VERSIÓN PARA IMPRIMIR |
Observo con preocupación que esa postura incluye una simplificación
de base: considerar que en nuestro país predominan los paisajes naturales
y que ellos constituyen la gran atracción turística. Dedico este
artículo a discrepar con ese enfoque. En estos tiempos tan infectados por ecologistas gendarmes, parece oportuno tener en cuenta a aquellos profesionales detectives del espíritu. Intentemos, entonces, poner de manifiesto la huella digital de la cultura sobre el territorio uruguayo.
Hoy en día, cuando todas esas expectativas fueron jibarizadas, resulta obvio no echarle la culpa a la naturaleza por tantos fracasos. Poner las cosas en su lugar implica, por ejemplo, revalorizar lo mucho de bueno que se ha hecho en Uruguay para humanizar paisajes, y para convertir a la naturaleza en una socia cada vez más solidaria con la gente. Paso revista, rápidamente, a algunos productos que dejaron de ser naturales desde hace mucho tiempo: la pradera entre ellos, o sea nuestro campo puro y simple. Hace decenios el gran Esteban Campal demostró que ella es el resultado inteligente de una experimentación pausada conducente a elegir las pasturas que pudieran resistir durante las cuatro (¿8, 12, 24?) estaciones del año. Y se lo complementó con esa explotación mixta de bovinos para lana, ''algo así como un seguro para cubrir los riesgos de la variabilidad del clima: especialmente en lo que se refiere a los períodos previsibles de excesos o insuficiencias de precipitaciones pluviales'' (E.C., Nuestra Tierra N° 28). Bien podría decirse entonces que todas nuestras praderas son ''artificiales''. Además, la calidad del ganado bovino y ovino actual es un logro exclusivo y formidable de los cabañeros; son ellos quienes los convirtieron en ''uruguayos por naturalización'', es decir, quienes les dieron carta de ciudadanía. Sigo adelante: ¿de qué Uruguay natural cabe hablar cuando se recorren las áreas cultivadas con trigo, maíz y soja? ¿O los arrozales cada vez más tecnificados y con decenas de subproductos industrializados? O la cuenca lechera en indetenible expansión, generando entre nosotros -consumidores activos dentro y fuera de fronteras- más orgullo que cuando Maracaná. O las represas hidroeléctricas de Bonete, Baygorria y Salto Grande, con sendos lagos también construidos por el hombre. ¿Y cómo clasificar a las áreas citrícolas, a las vitivinícolas? ¿Serán naturales? ¿Cuánto queda de ''natural'' en el vértice noroeste de Artigas, tras los trabajos de CALNU, CALAGUA y CALVINOR? Y gracias a la ''nueva'' Intendencia Municipal de Montevideo, ¿no descubrimos, después de 1990, que las zonas hortícolas y frutícolas en producción son más extensas que las propiamente urbanas? Continúo con otros ejemplos. Intente usted, amigo lector, explicarle a aquellos pescadores cuando regresan tras semanas de alejamiento familiar, que los ''frutos del mar'' son un simple producto natural. Converse con los mineros forjados en la extracción de ágatas y amatistas, de granitos y mármoles, de areniscas y calizas: ¿cuánto hay de natural en las materias primas obtenidas? Pregunto al pasar: ¿hasta cuándo vamos a mantener la confusión secular entre reservas, recursos y riquezas?
Sin embargo, también en esto varias huellas digitales de la cultura merecen ser destacadas; provienen de todas las clases sociales y se enriquecen con aportes de muy variadas inteligencias. Cito sólo algunas a modo de ayuda memoria.
Ante ejemplos como estos, que pueden multiplicarse, ¿se puede seguir hablando de que somos ''un país natural?'' ¿Serán naturales las estancias turísticas y formas similares de ecoturismo, hoy tan de moda? Sospecho que tales estereotipos contribuyen a fomentar ataques tan virulentos como los que apuntan y disparan- contra los cultivos transgénicos. Y es en ese mismo escenario que yo sitúo el referendo sobre el acuífero Guaraní. ¿No hubiera sido más útil plebiscitar el control de las aguas superficiales, o sea los miles de millones de metros cúbicos que se dilapidan cada año, todos los días del año, por no tener un buen sistema de micropresas?
Pues bien, apenas diez (10) de esas fichas se ocupan de sitios estrictamente naturales: Sierra Mahoma, Cerro Pan de Azúcar, Pozos Azules, Cerro Arequita, Dunas del Polonio y Valizas, Monte de Ombúes, Quebrada de los Cuervos, Arroyo Lunarejo, Cerros chatos de Tacuarembó y Rivera. En otras palabras, hay sesenta y un (61) sitios referidos a paisajes humanizados. Entonces, ¿cuál es la gran tarea geográfica que nos espera? Mostrar, interpretar, valorizar y perfeccionar el Uruguay humanizado. Porque en ello radica el gran logro de un país poco poblado y con sobrevivientes que han sabido resistir las muy frecuentes fluctuaciones éticas de sus gobernantes. Un país con recursos naturales limitados, pero con gente idónea para aprovecharlos aceptablemente. Es de suponer a qué niveles de humanización podremos llegar cuando el entusiasmo y la mística que tenemos en reserva y que mucho disimulamos- se expanda de Este a Oeste y de Norte a Sur. Entonces sí podremos exhibir con orgullo el Uruguay de la gente. | |
Ms información en: https://www.montevideo.com.uy/ZZZ-No-se-usa/Por-German-Wettstein-uc17513 |