La originalidad se basaba en la existencia de empresas estatales, monopólicas que hacían frente a los monopolios privados europeos. Hoy, los uruguayos continúan
aferrados a esta idea y lo manifiestan de diversas maneras: los dos referéndum
en 1992 y 2003 o la historia paradigmática de ANCEL. Esta no es una conducta
nostálgica o irracional.
Bajo el último gobierno del Partido Nacional se intentó una política
de reformas de las empresas del Estado. ANTEL adjudicó la primera banda
de telefonía celular del país a una empresa privada internacional.
La segunda banda no pudo ser adjudicada y por esta razón ANTEL resolvió
crear ANCEL como segunda prestadora del servicio de telefonía celular.
Era la primera vez que una empresa del Estado entraba en competencia con una
empresa internacional. El resultado fue sorprendente. ANCEL captó el
70% del mercado de la telefonía celular. Con esto se demostró
que las empresas del Estado pueden entrar en competencia y modernizarse con
éxito.
Debemos aceptar que los uruguayos quieren a las empresas públicas. Veo
en esta preferencia una doble razón. La primera es la intuición
de que las empresas públicas son una buena idea para un país pequeño,
tal como el pasado lo ha mostrado. La segunda es todavía más contundente:
es la desconfianza a la asociación de entre empresas de diferente tamaño.
¿Puede un elefante asociarse con una hormiga? ¿Poseen intereses
comunes? Cuando pensamos en una empresa extranjera que suministre capital y
tecnología para asociarse o para comprar parte de las empresas estatales
estamos pensando en una multinacional. En casi todos los casos considerados,
esta empresa factura más que el producto bruto del Uruguay.
Entonces, la pregunta y la respuesta parecen obvias. No puede asociarse un
elefante con una hormiga, esta es una ilusión liberal. Ni aún
en los libros se sostiene esta idea.
LA TAREA DE LAS AFAPs
La modernización para los liberales es un camino flechado, sin embargo
no es así. Consideremos el caso de OSE. Se ha difundido en la prensa
que la empresa necesita hoy una inversión de 900 millones de dólares
y se sostiene con razón que el Estado no dispone de este
dinero. De aquí se concluye, como si fuera un razonamiento lógico,
que se debería privatizar el suministro de agua. Con esta manera de razonar
también se puede demostrar que los triángulos poseen siete lados.
La solución para el problema de las empresas públicas uruguayas
me parece sencilla y conocida. Hasta siento un poco de pudor en proponerla.
Por un lado, están las AFAP que recogen el ahorro de los trabajadores.
Juntan así una enorme cantidad de dinero que puede financiar grandes
obras en lugar de financiar deuda interna. Por otro lado, las AFAP deben invertir
en valores que aseguren que este dinero no se desvalorice en largos plazos,
tal como exige un organismo de ahorro previsional. Es cuestión de atar
las dos moscas por el rabo.
¿Acaso hay una inversión más segura que las empresas públicas
monopólicas? Las AFAP, en lugar de invertir en papeles del Estado que
están sometidos a los vaivenes de la política económica
y de la especulación financiera deberían invertir en empresas
industriales, de servicios, que no presentan mayores riesgos en plazos largos.
La realización es sencilla. Basta con emitir acciones hasta un
49% de paquete accionario total de la empresa y permitir que las AFAP
las compren. Esta idea no es mía, está en todos los países
desarrollados donde las empresas estatales son públicas y cotizan en
la bolsa. Son una inversión favorita de las entidades de previsión
social. De inmediato surgen muchas objeciones, pero esperemos un momento antes
de analizarlas.
Desde el punto de vista del público, la venta de las empresas a los
trabajadores tiene la sencillez de cumplir efectivamente con las divisas ''las
empresas estatales son de todos'' y ''son públicas''.
Un manejo adecuado de la comunicación debería hacer que la población
encontrara aceptable esta idea. Además se obtendrían cifras confiables
acerca del valor de mercado y la rentabilidad de estas empresas.
EL MONOPOLIO NATURAL
La primera y casi la única objeción que se puede
realizar contra la ''venta'' de las empresas públicas a los
trabajadores se encuentra en las objeciones a los monopolios. Se repite que
los monopolios son malos. Esta es una afirmación demasiado general para
ser cierta. Examinemos algunos casos.
Cuando un juez federal decidió romper el monopolio telefónico
de los Estados Unidos dividió a la empresa ATT en siete proveedoras de
telefonía, que se repartían el país, y una proveedora de
servicios. Por razones técnicas se decidió dividir en siete partes
y no dejarlo al libre mercado. Cada empresa prestaría servicios a unos
30 millones de habitantes. Este número nos debe servir de referencia.
¿Cuántas empresas telefónicas pueden existir en Uruguay?
Esta pregunta tiene diversos tipos de respuestas. Un liberal diría: ''tantas
como el mercado lo determine''. Un técnico razonaría igual
que el juez del país más liberal del mundo: una cada 30 millones
de habitantes. Luego, en Uruguay y en la mayoría de los países
de América Latina debe existir, a lo sumo, una única empresa
telefónica. En otras palabras, las razones de economía de escala
imponen una situación de monopolio natural.
Creo haber mostrado que la empresa de telefonía fija es única.
Lo mismo sucede para el agua o la electricidad. De hecho no tiene sentido que
lleguen dos caños o dos cables a la misma casa para que se pueda optar
por el proveedor. Si se tienden dos redes la inversión será, obviamente,
más que si existe una única red. Solamente en aquellos lugares
en los cuales la densidad de población es suficiente podrán ser
viables dos empresas prestando los mismos servicios.
Pensemos en la telefonía celular. Se suele decir a la ligera que, como
no hay cables, no hay problemas en abrir la competencia. Esto no es así.
Existen antenas y centros de conmutación que, al estar duplicados, aumentan
los costos exactamente igual que en el caso de las redes de agua o telefonía .
Si no se alcanzan las densidades, no serán rentables. En los hechos,
en Uruguay solamente hay antenas duplicadas en las zonas de alta densidad de
clientes y en el resto del país ANTEL arrienda sus servicios. Es un cártel
en las zonas donde el servicio es caro y hay régimen de competencia solamente
donde ésta tiene sentido.
En suma, la mayoría de los servicios públicos uruguayos se encuentran
en un régimen de monopolio natural por una razón de economía
de escala.
LAS COMUNICACIONES Y EL FERROCARRIL
Para analizar el problema del monopolio supongamos un servicio que es necesario
suministrar a la comunidad. Tenemos que tener en cuenta una ecuación
económica donde intervienen el costo de suministrar el servicio y el
retorno que este servicio producirá. Se tienen entonces diversas situaciones:
a) Si la comunidad tiene baja densidad de habitantes ocurrirá que
el costo de suministrar el servicio será mayor que el retorno razonable
obtenido. En una economía de mercado libre, con empresas privadas,
el servicio no se suministrará. Esto es lo que sucede en muchas regiones
de América Latina o África donde no hay agua o electricidad.
Las empresas públicas hacen que el precio pagado por otras comunidades
de mayor densidad de población subvencionan a estas comunidades y el
servicio es prestado igual. Los liberales protestan, porque sus tarifas, en
las zonas de privilegio donde viven, son más caras que el costo. Suelen
esgrimir este argumento falaz en contra del monopolio porque rechazan a las
tarifas sociales.
b) Si la comunidad tiene una densidad algo mayor, ocurre que el costo es similar
al retorno obtenido. En una economía de mercado libre y con empresas
privadas, podrán establecerse varias empresas en competencia. Como
no es posible que las dos empresas sobrevivan, ocurrirá una guerra
de precios los liberales dirán que se trata de los efectos benéficos
del mercado que continuará hasta que una empresa desaparezca
y la otra quede en situación de monopolio o se forme un cártel.
Entonces recuperarán su dinero, invertido en capacidad ociosa, aumentando
las tarifas todo lo necesario. Nada de esto sucede con las empresas públicas
monopólicas.
c) Si la densidad de la comunidad es alta, puede ocurrir que haya lugar para
más de una empresa que suministre el servicio. Este es el único
caso en el cual tiene sentido la economía de mercado, la competencia
y la regulación.
La pregunta que debemos hacer ahora es ¿Uruguay tiene tamaño
para que existan múltiples empresas de servicios? Depende del servicio.
Tres millones de habitantes es la décima parte de la población
de tamaño económico para las telecomunicaciones, luego, este es
un monopolio natural. Por el contrario, sí posee tamaño para múltiples
empresas de transporte carretero y allí ocurre la competencia. Otro ejemplo
es el ferrocarril. Para que el transporte de pasajeros por ferrocarril sea rentable
se necesita una densidad de población que Uruguay no tiene en ninguna
zona. Por esta razón el ferrocarril es deficitario frente a la carretera
y no (solamente) por la mala administración.
En resumen, existen monopolio naturales y estos están determinados por
las ecuaciones económicas del negocio, la tecnología, los hábitos
y la densidad de la población. Pensar que hay una mano invisible, que
arregla todos los casos cualquiera sea el tamaño, es una estupidez. José
Batlle y Ordóñez tuvo el mérito de comprender esto que
a los economistas liberales cuyo conocimiento viene de libros escritos
en países de otros tamaños les resulta tan difícil
comprender.
También debemos aceptar que estas empresas se deben modernizar, de acuerdo
con el ritmo de los tiempos, para que puedan funcionar eficientemente como lo
hicieron en el pasado. Esta es una lista mínima de reformas que propongo:
a) El directorio de las empresas debe despolitizarse. Para esto me parece
conveniente que los directores duren 7 años en sus cargos y no puedan
ocupar cargos políticos ni en el período previo ni en el siguiente
a su desempeño en el directorio. De esta manera se asegura que el cambio
de directores no coincida, sino cada 35 años, con el cambio de gobierno
y que posean una mínima profesionalidad.
b) La administración y la carrera funcional debe regirse con los criterios
de las empresas privadas, con estímulos y sanciones.
c) Las empresas deben ser auditadas, sus balances deben reflejar, en tiempo
y forma, la situación real de la empresa. Se deben repartir utilidades
entre los accionistas de acuerdo con las buenas prácticas de administración.
El Estado solamente recibirá además de los impuestos
su cuota parte como socio mayoritario y no lo que el déficit presupuestal
necesite.
d) Las AFAP o los trabajadores, como socios minoritarios, designarán
directores.
OTRA ILUSIÓN LIBERAL
Nos queda, finalmente, el tema de los entes reguladores. Es un hecho que Uruguay
no tiene experiencia en este tema. Casi no existen auditorías para el
Estado y las pocas que hay el Tribunal de Cuentas, por ejemplo
carece de fuerza para imponerse.
Los entes reguladores han sido difíciles de designar, su conducta ha
sido cuestionada en algunos casos. Además poseen todos los vicios del
sistema político: muy pocos técnicos en su integración,
de la confianza y renovados igual que el ciclo político. En resumen,
en vez de ser una entidad autónoma del gobierno yo diría,
desafiando a Montesquieu, que son un nuevo Poder del Estado actúan
como una comisión asesora más, que sigue la política del
Poder Ejecutivo y no una línea independiente.
Pero más aún, no hay Poder Regulador sin un Poder Judicial que
garantice el cumplimiento real de la regulación. ¿Acaso sería
posible en el Uruguay, por ejemplo, que un Poder Regulador, apoyado por un juez,
dividiera a ANCAP? ¿Es razonable pensar que una comisión reguladora
podría imponerle criterios a Shell, a Exxon o Telefónica Española,
para citar otros casos?
Es una ilusión liberal pensar que de un día para el otro se pueden
crear poderes reguladores con fuerza como para actuar frente a las grandes empresas
multinacionales. Nuevamente caemos en el problema del elefante y la hormiga. |