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Brasil: ¿Cómo es posible?

Nadie puede arriesgarse a que el fascismo que se viene, tenga un comportamiento más recto y decente que el de la izquierda, como lo está demostrando Trump.

09.10.2018 14:07

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2018-10-09T14:07:00-03:00
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En la primera vuelta electoral en Brasil, Jair Bolsonaro, candidato con claras posiciones de ultra derecha, golpista y que plantea cambios radicales en todos los frentes económicos, sociales y sobre todo políticos, obtuvo 46% de los votos, lo que lo acerca mucho a la presidencia de la República Federativa de Brasil.

Todavía estoy en shock. El resultado superó ampliamente todas las encuestas que lo situaban en el entorno del 31%. Nadie puede decir que alguna de las posiciones de Bolsonaro sea desconocida, al contrario, en todos sus discursos se expresó con toda brutalidad. Está en contra del funcionamiento de la democracia y reivindica la posibilidad de disolver las cámaras y gobernar por la fuerza. Su triunfo sería un golpe de estado electoral. Es decir con el apoyo de la mayoría de los brasileros.

Podemos sacarnos las ganas, sumar adjetivos sobre adjetivos sobre Bolsonaro y quedarnos tranquilos mirando cómo se cumplen nuestras previsiones, o podemos tratar de analizar las causas de este terremoto político latinoamericano, no solo por las dimensiones de Brasil, sino porque es el eslabón extremo de una cadena de cambios que se han producido en América del sur y en el mundo.

El mensaje es muy claro, inocultable, es de rechazo al sistema político en su conjunto, del que se salvó parcialmente el PT, todos los partidos históricos a nivel presidencial fueron barridos. A nivel parlamentario, el PT sufrió dos derrotas muy notorias: Dilma Rouseff y Eduardo Suplicy quedaron afuera del senado y son dos de las principales figuras del Partido de los Trabajadores.

Aunque una clave para entender el resultado es el odio, literalmente el odio que Bolsonaro logró sembrar y cosechar contra Lula y el Partido de los Trabajadores. Esa es una clave para entender el resultado.

A Bolsonaro lo votaron a todos los niveles, incluso algunos sectores como las mujeres, los afrobrasileros y los pobres, aunque también es cierto es que entre los que ganan más de 25 salarios mínimos superó el 58% de los votos. Pero 46% del total de los votos no pueden calificarse de un voto de la élite.

Para alcanzar ese porcentaje se desplazaron votantes que antes se manifestaban por todos los otros partidos, incluso por Lula. Y eso hace más exigente la necesidad de responder seriamente la pregunta inicial. ¿Cómo es posible?

Los simplones que nunca faltan, o peor aún, los interesados por que ciertos temas queden lo más ocultos posibles debajo de la alfombra, afirmarán que es una gran contraofensiva de la derecha a través de los grandes medios de comunicación. Como si la derecha y los medios hubieran nacido en esta campaña electoral y cuando el PT ganó tres elecciones, una detrás de la otra, hubieran estado invernando. Estaban y sus dueños eran los mismos que ahora, pero el clima social, cultural y naturalmente político era muy diferente.

Lo que Bolsonaro produjo es una revolución cultural regresiva a nivel nacional, con repercusiones que recién estamos viendo. Es parte de la crisis mundial de la política, del que "se vayan todos", pero a la brasilera, encabezada por el más fascista de todos los personajes políticos que puede ocupar una presidencia en todo el mundo.

No hay una sola causa para este resultado. De los esplendores de los primeros gobiernos de Lula, que sin lugar a dudas obtuvieron un fuerte impacto social, con decenas de millones de brasileros que salieron de la pobreza, queda muy poco, y ya quedaba poco durante el gobierno de Rouseff. Temer es además un engendro derivado de una alianza con el PT, para asegurarse las elecciones. Su pensamiento y sus incapacidades las conocimos en todo su esplendor en estos meses. Y su oxidado PMDB, el partido del poder permanente, sufrió un castigo especial. Tampoco se salvó el partido de Fernando Herinque Cardoso, el PSDB (Partido de la Socialdemocracia Brasilera), cuyo candidato Gerardo Alckim obtuvo el 4.8% de los votos y por sus alianzas tuvo el mayor acceso a los espacios de televisión gratis que se entregan por la ley electoral a los partidos.

La única remota posibilidad de que Bolsonaro no gane las elecciones en el balotaje es una profunda reacción democrática, y que en esa reacción intervengan los 20 millones de brasileros que no fueron a votar el domingo pasado. Es muy difícil, casi imposible.

Porque además al sistema en su conjunto, y al PT en particular, lo ha golpeado en pleno la corrupción, los mayores niveles conocidos de corrupción de la historia de Brasil, un país que siempre estuvo sumergido en la corrupción endémica y estructural, pero paradójicamente, por leyes aprobadas por el propio PT y las medidas ejecutadas por la propia Dilma Rouseff, se mostró ante la opinión pública un tejido monstruoso de políticos y empresarios corruptos, que se vieron elevados a la máxima potencia por las obras públicas gigantescas de los Juegos Olímpicos y del Mundial de Fútbol.

La combinación con una situación social y económica nacional en caída y con heridas profundas, con la desnudez de la corrupción que mantiene por diversas causas más de 300 presos entre empresarios, intermediarios y políticos, son la causa de esta explosión antidemocrática. La gente no quiere más a los corruptos, ya no los justifica.

Donde golpeó terriblemente este proceso, como lo hizo en otros países de la región, fue en la izquierda o en los sectores progresistas, que durante décadas concentraron buena parte de su artillería de denuncias e incluso programáticas en el combate a la corrupción. Pues la corrupción los derrotó.

Los derrotó no solo políticamente, sino en algo mucho más profundo y peligroso, los derrotó, nos derrotó en lo moral, en lo cultural. Nadie en Brasil y en varios países de la región se atreve en la izquierda a hablar claro y fuerte de la lucha contra la corrupción. Nos tragó el poder, el peor poder.

Revisen y comparen los discursos de Lula en sus campañas electorales, las que perdió y las que ganó, y los discursos actuales del PT y verán una diferencia substancial: la corrupción brilla por su ausencia porque tenemos una enorme cola de paja y además prendida fuego y fogoneada por la gran prensa. La misma que existía viva y coleando en las anteriores campañas electorales. ¿O la habíamos comprando?

La crisis de la política, el descredito profundo en el sistema de partidos, la falta de un análisis autocrítico serio y profundo, para analizar las causas y sobre todo los remedios para que estas cosas, demasiadas cosas sucias, inmorales e ilegales no vuelvan a suceder, es un retroceso civilizatorio. Nadie puede jurar ni arriesgarse a que la derecha y el fascismo que se viene, tengan un comportamiento más recto y decente, como lo está demostrando Donald Trump en los Estados Unidos.

En solo 5 años Brasil cambió políticamente de forma radical y eso solo puede suceder si hay causas de un enorme impacto, y la corrupción masiva y sistemática jugó ese papel. NO fue solo eso, también los fracasos de la situación económica y social atribuidos a los partidos del sistema, de los que se salvó Lula por sus dos primeros gobiernos, y por ello figuraba tan alto en las encuestas.

El otro factor, que también tiene directa relación con la corrupción, es la inseguridad, el miedo. Fue en los grandes estados donde impera lo peor del delito donde Bolsonaro obtuvo grandes victorias, con la consigna simplista y directa del uso de toda la fuerza del Estado, pero también de la cobertura legal para que los ciudadanos se armen y se defiendan de los delincuentes. También la inseguridad hace explotar el pequeño enano fascista que todos llevamos dentro, a veces en forma de un aluvión de votos.

Quedan tres interminables semanas de incertidumbre, de encuestas a troche y moche, y sobre todo de analizar a fondo qué cambios se producirán en Brasil si triunfa Bolsonaro, no con la estrecha mirada de nuestros intereses solamente, sino para la gran mayoría de los brasileros y los latinoamericanos.

Los cambios no quedarán reducidos a Brasil y su entorno, su impacto será a nivel internacional.

Por Esteban Valenti