Ese medio concepto medio sensación que de la Argentina tienen los argentinos
está como telón de fondo, como presupuesto universal, de todos
sus proyectos nacionales y de todas las interpretaciones sobre el país,
tanto de las que se tejen en las charlas de boliche como las que tienen lugar
en la academia o en los despachos de los políticos.
Esas percepciones y definiciones básicas y casi instintivas de los pueblos
pueden ser objetivamente certeras o pueden ser equivocadas y fantasiosas. No
obstante ello, sean de una condición o de la otra, siempre tienen gran
influencia en los rumbos que se eligen. La gente tiende a comportarse de modo
que honre el concepto que de sí misma tiene y los pueblos en su comportamiento
colectivo tienden a hacer lo que consideran que de ellos se espera que hagan.
Los argentinos se comportan como ricos: se visten, se divierten, hablan y miran
al prójimo como hijos de una nación que, por definición,
es una nación rica. Esta misma idea desarrollada con mayor precisión
y profundidad, es lo que C. Castoriadis llama ''la institución imaginaria
de la sociedad''.
En el caso de Uruguay no conozco mucho material escrito sobre la pregunta ¿cómo
somos? en esos niveles tan primarios de constitución de nuestro imaginario
nacional. En mi opinión existe en ese nivel una afirmación-sentimiento
nacional constituyente que es equivocada, no coincidente con la realidad, y
otra que sí coincide, pero que pasa algo desapercibida (y por lo tanto
no es operante en ese nivel en el que se constituyen imaginariamente las sociedades)
aunque objetivamente sea certera. La que existe realmente pero no coincide con
la realidad es que somos un país que está al pairo. La que no
tiene operatividad en el imaginario colectivo pero es una realidad objetiva
y cierta es que somos un país expuesto. La expresión ''al
pairo'' corresponde a la jerga náutica o marina y, según
el diccionario, quiere decir estar quieta la nave con las velas tendidas y sueltas
las escotas. Estar expuesto no requiere mayor explicación: quiere decir
sin protección.
EL DERECHO ADQUIRIDO A LA BONANZA
Si uno presta atención a sus propias reacciones y a las de su
entorno más próximo comprueba que los uruguayos tenemos una tendencia
nacional parecida a la de aquellas personas que, en lo individual, han tenido
una infancia muy feliz. Como consecuencia de ello en el plano colectivo nos
hemos abandonado a la creencia de que tenemos algo así como un derecho
adquirido sobre la bonanza. El Estado paternalista funcionó como padre
pródigo y protector durante largos años. Hace tiempo que dejó
de hacerlo y actualmente no tiene medios para intentarlo nuevamente, pero lo
fue durante un lapso suficiente como para que esa condición saliera del
calendario y se integrara al tiempo mítico, el tiempo fuera del tiempo,
donde los uruguayos hemos almacenado como características esenciales
del Uruguay cosas que son simplemente viejas. La construcción imaginaria
del Uruguay moderno, aquella que hemos fabricado y que, a su vez, nos ha fabricado
a nosotros, proclama que éste es un país sin grandes problemas,
donde el estado natural de las cosas es la bonanza y que el terreno por donde
discurre nuestro destino es un terreno sin repechos.
Más allá de las dificultades con que el país se ha encontrado,
primero en la fenomenal crisis del 2001 y 2002 y ahora de los empellones que
sufre desde la Argentina, no debemos perder de vista ciertos datos que no son
de coyuntura sino que son de fondo. El Uruguay es un país pequeño
y, por lo tanto, frágil. Además, está situado geográficamente
en una encrucijada de oportunidades que, por eso mismo, lo convierte en un país
expuesto. Estamos calzados entre dos vecinos enormes pero más inestables
que nosotros y con intereses (o apetitos) correlativos con su tamaño.
En consecuencia la actitud natural, la que se desprende de la realidad, sería
la de estar en guardia. Las condiciones objetivas más primarias del país,
la geográfico-histórica, indican que sobre esa base se tendría
que haber construido nuestro imaginario colectivo. En todo caso, esta es la
base objetivamente más sólida, más congruente con la realidad
de fondo.
ESTADO DE ALERTA
En virtud de lo señalado más arriba el Uruguay tendría
que abocarse a hacer algo para lo cual no tiene disposición ni tradición:
tendría que elaborar una consigna de alerta y un discurso estable y connatural
frente al riesgo. Un discurso que esté legitimado desde las esferas de
gobierno como actitud oficial (sea cual sea el partido en el gobierno: es una
política de Estado), pero reelaborado a nivel del ciudadano común
(cultura o sabiduría popular) para quitarle todo viso de propaganda.
Así se irá creando y consolidando un estado de opinión
pública vigilante, atento a que, efectivamente, somos un país
pequeño, expuesto y vulnerable que tiene que dormir con la rienda enrollada
en la muñeca. Por otra parte, no hay nada demasiado dramático
en esto: se trata de un viril desafío para un pueblo que no se aturulla
ante la dureza de la vida sino que encuentra en ella ocasión propicia
para templar su metal.
* Juan Martín Posadas es editorialista político y ensayista |