Imagen
Imagen
Imagen
Montevideo Portal
Envianos tu sugerencia
imagen

A cara de Peta


Luis Ubiña, gloria de Nacional y capitán en su primera Libertadores ganada, repasó su carrera con la casaca tricolor y la celeste, y recordó los duelos con el peruano Joya. Además, contó que “nunca tuve una llamada” por parte del club, después de ser despedido hace ocho años.


A los muchos que creen que Luis Ubiña nació con el número 4 tatuado en la espalda, les decimos que no, a pesar de que fue de los últimos grandes laterales derechos del fútbol uruguayo, con la vieja estirpe de aquellas épocas donde la celeste y los grandes lograban cosas importantes.

El Peta, como se lo conoce, fue una gloria del Club Nacional de Football, campeón uruguayo cuatro veces y capitán en la primera Copa Libertadores, esa que “fue un gran alivio porque se venía de algunos fracasos de años anteriores”, según contó a Montevideo Portal.

Los inicios en el Cerro

Hijo adoptivo del Cerro, barrio en el que nació el 7 de julio de 1940 y en el que sigue viviendo, Ubiña contó que “comencé jugando en las inferiores de Cerro, pero como con 15 años no me ponían me fui para Rampla y ahí empecé la carrera hasta debutar en Primera División”

Con la casaca rojiverde fue subcampeón uruguayo en 1964, un logro importante en un país donde los dos primeros lugares del Campeonato Uruguayo, a dos ruedas en aquel entonces, siempre estaban reservados para los grandes. Sus actuaciones le valieron la citación a la celeste, y “fui al Mundial de 1966 siendo jugador de Rampla. Al año siguiente me fui a Nacional”.

Ese pasaje de picapiedra a tricolor fue un cambio muy importante, ya que trabajaba en una fundición. “Laburaba ocho horas haciendo los contrapesos para los ascensores Otis, pero cuando pasé a Nacional dejé. Hasta hoy me están esperando”, contó Ubiña, y recordó que “las exigencias eran otras. Estaba la Copa Libertadores y la posibilidad más cercana de integrar la selección”.

La celeste y la tricolor

Con el seleccionado uruguayo “jugué tres eliminatorias clasificando en todas, y fui capitán en dos de los tres mundiales que jugué (1966, 70 y 74). Cuando volvimos del Mundial de México (1970), llegamos al Aeropuerto y no había nadie, no se festejó como ahora. Recibimos un premio de 300 dólares, pero nos descontaron casi 100 por exceso de equipaje y alguna compra que hicimos allá”.

Después de esa actuación en territorio azteca que se tomó en su momento como un fracaso, hubo revancha apenas un año después con un equipo espectacular. La Libertadores, ese anhelo albo que en la década del 60 se escapó en finales con Independiente, Racing y Estudiantes de La Plata, se logró en 1971 en Lima, con triunfo con sabor a revancha frente al pincharrata.

“Del plantel de la selección de 1970, éramos nueve de Nacional. Faltaban Manga y (Luis) Artime. Siempre decíamos en broma que con ellos dos éramos la selección”, contó el Peta, quien definió aquella campaña como “algo extraordinario. Había un equipazo, había grandes jugadores”, en una época en que “los grandes compraban lo mejor que había en los cuadros chicos y traían buenos jugadores de afuera”.

Así fue como “teníamos a Manga, Artime, Zelio, Prieto… nada que ver con los jugadores que se traen de otros países ahora. Era otro momento del país también”. Tanto Nacional como Peñarol tenían poderío económico para traer fenómenos del continente, aunque en lo que refiere a sueldos “no se pagaba tanto en aquella época”.

Protagonista de mil tardes y noches clásicas, recuerda sus duelos con el peruano Juan Joya Cordero, delantero del Peñarol campeón de todo en los 60. “Éramos muy amigos fuera de la cancha, pero adentro no nos conocíamos. Íbamos muy fuerte a cada pelota, pero nunca con mala intención”, reveló.

La lista de grandes punteros izquierdos que anuló es extensa, y entre los más difíciles recuerda uno a nivel internacional y otro en el medio local. “Gento, del Real Madrid, era una cosa impresionante y rapidísimo. Lo enfrenté en el 66. Y en Uruguay el Loco Pintos, de Cerro: flor de jugador”.

Después de cerrar una carrera impresionante, se retiró en Nacional en 1974 e inmediatamente el entonces presidente albo Miguel Restuccia lo contrató para trabajar en el Parque Central. Luego pasó a ser presidente de la Mutual Uruguaya de Futbolers Profesionales y fue intendente del Parque Central.

Ingratitud y distancia

En 2002 fue despedido por el club al que dio todo, porque había que recortar gastos. “Después de eso no fui nunca más al fútbol. Me fui de Nacional con una directiva que era novata (en 2002 presidida por Eduardo Ache), y con dirigentes que cuando yo jugaba algunos ni veían fútbol y a otros eran los padres los que los llevaban al vestuario. No les importó que yo me tuviera que jubilar, pero yo me quedo tranquilo por haber cumplido con la gente, y por haber tenido una carrera deportiva buena, sana y limpita”.

“Los dirigentes en mi época eran otra cosa, como Don Miguel Restuccia. Algunos sacaban plata de sus bolsillos para pagar los sueldos, pero los que vinieron después sacan para su bolsillo”, aseguró Ubiña, aunque rescata que “los funcionarios del Parque Central hasta hoy me llaman todos, y algunos jugadores también. Eso a uno lo deja tranquilo porque sabe que hizo las cosas bien”.

Una vez contó Paolo Montero que quienes promueven la Cultura Nacional “nunca llamaron a mi padre (Julio Montero Castillo) ni para un asado, y es una gloria de Nacional”. Esto lo ratifica el Peta, ya que “a mi tampoco me llamaron ni me invitaron a ningún festejo. Parece que se han olvidado de la historia de la institución”.

Hoy en día, vive con su esposa y su suegra y cada tanto se anima a una escapada a Santa Lucía del Este, donde tiene su casa de veraneo hace 50 años. Con una complicación en las arterias que le hace tener problemas en las piernas por culpa del cigarro, Ubiña disfruta en su casa del Cerro el hecho de “cortar el pasto del frente y del fondo. Siempre hay algo para hacer”.

En definitiva nunca se fue del césped, ni en la memoria de los hinchas ni en los hechos. Tan es así, que si quien escribe esta nota fuera un hábil puntero izquierdo no dudaría un segundo en asegurar que el último lugar del mundo que elegiría para un picado, por miedo a que lo anulen, sería ese fondo de la casa de Ubiña donde el Peta, como hace 40 años, sigue cortando el pasto.

Compartir
Los que ya encontramos
Imagen