De otra parte, la utopía de construir un estilo de vida alternativo al de la ciudad condujo a una porción de los habitantes actuales, con frecuencia artistas y artesanos, a establecerse en Polonio.

Esta apuesta idealista a favor de una mayor cercanía con la naturaleza, la posibilidad de un relacionamiento social más comunitario, la disponibilidad plena del tiempo, el trabajo y la creatividad propios, se combinó con la facilidad que existía para instalarse sin poseer más que un capital exiguo y la destreza de construirse la propia casa. La ausencia de servicios y un invierno inclemente, era un precio que valía la pena pagar.

De este modo, la singularidad social del Polonio no va a la zaga de la excepcionalidad de su paisaje. Grupos originalmente dispares, paisanos, loberos, pescadores, artesanos, gentes más o menos expulsadas de la ciudad, trillan los mismos fatigosos caminos de arena y alcanzan un original grado de integración.


A partir de los años ochenta el Cabo empieza a definirse como un balneario con señas de identidad propias. Bohemio o alternativo, dicho con simpatía o prejuicio, el Polonio deja rápidamente de ser el refugio de unos pocos visitantes más o menos pioneros instalados a comienzos de los setenta.

Para quienes frecuentan el lugar, buena parte de su encanto reside, precisamente, en lo que no hay: edificios, calles, autos, luz, agua.