Esta apuesta idealista a favor de una mayor cercanía con la naturaleza, la posibilidad de un relacionamiento social más comunitario, la disponibilidad plena del tiempo, el trabajo y la creatividad propios, se combinó con la facilidad que existía para instalarse sin poseer más que un capital exiguo y la destreza de construirse la propia casa. La ausencia de servicios y un invierno inclemente, era un precio que valía la pena pagar. De este modo, la singularidad social del Polonio no va a la zaga de la excepcionalidad de su paisaje. Grupos originalmente dispares, paisanos, loberos, pescadores, artesanos, gentes más o menos expulsadas de la ciudad, trillan los mismos fatigosos caminos de arena y alcanzan un original grado de integración.
Para quienes frecuentan el lugar, buena parte de su encanto reside, precisamente, en lo que no hay: edificios, calles, autos, luz, agua.
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