Por Catalina Zabala
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En psicología, se dice que disfrutamos del cine de violencia porque nos permite sentir el riesgo en un ámbito controlado. Nos gusta exponernos a la adrenalina que implica percibir un peligro real, sin sufrir las consecuencias. La vida tras las rejas es un territorio que el cine exploró en reiteradas ocasiones; historias reales como Papillón (1973), clásicos como Sueños de fuga (1994), o series como Prison Break (2005). Desde la comodidad de su casa, el espectador se hace preguntas. ¿Cómo sería ir a la cárcel?
Pero la realidad de las prisiones de Latinoamérica se sabía lejana a los modelos yankees que veíamos en la tele hasta la fecha. Celdas casi unipersonales y blancas. Presidiarios uniformados de color naranja. Como en muchas otras temáticas, la realidad latina dista bastante de este imaginario. La primera en mostrarlo fue la serie El marginal (2016), y hoy, En el barro (2025), la secuela que pretende mostrar la realidad carcelaria del sexo femenino en Argentina.
A lo largo de su historia, el cine ha ocupado el rol —le corresponda o no— de acercar al público a los límites de la vida. A aquellas situaciones adversas y lejanas a lo cotidiano. Contextos en los que el espectador cree que nunca va a habitar. Se quiera o no, la pantalla grande muchas veces es la primera educadora del espectador sobre temáticas a las que no accede de otra manera, y eso tiene sus riesgos. Épocas antiguas de la historia, relatos de terror, mafia, gángsters, narcotráfico, y cárceles. Qué pasa cuando se pierden los límites que impone lo social, algo con lo que el espectador suele fantasear.
"En el barro" (2025), Alejandro Ciancio
Ya lo mostraba El marginal, y En el barro se encarga de encuadrar, una vez más, la ley de la selva en la vida real. Lo decía Thomas Hobbes 500 años atrás: “El hombre es el lobo del hombre”. Nuestra naturaleza más primitiva nos lleva a despedazarnos entre nosotros por la supervivencia. Así, como única alternativa, recurre al contrato social. Un acuerdo de mutuo desarme de todas las partes, que permite la convivencia y vida en comunidad que tanto defiende la sociedad. Pero para Hobbes, esto es una simple fachada antinatural. Y ante la menor oportunidad, los instintos salen a la luz.
En el barro (2025) es clara en ese sentido. Privadas de libertad y de formar parte de la sociedad, la cárcel se transforma en la selva, y sobrevive la más fuerte. Cuando ya no hay nada que perder, cuando el miedo al castigo ya no existe, se desatan los instintos. Y lo que el ser humano desatado puede llegar a hacer, escapa a cualquier ficción. Dos grupos liderados por mujeres autoritarias que debido a sus hazañas y tratos con la directora del penal, acumularon poder. Y para las reclusas nuevas no hay opción: o con María, o con la Zurda. Prostitución o violencia.
Una empresa de venta de pornografía con trípodes, maquillaje, trajes y materiales varios a su disposición que funciona impunemente dentro de la cárcel. La desesperación real de las presidiarias por salir en libertad y los juegos de poder que se dan en los centros de reclusión parece ser el ambiente perfecto para sexualizarlas al máximo. El morbo por la ilegalidad y lo prohibido. Antifaces, brillantina, sexo entre mujeres orquestado para llegar al celular del hombre que lo pague. Y aparece la femme fatale: esa imagen repetida a lo largo de la historia del arte. La figura femenina que resulta irresistible pero que es un peligro de vida para el hombre, que puede acabar con él. En este caso, las presidiarias que forman parte de Only. La red de pornografía. Marina Delorsi encarna este concepto a la perfección. La serie encontró en la cárcel un terreno propicio para mostrar violencia explícita y sexo nocivo sin censura, más allá del componente de la realidad que está mostrando.
"En el barro" (2025), Alejandro Ciancio
Esto no es una novedad. Además de Hobbes, lo advirtió aquel célebre experimento de estudiantes de Stanford, también con presos y reclusos, y en un sinfín de eventos históricos. Cuando el orden se desmorona y las normas sociales se pierden, el ser humano intenta reinventar una estructura jerárquica basada en el ejercicio del poder. Y cuando se pierde la sensibilidad y la moral, el que gana es el más fuerte, el más autoritario, el que tiene mejores recursos. En La Quebrada ya no importa qué está bien y qué está mal, todo es supervivencia. Reclusas contra reclusas, presas contra policías, policías contra la directora. Al final, el interés individual es el que prima, y la cárcel se convierte en una arena de todos contra todos.
En el mundo del cine, caer en el morbo es uno de los peligros principales. Y en el contexto de la cárcel, las escenas de violencia y la sexualidad reprimida son elementos tentadores: los recursos visuales son infinitos. Amenazas y amedrentamiento. Los actos más violentos y desmoralizantes hacia un otro. El uso del cuerpo como una única vía desesperada hacia algo de dinero. En un principio, las premisas son reales y dignas de ser mostradas. Pero a la hora de la realización, los caminos a tomar son infinitos. No se trata de poner en tela de juicio las atrocidades que eligen mostrarse en La Quebrada, la cárcel ficticia donde transcurre la historia. Se trata de ir más allá de la violencia que sí existe y que se muestra, y cuestionar el enfoque que se aplica.
El foco que se elige para retratar una temática determina el resultado, y la búsqueda desesperada del impacto visual es cada vez más frecuente en el cine. En el barro arroja luz sobre numerosas temáticas que quizás, si no fuera a través del cine, no serían miradas nunca. Las condiciones insalubres a las que se exponen las reclusas. Las violaciones de normas básicas de seguridad que suceden como moneda corriente en centros de reclusión que se encuentran hacinados y lejos de dar abasto, totalmente superados en capacidad y posibilidades. Cuestiones sobre las cuales las autoridades difícilmente se pronuncien con libertad, y que si no fuera por el espíritu de denuncia del arte y sus libertades poéticas, no llegarían fácilmente al diálogo de la comunidad.
"En el barro" (2025), Alejandro Ciancio
¿Pero la intención de la serie es, realmente, la denuncia? ¿O encuentra en este páramo desolado de la realidad, un ambiente perfecto en el cual desarrollar subtramas extremadamente violentas de manera justificada? La intención no queda clara. El potencial y la capacidad de plantear preguntas está ahí. La serie deja entrever que las cárceles, lejos de ser centros de corrección de los criminales, son una fábrica de los mismos. Porque quien cae detenido no solo pierde la libertad, sino la decisión sobre sí mismo. Mujeres obligadas a prostituirse por la fuerza. Amenazadas por sus compañeras más poderosas. Abusadas sexualmente por médicos y policías, quienes estaban destinados a ser la figura referente de seguridad en ese recinto. Y una directora que, lejos de garantizar el correcto funcionamiento del centro, dirige una red de trata de bebés en su interior. Un terreno en el que nadie es amigo de nadie más que de sí mismo. El terreno está dado, pero su presentación deja más preguntas que respuestas en clave de intención.
Como spin- off, la serie es efectiva. Aunque El Marginal y En el barro tengan lugar en dos lugares distantes y herméticos, la conversación entre ambas es constante a través de personajes y subtramas. El protagonismo de Borges, interpretada por Ana Garibaldi, o la aparición de Miguel Palacios, por Juan Minujín, entre otros ejemplos, mantiene viva la atención de quienes se vieron atrapados por la trama de El marginal. La participación de María Becerra es un elemento que no pasó desapercibido, en parte por su composición de “7 vidas”, la canción de la serie. Participaciones concretas como la de Juana Molina o Alejandra Olivera, “La Locomotora”, dieron de qué hablar y le otorgaron una impronta distintiva a la producción. Para su segunda temporada, programada para estrenarse en el 2026, suenan nombres como China Suárez, entre otros, y quedarán por resolverse las varias líneas narrativas desarrolladas en la primera entrega.
Por Catalina Zabala
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