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Día de Difuntos en América

“No morimos, nos mudamos”

Al igual que otras fiestas cristianas, el Día de los Muertos es una celebración que se superpone a ritos paganos preexistentes. En varios países latinoamericanos, la festividad se entrelaza con las tradiciones indígenas, surgiendo de tal mezcla una colorida jornada. Fotos de México y Bolivia

Día de difuntos en México

Los mexicanos se reencuentran hoy con sus difuntos y los invitan a la mesa en una monumental conmemoración en el sureste del país, una zona maya en la que las tradiciones prehispánicas todavía se conservan vivas.

El III Festival de tradiciones de Vida y Muerte en el parque ecológico Xcaret, ubicado en la Riviera Maya, reúne, del 30 de octubre al 2 de noviembre, a un total de 39 comunidades mayas que se dan cita en este espectáculo para compartir su cultura, sus rezos y su manera de elaborar los tradicionales altares de muertos.

"Es proverbial la celebración de los muertos en México desde tiempos muy antiguos", explicó en entrevista con Efe la experta Renée Petrich, etnóloga del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México y quien durante 20 años ha estudiado las culturas mayas del centro de Quintana Roo.

Desde tiempos prehispánicos los antiguos habitantes de lo que hoy es México celebraban a sus muertos en el día de "Hanal Pixan", en coincidencia con la llegada de las primeras cosechas de maíz, calabaza y fríjol.

Petrich manifestó que los primeros días de noviembre las familias indígenas del sureste de México, históricamente las más marginadas del país, esperan a las ánimas en el marco de "un recordatorio de los difuntos que se empalma con los días de Santos Difuntos de la tradición europea".

Durante la colonia las tradiciones indígenas de muerte parecieron violentas para el punto de vista de los europeos católicos, por lo que, en su intento de cambiarlas, tuvo lugar un fuerte sincretismo religioso, aunque el indígena no perdió del todo sus valores tradicionales

Primero, el día 31 de octubre los mayas esperan las almas de los niños difuntos y preparan un altar con una ofrenda especial para ellos, llena de dulces y juguetes.

El 1 de noviembre, en cambio, celebran la entrada a la casa de las ánimas mayores, lo cual se marca por un camino hecho de flores y velas para que sigan los difuntos desde el más allá.

A ellos ofrecen alimentos, preferiblemente los que gustaban al ser querido, como parte de un ritual que se mantiene esencialmente inalterado desde la llamada Guerra de Castas (1847-1901).

Este conflicto enfrentó a los indígenas contra los pobladores criollos de México, y mantuvo durante cincuenta años al sureste mexicano como un territorio libre y autónomo.

Un mes antes de la fiesta los indígenas preparan sus casas para recibir a los espíritus de sus familiares.

La creencia popular dice que cualquier desperfecto en la casa, suciedad o desarreglo puede ser motivo para que las almas se queden irremediablemente para realizar las reparaciones o composturas necesarias.

La gastronomía típica de muertos en esta región, donde según Petrich se conservan más puras las celebraciones de muertos, consta, entre otros, de "mucbi pollo", un alimento festivo y "el atole nuevo", elaborado con el maíz de la primera cosecha.

A los ocho días, "el ochavario", el día en que las ánimas se despiden de sus familiares, se preparan unos tamales pequeños llamados "Chachacua" para que los muertos puedan llevarlos de regreso y no se queden errando en la tierra.

Más de 30.000 personas visitarán este año el III Festival de tradiciones de Vida y Muerte, la mayoría visitantes locales o nacionales, según cálculos de los organizadores.

Teatro, música, danza, talleres, rituales, ofrendas, exposiciones de pintura, escultura, fotografía y muestras gastronómicas tratan de mostrar los orígenes de esta fiesta milenaria, considerada por la Unesco una obra maestra del patrimonio cultural de la humanidad.

Ver la muerte con alegría, festejarla, regalar calaveras de azúcar a una persona cercana con su nombre grabado en la frente, como señal de amistad "solo pasa en México, solo los mexicanos ven la muerte desde este punto de vista para mitigar lo desconocido y el dolor que provoca", dijo por su parte la gerente de Relaciones Públicas de Xcaret, Iliana Rodríguez.

Entre los invitados especiales al festival se encuentra la actriz mexicana Ofelia Medina, quien protagoniza la puesta teatral "Cada quien su Frida (Kahlo)", un espectáculo de música y humor sobre la vida de la pintora mexicana.

México posee "un gran patrimonio cultural que es nuestra obligación conservar y difundir, no solo a los mexicanos sino al resto del mundo", concluyó Rodríguez. EFE

En Bolivia

Los aimaras, la principal etnia del altiplano boliviano, conciben la festividad de Todos los Santos como el "tiempo de los ajayus", un periodo de reencuentro con los espíritus de aquellos que se fueron.

Las tradiciones indígena y católica se dan la mano a principios de noviembre en la zona andina de Bolivia para celebrar el culto a los difuntos, en una rica expresión cultural que se entiende como fiesta y tiempo de convivencia.

Y es que para los aimaras la muerte natural no constituye un episodio trágico, sino un ciclo más de la propia vida. Por eso, cuando alguien fallece, dicen que esa persona "se ha ido" o "ha partido", según explicó a Efe el sociólogo boliviano David Mendoza.

A diferencia de la católica, la cultura aimara no cree en el alma sino en el "ajayu" o la energía vital que habita en cada persona. Tampoco entiende de cielo o infierno porque la morada donde descansan estos espíritus son las "achachilas" (divinidades que habitan en las montañas).

El 1 de noviembre al mediodía los "ajayus" regresan de sus montañas para convivir durante 24 horas con sus familiares y amigos, que les reciben preparando en cada hogar un altar o "mesa" rebosante de elementos simbólicos.

El propio altar, según expertos consultados por Efe, representa la montaña que ha acogido al espíritu y se viste de distintos colores: blanco, si el fallecido es un niño; negro si se trata de una persona mayor o con el andino "aguayo" si ha sido una mujer.

En las esquinas de la "mesa" son obligadas cuatro largas cañas de azúcar para delimitar el espacio de reencuentro con el "ajayu" y que otras versiones interpretan como "bastones" para que el espíritu pueda apoyarse.

El altar se completa con la fotografía del difunto y, sobre todo, con abundante comida, flores, alcohol y hojas de coca. Otras familias añaden elementos católicos como cruces, rosarios y estampas de la Virgen María.

"Los 'ajayus' vienen a comer la comida que más les gusta", según el también aimara David Mendoza, que explica así la tradición de preparar y colocar en estas "mesas" los platos y bebidas que más disfrutaba el difunto.

A estos manjares se añade la gran variedad de delicias gastronómicas bolivianas propias de la época, que los días previos a la festividad de Todos los Santos abarrotan los mercados callejeros de La Paz.

Entre estos productos típicos destacan las vistosas "tantawawas", unos panes con forma humana y un colorido rostro modelado en estuco que representan al fallecido.

Las familias bolivianas también agasajan a sus muertos con bizcochuelos, kispiñas (galletitas de quinua, el típico cereal andino), "maicillos" y un sinfín de "masitas" o dulces de diferentes formas: cruces católicas, escaleras para "ayudar" al "ajayu" en su llegada, llamas, aves, caballitos, lunas, soles...

La música juega un papel fundamental en el "tiempo de los ajayus" porque, según David Mendoza, "los aimaras se alegran cuando llegan sus espíritus y los esperan con cantos y música".

Así, los sones de las flautas andinas (pinkillos, tarcas o mohoceños) se mezclan con rezos que también son producto del sincretismo entre el indigenismo y la herencia católica. Es el caso de las "phuluras" o los "mementos", unas plegarias que combinan el castellano, el aimara y hasta el latín.

El homenaje a los difuntos se suele celebrar el 1 de noviembre en la intimidad de los hogares en torno a estos altares. Es al día siguiente cuando los bolivianos andinos acuden a los cementerios.

Como está prohibido consumir comidas y bebidas alcohólicas en el interior de los camposantos, las celebraciones familiares se reproducen, esta vez al aire libre, en lugares aledaños.

El culto a los difuntos no acaba en estas jornadas, ya que el 8 de noviembre se celebra en La Paz un rito muy particular: la fiesta de las "ñatitas" o calaveras, que no cuenta con la aprobación de la Iglesia Católica.

Se trata de una tradición poco investigada y cuestionada por sus características macabras, puesto que se emplean calaveras humanas, en algunos casos robadas de los cementerios.

Sin embargo, el culto a la "ñatita" y la creencia de que estos restos humanos tienen poderes sobrenaturales "forman parte de la memoria del pueblo aimara colonizado que se enfrentó a la Inquisición", según indica la Alcaldía de La Paz en un folleto divulgativo.


Fuente: EFE