Desde Fray Bentos, una crónica íntima sobre un negocio que, desde la llegada de Botnia, prospera más que la forestación y no tiene piquetes en contra: la prostitución.
La cumbia resuena en la noche helada y estrellada de las afueras de Fray Bentos, sobre el Río Uruguay. El ritmo proviene de la Whiskería Sabu: un par de luces rojas indican que allí hay mujeres que venden su cuerpo.
Adentro, una docena de chicas de diversas zonas del país, muy ligeras de ropa, se calientan junto a una estufa a leña mientras los primeros clientes se arriman a la barra para beber una copa y elegir presa.
Un humo denso, mezcla de madera quemada y cigarrillo, sazonado con aroma a perfume barato, inunda el ambiente de unos 15 metros cuadrados y le da una pátina blancuzca a la escasa iluminación.
Marcela viste una cortísima falda y sus largas piernas con medias caladas terminan en unas enormes plataformas blancas. El pelo largo y castaño le cubre parte del pronunciado escote.
"Vivo en Mercedes (30 km al sur de Fray Bentos). Tengo un hijo", dice, y aclara que el ejercicio de la prostitución le permite mantenerlo, abrigarlo, darle educación.
"La mayoría no son de Fray Bentos, casi nadie se anima a trabajar en el lugar donde vive, la gente las conoce", indica, y explica que el dueño de la whiskería "nos cobra 50 pesos (poco más de dos dólares) por pieza (cliente)".
La Whiskería Sabu no tiene habitaciones propias: las profesionales del sexo deben ir a un motel cercano, para luego regresar a esperar la siguiente "pieza".
Como los otros rubros, la prostitución ha crecido en el último año en Fray Bentos, donde la empresa finlandesa Botnia se apresta a culminar la instalación de una planta de celulosa.
Unos 5.000 operarios llegaron a esta ciudad de 22.000 habitantes para trabajar en la construcción de la fábrica: cerca de la mitad de ellos de Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Polonia o Turquía, mientras otros vinieron de países de la región como Chile o Brasil, además de los uruguayos.
Tras ellos, llegaron decenas de prostitutas para hacer su América.
"La prostitución creció. Se han instalado 3 o 4 casas más de las que había" antes del emprendimiento de Botnia, dijo Omar Lafluf, intendente del departamento de Río Negro, del que Fray Bentos es capital.
Una noche, en la Whiskería La Miel, un lugareño desolado por su poco éxito con las meretrices ante la competencia de clientes extranjeros, se paró en la barra, pidió silencio, y dijo: "éstos se van a ir, nosotros nos quedamos", contó un parroquiano.
La Miel llegó a atender apenas unas semanas atrás "a más de 400 clientes de lunes a lunes en el pico de la construcción de la planta", dijo 'El Brasilero', dueño del local, que cuenta con habitaciones.
En aquel momento, trabajaban "40 chicas, pero bajó el pico y ahora hay unas 20 o 22; hoy se trabaja bien los fines de semana", agregó.
'El Brasilero' no le cobra a las mujeres por ejercer en su local: su ganancia está en la venta de bebidas y el alquiler de las habitaciones.
Las chicas lucen tangas y corsés, y mucho maquillaje. Claudia, de 24 años, madre soltera, se sienta en la cama de uno de los cuartos llenos de espejos, con fuerte olor a humedad, y dice : "Soy de Montevideo. Cuando vi esto de Botnia, me vine para acá".
"Viví un año en Fray Bentos y traje a mis (dos) hijos. Pero ahora vengo por dos semanas, y me quedo una en Montevideo, y así", relata.
"Vine con la meta de ahorrar plata. Tengo un plazo fijo, una caja de ahorro y una cuenta en el Banco Hipotecario", afirma orgullosa.
"Aquí hubo mujeres que ganaban 6.000 pesos (unos 260 dólares) por noche y no ahorraron nada", interviene El Brasilero, que vigila la entrevista.