildan de “zar” y de buscar expandir el imperio de Rusia. Citan los ejemplos de Crimea, Osetia del Sur y Abjasia


Cuestionar la validez histórica de Ucrania ya fue uno de los argumentos que esgrimió hace dos años, el 24 de febrero de 2022, cuando por televisión anunciaba la “operación militar especial” que habían iniciado ese día las fuerzas rusas en su país vecino; etiqueta catalogada de eufemismo por los opositores de Putin.


Ese día, sin embargo, las principales justificaciones del líder ruso eran dos: acabar con el “régimen neonazi que emergió en Ucrania luego del 2014” y “apoyar” a la República Popular de Donetsk y Lugansk, los dos gobiernos autoproclamados en los dos óblasts (divisiones administrativas) del Dombás, la región este de Ucrania, así como a los ciudadanos de Zaporiyia y Jersón. El foco parecía estar en esos cuatro territorios, que junto a la península de Crimea —que anexó Rusia en 2014—, son hoy el campo de batalla constante entre rusos y ucranianos.


No obstante, el día después de la invasión rusa, los ojos del mundo pasaron del oriente ucraniano a su capital. Comenzaba la llamada “batalla de Kiev”.

Mientras en pantallas de todo el mundo se veía el enfrentamiento, los misiles, la destrucción y las alarmas sonando en las calles kievitas, medios y analistas de Occidente auguraron que la “caída de Kiev” era inminente. Era cuestión de horas, días, semanas o meses; dependía del experto que estuviera hablando frente a cámaras.

25 de febrero de 2022. A los ojos de la población ucraniana, las tensiones existían. Se sabía que Putin venía amenazando con una invasión, pero nadie creía que realmente fuera a suceder. O, al menos, una gran parte de la población ucraniana pensó que era una presión para negociar.

El 23 de febrero de 2022, para Oli Pylypchuk (25) era un día más. Trabajó como cualquier otra semana. A las 4 de la mañana del 24 de febrero, la llamó un amigo peruano y le dijo que la guerra había empezado. “Todo está tranquilo acá, todo está bien”, le respondió ella al teléfono, desde Stara Syniava, una ciudad a 260 kilómetros de Kiev donde vive su madre.

Tras la insistencia de su amigo, buscó en Google en ucraniano alguna noticia relacionada a la guerra y no apareció nada. Pero, cuando buscó en inglés, ahí estaba: Kiev estaba siendo bombardeada. Las bombas cayeron y destruyeron, primero, el aeropuerto internacional.

Taras Shchurko (31), un ucraniano que se instaló en Uruguay hace varios años porque se casó con una uruguaya, llamó cada dos horas a su familia en ese entonces. Su hermano había visto caer las bombas en el aeropuerto, desde la ventana de su apartamento: los misiles explotando y destruyendo todo.

“Él estaba aterrado, me decía que había llamado al trabajo para decir que no iba a ir y se le reían en la cara preguntándole de qué trabajo hablaba, que la gente bajaba a las estaciones de subte para protegerse de los misiles y que el ejército estaba en la calle tratando de que los rusos no entraran a la capital”, dice.

Y remata: “Ya no existía nada de la vida normal”.

“Desperté a mi mamá y ella me decía que me calmara. Y, de pronto, escuchamos las explosiones”, dice Oli. “No podíamos asumir que eran explosiones de guerra, porque hay varias minas cerca de la ciudad, y pensamos que estarían dinamitando. Llamamos a un amigo que vive cerca de la zona minera y nos dijo que no había nada sucediendo ahí. En el momento en que dijo que no, empezaron a temblar los vidrios de las ventanas y los placares”, recuerda.

Estaban bombardeando todo a nuestro alrededor y apuntaban a la base aérea militar a 30 o 40 km de nosotros. Nuestra familia empezó a llamar para pedir ayuda cuando la conexión telefónica empezó a desaparecer”, agrega.


Ya viviendo en Uruguay hacía varios años, porque su marido es uruguayo, a Maryna Anández (29) le preguntaban sus compañeros de trabajo si creía que, finalmente, Rusia iba a invadir Ucrania. Ella decía: estamos en el siglo XXI, es casi impensable; ya tomaron Crimea en 2014, seguramente sea para negociar alguna cosa con Occidente. “Nunca pensé que fuera a pasar y me enteré hablando con mis amigos que vivían cerca del aeropuerto donde empezó el bombardeo”, dice.


“Los que viven y los que vivían en Ucrania, en ese momento, no hicieron nada para ir a algún lugar más seguro o protegido. Nadie creía que iba a empezar la guerra”, agrega.


A Tetiana Chornous (33), ucraniana que se mudó a Uruguay en 2014, porque su marido es uruguayo, le avisó su mamá con un mensaje muy corto: empezó la guerra. Las primeras semanas, cuenta, fueron de “estar siempre con el teléfono en la mano, de noche y de día; esos días fueron difíciles para todos”.

25 de febrero de 2022. El día que inició la batalla por Kiev, los rusos lograron hacer base en un aeropuerto a 30 kilómetros de la capital ucraniana. Desde allí inició la cruzada para entrar a la ciudad por el norte, al tiempo que Volodímir Zelenski, presidente ucraniano, llamaba a la población a repeler la ofensiva con cócteles molotov y ordenaba la distribución de armas entre los ciudadanos. Mientras la guerra urbana veía sus primeras horas en tierra, Rusia ponía en escena desde el aire a otros actores recurrentes en el conflicto: los bombardeos, los misiles y los drones.

Putin había gestado una guerra relámpago con el objetivo de lograr lo que auguraban los medios occidentales: la rápida caída de la capital ucraniana.

Tras un mes, una semana y un día, la batalla de Kiev terminó con una victoria por parte de los comandados por Zelenski. A dos años del inicio de la guerra, Kiev aún no cayó, el gobierno ucraniano sigue en pie y la capital dejó de ser el centro del conflicto, salvo por algún ataque de misil o dron ruso, focalizados en general en impactar infraestructura clave de Ucrania, como cuando un cohete impactó contra la Torre de Televisión de Kiev y las transmisiones se cortaron.

El primer año de la invasión a Ucrania vio el paso de una modalidad de guerra relámpago a un enfrentamiento de trincheras, marcadamente de avance territorial, donde las victorias pasaron a medirse en una determinada cantidad de metros, en pueblos y ciudades tomadas y en posiciones de defensa aseguradas.

24 de febrero de 2024. Lo que dice el primo de Tetiana, que está en el frente combatiendo, es que lo duro es ver la muerte todos los días. “Siempre, cuando atacan o cuando se defienden, hay momentos difíciles donde pierden gente. Es muy difícil psicológicamente eso para todos los ucranianos, en Ucrania o fuera de Ucrania, porque casi todos tienen un familiar o un amigo que murió en la guerra”, explica Tetiana.

Para Oli, lo peor de la guerra es la ignorancia con la que se ha tratado el tema, las pérdidas humanas y las heridas que no sanarán nunca. Para Taras es el hecho de que la maldad humana no tenga límites, las atrocidades que han cometido los ejércitos rusos al entrar a las ciudades ucranianas. Pero para Maryna y para Tetiana, es la incertidumbre.

“Los ucranianos han demostrado a todo el mundo que no importa si no tienen recursos porque tienen mucha valentía, mucho espíritu, cuando salen a pelear por su país y por sus principios, pero ese espíritu no es eterno”, dice Maryna.

Cuánto, entonces, se puede aguantar viendo a los seres queridos morir día tras día. Cuánto, entonces, se puede aguantar asesinando a otros para defender lo de uno. Cuánto, entonces, se puede aguantar viendo cómo los rincones de las ciudades que lo criaron a uno se vuelven ceniza. Cuánto, entonces, se puede aguantar en estado de guerra.

“Cuando empezó la guerra pensé que se terminaba en unas semanas, que no iba a durar mucho. Ya van casi dos años. Nadie sabe cuándo terminará y eso es terrible porque la gente no puede planificar su vida, no puede vivir tranquila, no sabe si mañana se va a despertar o no, si podrá llamar a sus familiares (...) esa gente ya no vuelve”, dice Tetiana.

17 de febrero de 2024. Tras casi dos años de batalla, cae en manos de las fuerzas rusas la ciudad ucraniana de Avdíivka, en el óblast de Donetsk, la región que para el Kremlin es una República Popular independiente de Kiev, aunque no de Moscú, ya que sus autoproclamados gobernantes junto con los prorrusos de Lugansk, Jersón y Zaporiyia, firmaron tratados de anexión en setiembre de 2022.

Avdíivka fue uno de los primeros lugares donde los insurgentes prorrusos restablecieron la violencia que parecía en pausa y a su vez, que atacó Rusia. Ahí arrancó la batalla que se dio por culminada la semana pasada cuando Oleksander Syrskyi, el recién asumido comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, anunció que se retiraban de la ciudad “para evitar ser sitiados” y “preservar la vida de los militares”. Además, los 5.000 soldados ucranianos se enfrentaban a una falta de munición que imposibilitaba continuar la pelea.

La conquista de ese “bastión” es considerada la mayor victoria rusa desde mayo de 2023, cuando se dio la toma de Bajmut, uno de los triunfos rusos en su constante ida y vuelta en el mapa bélico, en el que no queda claro quién gana o pierde en el baile de la ofensiva y la contraofensiva.

Desde Avdíivka, los rusos buscan reforzar su posición y, partiendo de esa ciudad, y de otras, avanzar hacia el oeste la línea que divide el mapa entre territorios dominados por rusos y gobernados por ucranianos. Aún con la mayor parte de cuatro óblasts —más Crimea— bajo control ruso, no es el punto del conflicto con mayor extensión del poder territorial del poder del Kremlin. Además de esos cinco territorios, los rusos lograron al inicio de la guerra extender su presencia por zonas del norte de Ucrania (Kiev y la región homónima que la rodea, Chernigov, Sumy, Járkov) y del sur (Mikolaiv). Sin embargo, la contraofensiva emprendida por Ucrania desde junio de 2023 logró el repliegue de las fuerzas rusas en esas zonas, por más que se vio truncada en los territorios de mayor presencia rusa.

La avanzada ucraniana se iba a dar en febrero de 2023, pero por razones climáticas y la espera del armamento proveniente de Occidente, se retrasó. Mientras tanto, desde noviembre de 2022, en los cuatro óblasts clave, Rusia y las milicias prorrusas construían una gran red de trincheras, obstáculos, zanjones, campos minados, cercas alambradas y posiciones de artillería, esperando a los ucranianos.

Luego de que Bajmut fuera tomada, Avdíivka se convirtió en el centro del conflicto, hasta que Ucrania se vio obligada a retirarse por falta de munición.

Entre otras razones, el origen y el caudal de llegada del armamento usado por Ucrania es uno de los puntos claves para entender por qué Kiev no cayó, por qué los ucranianos lograron repeler en ciertas zonas a los rusos y alejarlos de ciertas ciudades principales y por qué un país de 36 millones de personas, 800.000 soldados y 900.000 reservistas resistió a una potencia militar como Rusia por dos años.

Desde la invasión en febrero de 2022 hasta el 27 de diciembre de 2023, Estados Unidos destinó más de 44 mil millones de dólares “en asistencia en seguridad para apoyar el esfuerzo de Ucrania para defenderse de la agresión rusa, asegurar sus fronteras y mejorar la interoperabilidad con la OTAN”, según informó el Departamento de Estado de Estados Unidos.

Según el Servicio de Investigación del Congreso de EE.UU., la lista de artículos militares y no militares enviados contiene 76 tanques, 186 vehículos de combate de infantería, 300 vehículos blindados M113, más de 2.000 misiles antiaéreos Stinger, más de 10.000 misiles antitanques Javelin y más de 90.000 otros sistemas de defensa antiblindados, entre otros. Al dinero destinado a ayudas militares se suma la asistencia financiera y humanitaria, alcanzando los 75.400 millones de dólares.

Además del presupuesto involucrado por EE.UU., la Unión Europea señala que, a la fecha, si se suma lo que destinaron más lo enviado por sus países miembros por su cuenta, dedicaron 96 mil millones de dólares en “asistencia financiera, militar, humanitaria y a los refugiados”.

15 de febrero de 2024. Pero las guerras no solo se tratan de misiles y de soldados camuflados. La población ucraniana ha sufrido ser el campo de batalla de tal forma que hoy, las Naciones Unidas estiman que un 40% de la población de Ucrania necesita ayuda humanitaria y protección.

Son, según la organización, 6.5 millones los refugiados que se fueron de Ucrania a distintos países del mundo y 3.7 millones los que tuvieron que desplazarse dentro de su propio país. Sin embargo, son 4.5 millones los que han vuelto a sus hogares originales desde comenzada la guerra.

La Misión de Vigilancia de los Derechos Humanos de la ONU en Ucrania ha verificado 30.457 víctimas civiles desde el 24 de febrero de 2022, en sus datos actualizados a febrero de 2024. Son alrededor de 10.582 muertos y 19.875 heridos.

Es probable que las cifras reales sean significativamente mayores, según el propio organismo.

Dentro de los miles de refugiados que salieron de Ucrania, escapando a una guerra que se les vino encima, está Oli. Según ha narrado para varios medios hace dos años, y ahora para Montevideo Portal, ella fue la única de su familia en irse del país. Porque era mujer mayor de edad (los hombres no pueden salir por si son llamados para hacer servicio militar) y porque no tenía adultos mayores de los que cuidar, a diferencia de su madre..

Cuando estalló la guerra, Oli estaba en contacto con su novio uruguayo. Él le dijo, enseguida, que cruzara a Uruguay así, por lo menos, su vida no estaría en peligro. Ella no tenía dinero de ningún tipo: el caos de la guerra había eliminado la posibilidad de conseguir efectivo o de pagar con sus tarjetas. “Ahora está claro cómo funcionaron las cosas durante la guerra, pero en el momento en que estás ahí y empieza la guerra, no tenés ni idea qué es la guerra, se terminó todo y no tenés nada”, dice.


Una de las razones por las que consideró irse del país, además de su propia vida, fue poder trabajar para enviar una ayuda a su familia. Todos habían perdido su trabajo, porque eso es lo que pasa durante las guerras. La realidad es otra.


Entonces, logró que un amigo de la familia la llevara hasta la frontera con Rumania, para poder volver antes del toque de queda designado para las nueve de la noche en ese entonces. En veinte minutos armó un bolso, consiguió el poco efectivo que tenían en su casa y se fue. Los tiempos deberían haber dado bien, pero mientras estaban en el auto tuvieron que cambiar de ruta porque se cruzaron con operaciones militares. Por eso, la dejaron en un pueblo cerca de la frontera con Rumania, donde un amigo de su hermano mayor la llevó lo más cerca que pudo hasta Migraciones.


La fila de autos para cruzar era “kilométrica”, pero Oli caminó hasta llegar al otro lado. Era de noche, pero caminó. Allí la recibieron voluntarios, le dieron un té. Su amigo peruano, el mismo que la había llamado para decirle que la guerra había empezado, la contactó con una mujer rumana que aceptó alojarla durante unos días antes de comenzar su viaje a Uruguay.


Desde que salió de la casa de su madre hasta que pisó Montevideo, pasó una semana. En el medio, tuvo que conseguir un pase humanitario que le permitiera viajar sin las vacunas dadas, hacer tres escalas donde la revisaron muchísimo y, finalmente, arribó a lo de su novio, donde se instaló con la familia de él. Recién, entonces, habló con su madre, que no sabía si ella seguía con vida.


24 de febrero de 2024. La guerra que una vez pareció ser relámpago hoy está en fase de estancamiento. A pesar de la victoria en Avdíivka, los rusos no logran hacer avanzar la línea que divide sus territorios de los de sus rivales por más de unos kilómetros. Frente a ellos, los ucranianos buscan replegarse y establecer posiciones defensivas para frenar un eventual avance de las fuerzas del Kremlin.

Hasta ahora, David pudo enfrentarse a Goliat, pero porque en este caso no contó con una honda y una piedra, sino un flujo, no constante pero continuo, de asistencia militar, que hoy no pasa por su momento de mayor caudal.

Los parlamentarios de Estados Unidos debaten si habilitan otro envío a Ucrania, el mayor hasta ahora. El Senado aprobó un proyecto la semana pasada que plantea el destino de 95 mil millones de dólares para proveer asistencia a Ucrania, Israel y Taiwán. Sin embargo, Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes y líder parlamentario de los republicanos, puso un freno al trámite legislativo, con un receso de dos semanas antes de que se pudiese votar. El presidente Joe Biden afirmó estar dispuesto a reunirse con Johnson para poder discutir y allanar la vía para poder liberar la ayuda a Ucrania.

Sin ese paquete de asistencia, las posibilidades ucranianas pueden complicarse. Hace un año, Kiev lideraba una contraofensiva que buscó tomar ciudades clave y partir en dos el mapa de los territorios controlados por Rusia, llegando al Mar de Azov. No lo logró y ahora la clave parece estar en la defensa y evitar el retroceso. Valeryi Zaluzhnyi, excomandante de las Fuerzas Armadas de Ucrania afirmó en noviembre que la guerra estaba en “punto muerto”. El 8 de febrero, un mes después de que Zelenski le pidiera la dimisión, fue reemplazado por Oleksander Syrskyi.

La eventual llegada de las armas y la asistencia occidental no garantiza un desbalance y la salida de ese “punto muerto”. No se ve un horizonte cercano donde la guerra termine y nuevamente, como sucedió en 2023, se evalúan posibles ramificaciones del conflicto.

Así como en un momento se especuló una avanzada rusa hacia Polonia o los tres países bálticos, nuevamente volvió a salir el nombre de Moldavia como otro posible foco de esta guerra. Allí, en la región separatista de Transnistria, los líderes políticos afines a Rusia —quien desde 1992 tiene presencia militar e instalaciones en la zona— buscan volver a desestabilizar el conflicto dormido con su “vecino” moldavo y se especula un intento de anexión a Rusia, que ya se buscó en 2006 por la vía de un referéndum. De escalar ese foco, aunque poco probable en lo inmediato, puede significar mayor presencia rusa desde el sureste de Ucrania, la zona menos golpeada del territorio y la más alejada del conflicto hasta ahora.

Mientras, Estados Unidos tiene un freno en el envío esperado por Kiev y se mueve la maquinaria para que llegue a Ucrania la ayuda extra de 54 mil millones de dólares aprobada por la Unión Europea el 1° de febrero.

Al tiempo que eso se destraba, los militares combaten, los misiles vuelan e impactan, y los civiles ucranianos, los que se quedaron y los que se fueron, buscan rearmar su vida. Pero la guerra, como se ve, está estancada.

Textos y datos: Federico Pereira y Federica Bordaberry
Edición: Paula Barquet