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Montevideo Portal
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Dibuje Zorro, dibuje


Poseedor de un temible cabezazo y de una gran fortaleza anímica, Daniel Felipe Revelez se ganó el amor de los hinchas de Nacional, club con el que obtuvo la Libertadores e Intercontinental de 1988 entre otros logros. El Zorro, que no era de los que regalaban pinceladas de exquisitez, nos cuenta sobre su vida a los 51 años, mientras realiza un curso de dibujo de caricaturas.


 Si bien este temperamental zaguero debutó en Primera División con la casaca de Bella Vista, seguramente el hincha que arranque una conversación de fútbol y se emocione al nombrar a Daniel Felipe Revelez sea de Nacional, club con el que se identifica hasta hoy. Entrega a la causa, fiereza bien entendida y juego aéreo implacable fueron sus asignaturas con calificación más alta para recibirse de ídolo.

Claro que sus inicios fueron en el conjunto papal, al que llegó desde la capital de Rocha, en donde nació el 30 de setiembre de 1959. Integrante del seleccionado juvenil sub 20 que fue tercero en el Mundial de Japón 1979, bajo la dirección técnica de Raúl Bentancor, ocupó en aquel equipo una posición diferente a la que hasta hoy se le recuerda.

Revelez, el 10 del equipo

“Jugué de 10 pero fue algo circunstancial”, recordó en diálogo con Montevideo Portal el Zorro, apodo que se ganó en ese entonces “por mi bigote, parecido al del personaje. Me lo pusieron el Loco Acosta y Ruben Paz, que se pasaban jodiendo”. “Se lesionaron Arsenio Luzardo y Roberto Roo, y fue separado por indisciplina Luis Güelmo, así que Don Raúl me pidió que jugara en el medio por izquierda, para relevar la subida de Daniel Martínez y ayudar en la marca a Sergio González y al Chifle Barrios, porque yo no era muy dúctil. Igual terminé como goleador, ja”, recuerda.

Ya de retorno a su posición original, buenas actuaciones en Bella Vista le permitieron emigrar en 1983 a Colombia, en donde “viví una experiencia linda a pesar de llegar a un equipo débil como el Deportivo Cali, que no era lo que es ahora. Se manejaba con socios, y la plata de las drogas no entraba. Había otros equipos que le hacían la vida imposible. Ese período fue el de esplendor del América, que se apoderaba de todo, y de Nacional de Medellín, ambos con dineros sucios”, en una liga que “era fuerte económicamente, llevaba grandes jugadores y entrenadores”.

De “cuadro chico”


Foto: Grupo de Facebook del Zorro Revelez

Tras dos temporadas en el fútbol cafetero pasó por Chacarita Juniors y Danubio, y nuevamente se calzó la casaca papal hasta que llegó a Nacional en 1988 con 28 años. “Pude haber llegado más joven, dos veces, pero en ninguna se concretó. Primero cuando tenía 16 años, me fue a ver Nasim Ache a Rocha y le gusté. Me dijo que me mandaba los pasajes, pero nunca llegaron”.

La segunda vez que Revelez estuvo cerca de los tricolores fue en 1983, cuando Dante Iocco le pasó el cargo de presidente a Rodolfo Sienra, quien armó el recordado “equipo de las estrellas”, que dejó un sabor agridulce a sus hinchas. Si bien se consagró campeón uruguayo con 16 puntos de ventaja sobre Peñarol, máxima diferencia histórica entre equipos grandes en una época en que las victorias valían dos, fue eliminado en la semifinal de la Copa Libertadores por su tradicional adversario.

Con figuras como Miguel Brindisi, Carlos Aguilera, Carlos Berrueta y Antonio Alzamendi, el entrenador argentino Miguel Ángel Basílico llevó a otro zaguero de Bella Vista, Juan Ferrari, “pero primero me había pedido a mí. No me contrataron porque el presidente en ese momento dijo que yo era un jugador para cuadro chico y no podía jugar en Nacional”.

Nacional y la gloria

Sin embargo, con la presidencia de Mario Garbarino se concretó su llegada al elenco albo que en 1988 y bajo la conducción de Roberto Fleitas fue el último uruguayo en ganar la Copa Libertadores y la Intercontinental.

“Nadie daba nada por nosotros”, recuerda el Zorro, ya que “los nombres de los jugadores que íbamos llegando no generaban demasiada confianza en los hinchas ni en la prensa de aquel momento. Nadie pensaba que fuéramos a ser campeones de América”.

En ese equipo formó una recordada pareja de zagueros con Hugo De León, el técnico dentro de la cancha. Con su voz de mando y técnica al servicio de la defensa, el riverense ordenaba el fondo que completaban el Chango José Pintos Saldanha por el lateral derecho y Carlos Soca en la izquierda, delante del arquero Jorge Seré.

“Superman”, como lo bautizó Carlos Muñoz, fue el héroe de aquel triunfo por penales sobre PSV Eindhoven en Tokyo, en donde Revelez anotó el suyo cuando no había otra alternativa: si fallaba, el triunfo era para el copetudo elenco holandés, que tenía en sus filas a Ronald Koeman y Romario.

Claro que para llegar a esa instancia hubo escalas previas, en la Libertadores, y el escollo más difícil no fue la final ante Newell’s, que terminó con un Centenario colmado que vibraba con una superioridad tricolor en cancha pocas veces vista en una definición continental: 3-0 tan festejado como justo.

Lo más complicado fue “la revancha con América de Cali. Nos fuimos re calientes porque apenas habíamos ganado 1-0 en Montevideo, y sabíamos que era durísimo no sólo por el rival sino también por las cosas extras”, que efectivamente dijeron presente.

“Nos mandaron muchachas muy bonitas al hotel y una orquesta a la una de la mañana que no dejó de tocar en toda la noche, además del incidente de Seré en la cancha”, contó uno de los pilares de aquella noche en que los tricolores arrancaron perdiendo por culpa de un tempranero gol de Anthony De Ávila. Cuando todo pintaba para penales, Juan Carlos De Lima aprovechó un soberbio pase de 40 metros de Yubert Lemos para el 1-1 que puso al bolso en la final.



Revelez hoy. Foto del Grupo de Facebook del Zorro Revelez

La recta final

Clásico ante Peñarol, Liguilla con César Luis Menotti dirigiendo a los carboneros que tiraban el achique hasta por inercia y pelota larga de Venancio Ramos para Revelez. Fernando Álvez, arquero mirasol transformado en líbero por aquella inentendible forma de jugar, fue a buscar ese pase que moría en el rincón de la Colombes contra la Olímpica. “Le hago un caño y se viene el estadio abajo”, pensó. ¿Para qué? “Me le tiré con las dos piernas, hizo un poco de bulla, me sacaron amarilla y después nos reíamos juntos. Ya estaba para terminar el partido empatado y siempre le digo, si me la tiraba un poco más corta Venancio, era gol mío”.

Campeón de la Libertadores y la Intercontinental en 1988, Interamericana y Recopa al año siguiente, llegó a la Celeste para integrar el Equipo Ideal de América de 1990, año en que estuvo en el plantel que disputó el Mundial de Italia aunque no jugó. En la gira de preparación, decretó el 3-3 definitivo en un amistoso en Stuttgart ante Alemania, selección que tres meses más tarde se alzó con el título del mundo.

Siguió vistiendo la blusa tricolor, ganó el Uruguayo 1992 y se quedó hasta el año siguiente para luego pasar a Danubio, club con el que se retiró en 1996.

El después

Ya como ex futbolista, volvió a Nacional para trabajar en las divisiones formativas pero tuvo un final tormentoso durante la presidencia de Eduardo Ache, y tras muchos meses sin cobrar no sólo renunció sino que donó su deuda a los juveniles albos. A pesar de que cambió la directiva desde aquel entonces, “traté de aislarme. El otro día, en una reunión con hinchas que organizan comidas con viejas glorias, les comentaba que me gustaría que el club tuviera un lugar físico en donde pudiéramos juntarnos los jugadores de otras épocas”.

Desde su alejamiento de la Tercera de Wanderers luego del Apertura 2009, a partir de la partida de Salvador Capitano, está sin trabajo. Según cuenta, hace “de amo de casa” en su domicilio de Colonia Nicolich, por la ruta 102, y animándose a dibujar, algo que en la cancha dejaba para los volantes de creación. “Estoy con un curso de dibujo de caricaturas. Es algo que siempre me gustó, porque tengo facilidad”.

Aunque aclara, para aquellos que ya empiecen a pensar en cómics con el fútbol como temática, que “las caricaturas que hago por ahora son copiadas, o hechas en tamaño más grande, pero no creadas por mí”. Sea como sea, parece justo. El hombre que se ganó miles de corazones que palpitan en tres colores en base a entrega, sin pinceladas de técnica ni coloridos festejos, hoy se saca el gusto y dibuja. Está bien, dibuje Revelez, dibuje.

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