Por Adolfo Garcé
Moral para politólogos

¿Qué pueden y deben hacer los politólogos? ¿Deben o no hacer pronósticos? ¿Deben limitarse a describir la ''foto'' de hoy o deben atreverse a tratar de anticipar hoy cómo será la ''foto'' de pasado mañana? ¿Pueden hacer algo más que leer cifras de una encuesta?

El tema viene siendo intensamente debatido desde que, hace unos días, en un desayuno de trabajo de ADM, tres prestigiosos colegas (César Aguiar, Juan Carlos Doyenart y Luis Eduardo González) cometieron la osadía de decir lo que piensan acerca del tiempo político que vive la democracia uruguaya. El ex presidente Sanguinetti se enojó con César Aguiar y El País tronó contra los ''vaticinios apresurados'' de ''los politólogos''. Oscar Bottinelli, por su parte, reclamó moderación y convocó a la ''grisura''.


TEORÍA DE CONJUNTOS
Antes de entrar en el tema de fondo permítaseme intentar aclarar una confusión. Mucha gente todavía identifica politólogo con experto en Opinión Pública. Es un error. En realidad, entre ambos conjuntos no existe una correspondencia biunívoca: ni todos los politólogos son expertos en Opinión Pública ni todos los expertos en Opinión Pública son politólogos. Por un lado, la inmensa mayoría de los politólogos no se dedican a analizar elecciones: estudian instituciones políticas, partidos, régimen de gobierno, relaciones entre poderes, administración pública, políticas públicas, políticas sociales, teoría política, ciudadanía, etc. Por otro lado, la mayoría de quienes estudian Opinión Pública en las empresas encuestadoras no tienen títulos universitarios en Ciencia Política: hay sociólogos (Aguiar y Canzani de Equipos-Mori), ingenieros agrónomos especializados en estadística (como Doyenart de Interconsult), y autodidactas (como Bottinelli).

Obviamente, como ocurre con cualquier otra disciplina, ni estar titulado en Ciencia Política garantiza la calidad del trabajo ni carecer de dicho diploma lo descalifica a priori. En realidad, la Ciencia Política uruguaya le debe muchísimo a un profesor de Literatura (Carlos Real de Azúa), a un sociólogo (Aldo Solari), a un abogado (Romeo Pérez Antón), y a una extensa y brillante pléyade de historiadores (Juan Pivel Devoto, José P. Barrán, Benjamín Nahum, Gerardo Caetano y José Pedro Rilla).

De todos modos, la confusión existe y conviene combatirla. Así como no todos los que opinan sobre problemas sociales deben ser llamados sociólogos, ni todos los que construyen casas son arquitectos, debemos reservar la denominación de politólogo a quien tiene un título universitario en el campo de la Ciencia Política. Insisto: no reclamo para los politólogos el monopolio de la opinión ''autorizada'' sobre cuestiones políticas. Todo lo contrario: me parece claro que, la propia experiencia uruguaya, la de antes y también la de ahora, enseña claramente que pueden hacerse aportes muy valiosos a la compresión de la política nacional desde múltiples disciplinas y muy diversas trayectorias intelectuales.

Entre las miradas más relevantes, desde luego, estoy contando la de los propios protagonistas, es decir, la de los ciudadanos y la de los políticos profesionales. Esto también forma parte de la mejor tradición de la forma de hacer Ciencia Política que hemos aprendido y que tozudamente cultivamos en el Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Más allá de si algunos políticos nos guardan el debido respeto o no, nosotros sí los respetamos. Nos gusta escucharlos y, cada vez que sea posible, aprender de ellos.


AGUIAR A LA HOGUERA
En estos días, el más criticado de todos los analistas políticos ha sido César Aguiar quien, interpretando la evolución de la votación del Partido Colorado desde 1942 hasta la fecha desde una perspectiva de sociología política, afirmó: ''el Partido Colorado está desapareciendo''. La tesis de Aguiar es audaz y polémica. Bienvenida. No me interesa aquí entrar a discutirla a fondo. Ya habrá ocasión de reflexionar académicamente sobre los profundos cambios que están ocurriendo en el sistema de partidos y en los liderazgos partidarios. En lo que sí quiero insistir es en el sagrado derecho de César Aguiar a decir con toda claridad lo que piensa sobre la política nacional.

Yo comprendo que a los colorados no les cause gracia el diagnóstico de nuestro colega (en otras palabras, César Aguiar les dijo: ''miren que, en mi opinión, lo de ustedes no es gripe, es cáncer''). Pero la respuesta de Sanguinetti (en diversos medios de comunicación) y del Foro Batllista (en Correo de los Viernes) estuvo, en forma y contenido, totalmente fuera de lugar. A Sanguinetti le gusta presentarse como un librepensador. No veo por qué negar que, a menudo, actúa como tal. Sin embargo, en este caso, su actitud fue casi tan tolerante como la del Inquisidor.

Me molesta y me preocupa que ataquen a los colegas cuando dicen lo que piensan. Pero me molesta y me preocupa mucho más que los demás colegas, y la sociedad en general, no reaccionen como deberían. No podemos ni debemos admitir que se descalifique intelectual y moralmente a un analista político por el mero hecho de pensar en voz alta. El asunto va mucho más allá de si Aguiar tiene razón o no. ¿Desde cuándo aceptamos que los políticos nos censuren? O peor aún: ¿estamos dispuestos a autocensurarnos? Tenemos todo el derecho del mundo a decir nuestras opiniones libremente, sin temer represalias públicas o vendettas privadas de ninguna especie. Hay que concederle a Sanguinetti que por lo menos, fiel a su estilo, fue bien frontal. Se enojó con Aguiar y lo incineró sin piedad en la plaza pública. Me consta que no todos obran así. Hay otros políticos que cuando, justificada o injustificadamente, se molestan con las opiniones de algún politólogo intentan censurar al ''impertinente'' en secreto, sin hacer ruido, para que nadie se entere.


COGITO ERGO SUM
Desde luego, no estoy pidiendo que se nos extienda a los analistas políticos una suerte de licencia para decir barbaridades. No pido impunidad. Es más, creo que debería haber mucha más polémica entre nosotros mismos, y más debate entre nuestra ''tribu'' y otras voces del ágora. El debate entre nosotros y el intercambio con otros actores seguramente enriquecerían nuestra visión de los fenómenos que estamos estudiando. Pero no cualquier crítica construye y enriquece (la de Sanguinetti a Aguiar no califica, precisamente, en la categoría ''crítica constructiva'').

Nuestra razón de ser, en tanto intelectuales, es descubrir y comunicar nuestras ''verdades''. Nuestro trabajo, en tanto analistas políticos, consiste en reflexionar sobre lo que ocurrió, lo que ocurre y lo que puede ocurrir en el sistema político uruguayo y comunicarlo al resto de la sociedad. En el acierto o en el error, tenemos la obligación de decir algo más que generalidades. Si alguno de nosotros considera que el Partido Colorado está desapareciendo tiene derecho a decirlo. Es más: podría argumentarse que tiene el deber de comunicarlo, porque la eventual desaparición de una colectividad tan influyente en la historia nacional, es un fenómeno social demasiado importante como para no alertar sobre él. Si quienes estudiamos la Opinión Pública consideramos que el triunfo del EP/FA en las próximas elecciones es prácticamente seguro, no sólo tenemos el sagrado derecho de decirlo sino, además, la obligación moral de expresarlo públicamente, para que los actores políticos, los empresarios y la sociedad en general, se vayan preparando para un cambio político de una magnitud ciertamente infrecuente.

Los analistas políticos pueden y deben darle a la democracia algo más que buenas explicaciones de lo que ocurre y que buenos pronósticos acerca de lo que podría llegar a ocurrir. Además, deben aspirar a descubrir fisuras, a señalar defectos, a diagnosticar patologías. El analista político tiene la obligación de, con cierta frecuencia, colocarse en el terreno normativo para, desde él, formularse preguntas incómodas. ¿Cuáles son las fortalezas y debilidades de la democracia en Uruguay? ¿Tenemos las mejores instituciones políticas que podríamos tener? ¿Habrá que insistir con las dos cámaras o deberíamos pasar a un parlamento unicameral como proponen algunos actores políticos? ¿Habrá que volver a pensar en el parlamentarismo como opción? ¿Cómo mejoramos la representación política?¿Tenemos políticas públicas de buena calidad o deberíamos aspirar a perfeccionarlas? ¿Cuál es la calidad de los elencos políticos de los partidos? ¿Estamos conformes o debemos aspirar a más? Estoy convencido que tenemos la obligación de pensar mucho más en este tipo de cuestiones.

En los tres planos analizados los politólogos y analistas políticos uruguayos pecamos por defecto y no por exceso. Polemizamos muy poco entre nosotros. Generalmente, somos demasiado pacatos a la hora de las opiniones y los pronósticos. Finalmente, hemos sido durante estos años y todavía somos poco críticos con el sistema político uruguayo. Estamos, ciertamente, muy lejos de no merecer críticas. Pero de algo estoy seguro: no nos merecemos las que nos han hecho últimamente desde tiendas políticas y desde el diario El País.


ACERCA DE TESIS DE LA ''GRISURA'' COMO VIRTUD
También Bottinelli ha participado del debate sobre el ''buen politólogo''. En su columna dominical en el diario El Observador argumentó, hace casi dos semanas, que ''la grisura es una virtud''. Según Bottinelli los analistas políticos debemos aceptar con humildad un papel ''gris''. Aparentemente considera que algunos analistas no saben convivir con su ideal de la ''grisura''. Esto los estaría llevando a confundir su papel social y a terminar participando en la competencia política como si fueran ellos, y no los políticos, los verdaderos protagonistas.

Estoy totalmente de acuerdo en que tenemos que ser grises, si esto quiere decir no caer en la tentación de manipular políticamente la información de nuestras encuestas, o de emplear el micrófono que se nos concede en nuestro carácter de analistas para ''hacer campaña'' para alguien. Estoy totalmente de acuerdo. Pero nadie debería confundir decir con toda claridad lo que uno piensa en tanto analista político con ''hacer campaña''. Los intelectuales, si queremos honrar la memoria de Rodó, Vaz Ferreira y Quijano, estamos ''condenados'' a decir en voz alta nuestras ''verdades'' sin reparar en a qué partido o candidato le conviene nuestra opinión.

En lo personal, ése es el criterio que orienta mi participación en el debate público y mi actividad profesional. Si se acerca el Referéndum del 7 de diciembre y, luego de estudiar y reflexionar, pienso que va a ganar el Sí, y que esa victoria va a ser rotunda, lo digo. Más aún: lo escribo, lo firmo y lo publico (véase, por ejemplo, la columna que publicamos con Daniel Chasquetti en la edición de CRONICAS del jueves 4 de diciembre). Si se acerca la definición de la espectacular interna del Partido Nacional siento el desafío intelectual y la obligación moral, como profesional, de decir algo más que ''depende'', ''vamos a ver'', ''campañas son campañas'', '' es como todo'', etc. Me tomo el trabajo de estudiar, de hacer cuentas, de pensar quién tiene más posibilidades de ganar. Cuando llego a una conclusión la escribo, la firmo y la hago pública para que me puedan criticar si estoy equivocado y para, como es lógico, reclamar el crédito que me corresponda, si tengo razón. Lo mismo ocurre con el desenlace de la elección nacional. Y lo mismo ocurrirá de acá en adelante, en cada instancia electoral, mientras los políticos y la gente sigan pensando que hago con honestidad y profesionalismo mi trabajo.

Creo que el error de apreciación que comete Bottinelli y que lo lleva a alarmarse tanto deriva, en el fondo, de una visión algo exagerada de la influencia del analista político y las encuestas en el comportamiento de los electores. Nadie niega que la información producida por encuestadores y analistas incide en las decisiones de diferentes actores. Sin embargo, nosotros, los ''encuestadores'', no decidimos elecciones. Nadie va a ganar o perder una elección porque lo diga Cifra, Equipos- Mori, Interconsult, Factum o Grupo Radar. Si Larrañaga le gana a Lacalle en junio, o si Asamblea Uruguay supera al Partido Socialista en octubre no será por nuestra responsabilidad. Nosotros, quienes tenemos la apasionante oportunidad de trabajar en Opinión Pública, si hicimos bien nuestro trabajo, habremos podido vislumbrar antes que otros ciudadanos el final de la película. Pero, afortunadamente, jamás podremos cambiarlo.


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