Contenido creado por Manuel Serra
Julián Kanarek

Escribe Julián Kanarek

En el centro de todo

La práctica de la división, las redes y comunidades funcionales a la concentración del discurso.

12.11.2018 14:35

Lectura: 4'

2018-11-12T14:35:00-03:00
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Por Julián Kanarek

Menos de 24 horas. Ese es el tiempo que le tomó a Donald Trump, asimilar la derrota en la Cámara de Representantes y la victoria en el Senado para volver a colocarse en el centro de la atención pública. Y lo hizo como lo sabe hacer, a impulsos, reacciones, confrontaciones y declaraciones polémicas.

Rabieta, furia o resaca fueron alguna de las palabras que se utilizaron en los últimos días para describir el momento poselectoral del presidente más poderoso del mundo. Yo diría que es estrategia pura.

Desde el miércoles 7 hasta hoy Donald Trump ha twiteado que se trató de un resultado histórico, discutió abiertamente con un periodista de la CNN, no respondió a su pregunta y le quitó la credencial de acceso a la Casa Blanca, despidió al fiscal general Jeff Sessions (quién lo investigaba), ha declarado la "guerra política" al partido demócrata si lo investiga y volvió a Twitter para sugerir corrupción electoral en varios Estados, incluso insinuando que se debería llamar a una nueva elección.

En tiempos de declaraciones resonantes, de likes, tweets y retweets, de conversaciones y polémicas, Trump ha sido quizá el primer político en anexarle a la capacidad de generar agenda de manera frenética, su habilidad de que esto tenga un correlato en redes. Y no cualquier correlato, uno que lo pone a él en el centro de las conversaciones tanto de sus defensores como de sus detractores. Y lo tiene tan claro ya, que ante la posibilidad de que los demócratas reabran investigaciones en su contra, él amenaza con una guerra política sabiendo que "...eso probablemente será mejor para mí políticamente. Creo que sería extremadamente bueno para mí políticamente, porque creo que soy mejor en ese juego que ellos"

¿Cuál es el juego? El juego es el de la división. El de la polémica con declaraciones y acciones políticas confortativas. El juego es el de denigrar al otro, a cualquier otro que disienta, interrogue o interpele abiertamente.

¿Quién es el otro? El otro puede ser un candidato de la oposición, un periodista, un medio o hasta un mandatario de otro país. El otro es abstracto y funcional a los ojos y dedos de la estrategia. Y ese otro, esos otros, juegan a la perfección el rol que Trump quiere que jueguen. Se indignan, denuncian, debaten, discuten y marchan. Principalmente desde las redes. Genuinamente defienden sus intereses desde la reacción. Pero sin detenerse en que esa reacción sigue poniéndolo a él en el centro de la atención. Quitándole agenda a otros temas, a otros interlocutores. Reduciendo la discusión a una serie de movidas y reacciones políticas pensadas para ello.

Las redes son hoy funcionales a la división. Han perdido gran parte de su esperanza democratizadora, horizontal y dialoguista para volverse espacios de manipulación y odio.

Líderes emergentes del mundo, del continente y del barrio conocen esta cualidad de las redes y la potencia que éstas tienen para proyectar un discurso al resto de la sociedad.

Quienes están en la vereda de enfrente inflan a estos líderes reaccionando, discutiendo e incluso denigrando (igual que Trump) al que piensa distinto. Ese político emergente, o incluso alguno que hoy no conocemos, sabe lo que hace y ensaya una estrategia que ve funcionar por el mundo. Quién con su crítica e indignación lo pone en el centro de la agenda pública no.

La política tradicional debe darse cuenta a tiempo de cómo estos emergentes, estas estrategias, degradan a la democracia por el contenido y el formato de su discurso. Y debe dase cuenta a tiempo porque, como sabemos, incluso hoy puede ser demasiado tarde.