"Soy de los que piensa que todos podríamos ser prodigios; el problema no radica en nuestras capacidades, sino en la definición del término prodigio que, en el fondo, es muy pueril", señala Aberkane en su nuevo libro, "Libera tu cerebro" (editorial Planeta).
Y es que, lamenta Aberkane, la sociedad ha creado un modelo de aprendizaje que únicamente se basa en los resultados académicos obtenidos, no en el desarrollo de las habilidades mentales.
Por eso, hay que distinguir entre "la vida puntuada", basada en el aprendizaje tradicional, y la "vida real", donde hay que utilizar otras habilidades además de los conocimientos académicos y donde es vital expresarse libremente, ser autónomo o trabajar en grupo.
Este experto parisino, que antes de los 30 años ya contaba con tres doctorados, uno de ellos en neurociencia, afirma que durante mucho tiempo se sostuvo que uno era prodigio de nacimiento.
"Ahora nos damos cuenta de que, ante todo, un prodigio es alguien que hace lo que le gusta, hace algo en lo que es bueno, que el mundo necesita y para lo que puede ser pagado", explica a Efe Aberkane, quien añade que la genética juega un papel pero "para nada es determinante; es mentira decir que la genética lo determina".
Este neurocientífico apunta que el mundo sería mejor con más prodigios y advierte de que todas las revoluciones en la historia de la Humanidad pasan por tres etapas: primero se considera ridículo, luego peligroso y después evidente, como con el voto femenino.
¿Entonces cómo se aprende a ser un prodigio? Aberkane resume que la curiosidad y la práctica son las claves en una educación que debe fomentar la "neuroergonomía" o el arte de utilizar bien el cerebro, y esto -asegura- está lejos de premiar la mera memorización.
Por eso, tienen que entrar en juego el amor y la pasión por el aprendizaje: "Para descargar un saber hay que prestar atención durante mucho tiempo (...) y cuando se presta toda la atención y el tiempo se llama amor; ahí está la diferencia entre faena y pasión".
A su juicio, los juegos y videojuegos sirven para captar y canalizar esa necesaria atención, la cual "hay que seducir".
No se trata de "embuchar" conocimiento, sino de una educación dinámica, pero para lograrlo el profesor no puede verse solo.
En este sentido, Aberkane, embajador del campus digital de sistemas complejos de la Unesco, defiende que el profesorado tiene que saber formar una red, a través de la cual pueda aprender nuevas prácticas pedagógicas para movilizar la inteligencia colectiva.
Para movilizarla hacen falta dos cosas, el derecho a equivocarse y despolitizar la educación.
En cuanto a la investigación del cerebro, este experto dice que no se puede determinar el porcentaje del cerebro que conocemos: "sabemos cosas, pero nuestra ignorancia sobre este órgano es gigantesca; no sabemos para qué sirve el sueño, por ejemplo".
"Tenemos elementos pero ningún neurocientífico puede decir exactamente para qué sirve, lo que prueba hasta qué punto ignoramos muchas cosas", relata Aberkane, quien para combatir la pseudociencia reivindica la divulgación: "Hay que hacer 'marketing' de la ciencia".
El conocimiento mundial, subraya, se duplica cada siete años, por lo que "la bañera del conocimiento" se rellena más rápido de lo que se vacía, así que hay que encontrar nuevos métodos para transmitirlo.
Para esto el mejor posicionado es EEUU, que "ha logrado hacer a los 'geeks' (fanáticos de la tecnología) sexis; ha conseguido que un ingeniero con su camisa y bolígrafos lo sea y salga en las películas".
La divulgación no está reñida con el rigor científico, asegura Aberkane, quien concluye que el "marketing" científico bien hecho sirve para estimular el deseo, en este caso, por aprender.
Con información de EFE
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