Contenido creado por Cecilia Franco
Alejo Umpiérrez

Escribe Alejo Umpiérrez

Opinión | Los peligros del populismo rural

¿Es pecado ser extranjero y tener tierra? ¿Es necesario ser residente? ¿La soberanía está en juego? Como país de inmigrantes parece ridículo oponerse al extranjero en cuanto titular de tierra

27.11.2020 13:20

Lectura: 7'

2020-11-27T13:20:00-03:00
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El Frente Amplio ha tomado con bríos un proyecto contra la "extranjerización de la tierra". Ese mismo brío que fue inexistente durante quince años que hace dudar de la autenticidad de la propuesta. "Son otros tiempos" nos dice Carrera. Obviamente sí, es el retorno a la comodidad de la oposición donde sin compromisos se puede rendir culto a los viejos mitos y revolver la marmita para que otra vez puedan sentirse de "izquierda".

Formalmente habían hecho buena letra. Pero solo letra. Otra vez dato mata relato. La ley 18092 prohibía la tenencia a sociedades anónimas de propiedades rurales, todo sobre la base de la lucha contra el narcotráfico y saber la titularidad de los bienes. Solo se podría acceder a la tierra por vía de excepción en el marco de las S.A. Excepción firmada por los ministros del ramo y el Presidente. Así vimos como el 40 % del territorio nacional, bajo firma de Vázquez y Mujica (éste tanto como ministro como Presidente) pasaron a ser parte del patrimonio de S.A., todas ellas... extranjeras. Lamentablemente fue una discriminación a los propios uruguayos que no podían acceder a los formatos jurídicos que accedían las empresas extranjeras que les hubiera permitido emprender proyectos asociativos productivos mediante acciones. Estos extranjeros excepcionados además gozaban de un amplio espectro de beneficios tributarios que los nacionales no. Se lleva el 70 % del paquete de excepciones Forestal Oriental (UPM). Ahí la preocupación contra la extranjerización que muestran ahora los mismos que hace 9 meses atrás eran gobierno no existió. Si definimos días atrás al proyecto como "cínico" no lo hicimos pensando en la escuela de pensamiento griega sino en la definición de la RAE que lo define como "desvergüenza en el mentir".

¿A santo de qué viene ahora esta pulsión reguladora? ¿Es un acto de liturgia ante el altar más caro de la mitología de izquierda?, ¿un impulso de nacionalismo cerril a destiempo?, ¿o quizás una estrategia política de división del bloque oficialista?

Lo que nos queda claro es que es improcedente. Basta examinar la historia económica del Uruguay. Un país que nació como tal con su tierra en manos de extranjeros - los españoles - y que cuando esto se acriollaron fueron los protagonistas de un gran impulso inicial en la segunda mitad el S. XIX - al final de la Guerra Grande y más aún luego con el alambramiento de los campos y el primer Código Rural con Latorre - pero que se congeló en el siglo XX. El largo bostezo rural. A esa altura era un modelo muy "nacionalista" que encajaría bien en lo que hoy quieren impulsar pues casi no había extranjeros en el medio rural. Escasa productividad y casi nula rentabilidad fue la constante de más de medio siglo. El modelo batllista de transferencia de riquezas de la sociedad rural a la urbana y del interior a la capital fue la causa de ello. Máxime cuando no había tecnologías apropiadas para incrementar los kilos por hectárea de ningún producto agro-ganadero. No existía casi mecanización ni tecnologías; tampoco fertilizantes o pasturas artificiales y solo accedimos a un mejoramiento genético a través de la incorporación de las razas británicas.

El gigante comenzó a desperezarse muy lentamente. En los sesenta aparece Mc Meekan, Gallinal y otros pioneros que introducen mejoras en el tradicional mundo rural pero solo llegan a una punta de la pirámide. Comienza la transformación de la industria frigorífica, desaparece el dinosaurio del Nacional, las vedas y los abastos exclusivos. La década liberalizadora de los 90 comienza a romper el cerco: autorización de la exportación de ganado en pie que elimina la situación de privilegio de los frigoríficos, fin del stock regulador, eliminación de la prohibición de exportar cueros, medidas respecto del abasto interno, rebajas tributarias y comienza el despegue. Se inicia también el tan cuestionado desarrollo forestal - política de estado si las hay aunque hoy deban eliminarse beneficios tributarios que ya cumplieron su fin -, que más allá de disquisiciones ha significado miles de millones de dólares derramados en la economía asociada al complejo industrial y productivo.

El siglo XXI asiste a una revolución productiva en el mundo agropecuario. ¿Cómo se genera? Con una gran inversión extranjera que inundó el litoral y otras partes del país gracias a los exabruptos "K" en la otra orilla, a la explosión de precios de commodities que permitieron incrementar utilidades, fomentar la introducción de mejoras y tecnologías, aumentando rindes y calidad; ello llevó a que la tierra quintuplicara su valor y si las cosas mejoran su precio es porque existe rentabilidad. Nadie hace especulación sobre un activo que en breve lapso pierde su precio. La soja fue la estrella del período pero también los demás cultivos tuvieron su agosto mejorando producciones como el arroz - en cantidad y en calidad - que lo lleva al podio mundial a pesar de que Vázquez nunca se enteró de ello. Los nacionales nos metimos mucho en esa máquina e impulsamos el modelo incorporando mejoras en pasturas y adopción de nuevas tecnologías, incorporando maquinarias, rotando cultivos, aumentando el empotreramiento, llevando números más finos. Es un camino sin retorno, salvo que conspiremos con decisiones equivocadas.

¿Es pecado ser extranjero y tener tierra? ¿Es necesario ser residente? ¿La soberanía está en juego? Como país de inmigrantes parece ridículo oponerse al extranjero en cuanto titular de tierra. Es un acto de un nacionalismo pueril, rayano en el populismo. Si se radica, menos; y si no se radica - persona física o jurídica - pero la hace producir generando riqueza y trabajo bienvenido. No me importa saber si es cotitular del predio un capitalista de Wall Street o un jubilado alemán. La tierra nadie se la lleva. Y el que trabaja sobre ella lo que importa es que produzca, pague impuestos, genere trabajo y derrame riqueza. Más cuando en este país el sector primario - más allá que sea el 70 % de las exportaciones en sus diversas formas - representa menos del 10 % del PBI llevándose más del 60 % los servicios.

La soberanía está en juego en otros campos. No pueden ser propietarios de campos naciones extranjeras bajo cualquier forma jurídica, ni en forma parcial siquiera como integrantes de gigantes económicos. Eso ya está legislado y lo compartimos al dedillo. La soberanía puede comprometerse de otras formas que no son las convencionales y a las que deberíamos estar más atentos. Son por ejemplo las que genera la dependencia económica con un solo mercado. Es el caso de China que se lleva el 80 % de la soja y la madera y la mitad de la carne. Ahí está el peligro. Hay que saber mirar al lado correcto, máxime cuando hay en la vuelta sonando hace rato un proyecto de astillero y puerto chino en la capital que sería un tremendo error estratégico y geopolítico, sin entrar a hablar de las características que destacan a la depredatoria pesca china.

Lo demás es un dejá-vu, un refrito de viejas doctrinas y consignas, la apuesta a un nacionalismo que no es tal, sino simplemente una visión visceral y no racional del tema, que puede rayar en una suerte de xenofobia. El país ha crecido con una economía abierta al mundo, ha perdido cuando se ha encerrado. Este país de modosa calma, de llanuras y penillanuras, de capitalismo pobre y muchas veces prebendario necesita de la inversión extranjera y una economía abierta al mundo. No hay futuro en una economía cerrada sin escala. El destino es el mundo. Ser buen nacionalista es defender a cada uruguayo en aquello que le genera bienestar y mayor autonomía en su vida.

Mala cosa en general el populismo de cualquier signo (aunque dicen que los extremos se tocan) y puede ser peor si llega al campo. Siempre se está a tiempo de imitar malos caminos como Venezuela o Argentina. Y ya sabemos cómo terminan.

Esperemos que nadie tenga la tentación de recorrer tales senderos.