La muerte de Mussolini y un dilema moral
01.12.2006
Nadie sabe aún hoy con precisión, quién fue el que mató al fundador del fascismo ni bajo qué circunstancias murió aquel 28 de abril de 1945 junto a su amante Claretta Petacci.

Por Pablo Ney Ferreira *

La verdad oficial acerca de las últimas jornadas de Benito Mussolini comienza cuando el 25 de abril, el duce abandona Milán en dirección a Suiza. Le acompaña su fiel amante con quien pasa la noche en Menaggio para reemprender la marcha al otro día. Mussolini decide disfrazarse de soldado alemán y es aceptado en un convoy germano que regresa a Alemania. El 27 de abril, una patrulla de partisanos detiene al convoy y procede a revisarlo, cuando uno de estos apodado Bill reconoce al duce y lo captura.

Siempre siendo fieles a la verdad oficial, el general Rafaelle Cadorna, ostentando el rimbombante título de Comandante del Cuerpo de Voluntarios de la Libertad, transmitió esa noche telefónicamente la orden de ejecución tras lo que se denominó por entonces ''un juicio sumarísimo''. El día 28, cerca de las cuatro de la tarde un partisano nombrado como coronel Valerio cumplió la orden y ametralló a Mussolini, y ya que estaba también a Clareta Petacci, cuyo único crimen había sido el de estar con el hombre equivocado en el momento equivocado. Ahora, ¿quién era este supuesto coronel Valerio? Este es uno de los dilemas del que nos ocuparemos en esta nota.


¿QUIÉN APRETÓ EL GATILLO?
Walter Audisio era diputado por el Partido Comunista de Italia. Este diputado comunista reconoció por los años sesenta que Valerio era él y que había terminado patrióticamente con la vida del maldito dictador fascista. Puntualizó que se atascaron tanto su metralleta como su pistola, y tuvo que recurrir al arma de Michele Moreti, uno de los dos partisanos que le acompañaban. Audisio, hombre apacible, contable, dio por lo menos cuatro versiones distintas, cometió numerosas contradicciones y demostró, por lo menos, recordar muy mal aquel episodio.

Ya en aquellos días su tardía confesión levantó cuantiosas incertidumbres. Algunos no creían que el general Cadorna tuviera suficiente autoridad para ordenar la ejecución o el asesinato, como prefieran- violando el pacto firmado con las fuerzas victoriosas, que instituía la entrega de Mussolini, vivo, a las autoridades militares de los Estados Unidos. La real autoridad partisana en esa zona estaba a cargo del conocido por todos, Sandro Pertini o en todo caso de Luigi Longo, futuro secretario general del PCI. Algunos investigadores pensaron que cualquiera de ellos podía haber ordenado la ejecución sumaria y hasta ejecutarla en persona. Debido a la posterior trayectoria política de ambos, es que el asesinato de Mussolini era atribuido al ya fallecido general Cadorna y al modesto militante Audisio.

Por otro lado, el diputado comunista Massimo Caprara, secretario de Palmiro Togliatti, afirmó que el hombre que empuñó el arma homicida fue un tal Aldo Lampredi, un oscuro funcionario del Komintern a las órdenes directas de Moscú. Otra explicación nos habla de un tal Max Salvadori, agente enviado por Churchill para recuperar los documentos que demostraban los contactos entre Mussolini y el viejo conductor del Partido Conservador británico. Los asesinos de Mussolini no sólo acabaron con la vida del líder fascista, sino que también se ocuparon de los archivos privados del duce, que jamás aparecieron.

Lo que sí se sabe con precisión, es la trayectoria del cadáver. Un grupo de partisanos lo trasladó por la madrugada a la plaza Loreto de Milán (el mismo sitio donde dos semanas antes se había ejecutado a 15 miembros de la resistencia). A eso del mediodía, los cadáveres de Mussolini, Petacci y cinco jerarcas fascistas fueron colgados en una gasolinera y expuestos al escarnio público. Los cuerpos fueron civilizadamente tiroteados, orinados, escupidos y golpeados por una multitud fuera de sí. El salvajismo fascista densamente denunciado por los opositores al mismo, era asumido como propio tanto por los partisanos como por los italianos allí reunidos.

Lo que quedaba de Benito Mussolini fue enterrado en un cementerio en Milán, en una tumba anónima identificada con el número 384. El 23 de abril de 1946, tres chiflados simpatizantes del fascismo robaron el cadáver del cementerio, pero no supieron bien qué era lo que debían hacer con él. El cadáver estuvo paseando por Milán durante unos 15 días dentro de la valija de un coche. El 7 de mayo, uno de los chiflados, Doménico Leccisi, entregó el cuerpo, metido en una cajita (los restos quedaron aún más mutilados), al padre Parini, del convento de Sant Angelo. El pobre sacerdote informó al cabo de un tiempo al arzobispo de Milán, cardenal Ildefonso Schuster, quien inmediatamente dio conocimiento al gobierno.

Fue entonces cuando la Iglesia y el gobierno decidieron esconder el cadáver en el convento capuchino de Cerro Maggiore, cerca de Legnano. El superior lo ocultó bajo un altar y luego, a causa del mal olor reinante, en un armario. Allí permaneció el fundador del fascismo hasta 1955, cuando el gobierno finalmente consideró -siguiendo, aunque algo tardíamente, las enseñanzas de Antífona- entregar los despojos del fundador del fascismo a su familia. Mussolini permanece hasta ahora enterrado en el cementerio de San Casiano.


¿Y LA SUPERIORIDAD MORAL?
Ahora bien. Dos consideraciones al respecto.
Esto es normal, ¿no? Que cada uno elija según su gusto ideológico al asesinado de turno y lo ejecute, lo cuelgue en una plaza para que la gente lo escupa y luego nadie dé ninguna explicación sobre el caso, es perfectamente normal. ¿Dónde queda la superioridad moral de las fuerzas aliadas frente a la barbarie nazi fascista? ¿Haciendo lo mismo que ellos?. ¿Es correcto matar como a un perro a cualquier fascista que encontremos? Aunque lo sean. Si la respuesta a estas preguntas es sí, entonces debemos entender que lo que los fascistas hacían también estaba bien. Si la respuesta es un no, entonces recién comenzamos a transitar por el camino del Estado de Derecho, de los juicios con garantías y de toda la institucionalidad que las democracias occidentales presumen poseer.

Cualquier asesino en serie debe poseer un juicio con todas las garantías debidas. En caso contrario nos estaríamos comenzando a precipitar hacia la cultura del linchamiento público o hacia la justicia por mano propia, y desde allí, a la más absoluta arbitrariedad en materia de justicia y de legalidad.

Así, los autores de la ''ejecución'' y las circunstancias de la misma flotan todavía, ya pasados sesenta años en un espeso misterio.

Guido Mussolini, de 69 años, con cuatro hijos y empleado de una fábrica de quesos, es nieto del duce, y ha solicitado a la Fiscalía de Como la exhumación del cadáver para tratar de descubrir la identidad de los asesinos de Mussolini y para poner al descubierto el ensañamiento inhumano con el que procedieron los mismos al exponer su cadáver ante la turba.

Mientras tanto, la Fiscalía de Como ha abierto un expediente, pero asimismo duda que la petición prospere dadas las numerosas amnistías aplicadas sobre la turbulenta fase final de la guerra en Italia. Cabe destacar también que otra de las nietas del dictador, Alessandra Mussolini, que encabeza una formación política filo-fascista, se opone rotundamente a tal cosa, argumentando que su abuela Raquel, esposa de Mussolini, quería que dejaran en paz al cadáver de su marido.

Guido sostiene que existe un documento que puede ser de gran importancia para revelar buena parte del misterio que envuelve a la muerte del líder fascista. Mantiene firmemente que ''una filmación de dos minutos que recoge el final de Benito Mussolini, permanece guardada en un archivo privado de Washington''. Guido y sus abogados confían en conseguir esa supuesta filmación y reabrir un caso nunca del todo cerrado. Pero obsérvese bien cuál es el objetivo de este individuo: ''No quiero venganzas políticas; sólo soy un nieto que quiere saber como murió su abuelo. No me interesa que las responsabilidades penales hayan prescrito, para la verdad no existe prescripción''.

Interesante ¿no? Veámoslo así. Al abuelo de Guido, Don Benito, lo raptaron, lo asesinaron junto con su amante, luego lo colgaron de cabeza en la plaza de Milán, donde fue escupido y tiroteado por una multitud enloquecida. Luego de eso fue enterrado anónimamente sin la presencia de su familia, y luego su cadáver sufrió los vejámenes que ya hemos relatado. ¿Qué haría usted en el lugar de Guido?

Lo que Guido quiere es simplemente saber cómo murió su abuelo, dónde murió y quién fue el que lo mató. No pide otra cosa. No aspira a poner en marcha procesos penales ni vulnerar algún tipo de amnistía, sólo quiere conocer la verdad de los hechos sobre la muerte de su abuelo. ¿No le suena parecido a algunos episodios que se vienen sucediendo en el Uruguay hace ya algún tiempo?

¿Estaría usted dispuesto a que Guido sepa la verdad sobre la muerte de su abuelo? ¿O es que no se lo merece dado que su abuelo era un perro fascista y probablemente Guido también?

Si su respuesta es sí, entonces usted ha aprendido de la historia y tiene una civilizada apreciación de lo que significan los derechos en serio, la persona humana, y el sentido de una justicia entendida como un conjunto de derechos y garantías para un juicio justo. Tanto yo, como usted, como Stalin, o como Mussolini, debemos tener derecho a un juicio justo con todas las garantías, no importa los crímenes que hayamos cometido. Ese es precisamente uno de los mayores logros del llamado Estado de Derecho, instaurado hace ya un tiempo en las democracias occidentales.

Ahora, si su respuesta es no, entonces su visión de la política y de la justicia permanece anclada en el período de la guerra fría, y aún debe reflexionar un poco más sobre la importancia de separar la ideología de la justicia y dejar de lado nuestros prejuicios ideológicos cuando se trata de preservar un elemental respeto por la persona humana, por la verdad, y por la justicia.


* Pablo Ney Ferreira es candidato a Doctor en Ciencia Política; Universidad Complutense de Madrid


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