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A Marta Gularte...
Un estandarte vuela a la luna.
En el desfile todos se apartan
y en la llamadas más que oportunas
cimbrea su cuerpo la hermosa Marta.
Morena ebúrnea de enormes senos,
ébano vivo, sinuoso arte.
Plena presencia del desenfreno
que nos convoca; Marta Gularte!!!
Que ya no hay dudas, penas ni agravios
cuando sonríen esos, tus labios!!!
Que las tus piernas, luces destellan
y que tus brazos realzan el aire,
segura, estoica, sublime y bella,
sensual y nuestra, todo donaire!!!
Negrona única, toda febrero
que a las estrellas dejas perplejas,
se va de bruces el gramillero
y soslayea la mama vieja...
Tu cuerpo grita luces febriles
y se entrecuzan los tamboriles!!!
Tu piel nos huele a sumo agrado
donde se mezclan mieles y flores,
tu piel nos duele por los tablados,
Marta de Ejido e Isla de Flores!!!
Aquí la muerte no es admitida
-invicta negra que con tu arte-
vuelves entera, recreas la vida
con tu cadencia, Marta Gularte!!!
José "Pepe"Alanís
Muere con Marta Gularte un pedazo
grande del carnaval montevideano
Por Miguel Unamuno | Desde Buenos Aires
Una
de las expresiones más puras del folclore uruguayo y, por
ende, rioplatense, es su tradicional carnaval, enriquecido por las
llamadas de las comparsas primitivas de negros y, actualmente, común
y alegre pertenencia de la comunidad montevideana en general.
A lo largo de su pasado histórico y étnico, esos
grupos festivos insertaron y prolongaron el espíritu de la
raza africana y lo contagiaron a través del mestizaje. Bailes,
cantos, celebraciones ruidosas y coloridas calentaron el alma popular
y, a la vez, permitieron el surgimiento de personajes que resultaron
inolvidables.
Una de esas figuras emblemáticas fue, sin duda, Martha
Gularte, la primera vedette que tuvo la carnestolenda oriental.
Había nacido en Tacuarembó el 17 de junio de 1919,
tuvo una infancia pobre, se alojó en varios orfanatos y,
a los catorce años, ingresó de manera espontánea
e inesperada en el mundillo de la farándula. Ella misma solía
recordarlo, en apretada síntesis: Me puse un vestido
de encaje negro y un par de zapatos de taco alto y me fui a un teatro
( donde se realizaba un concurso de bailes). No podía entrar
porque era menor, pero me abrí el tapado y, al verme, el
brasilero de la puerta me dijo: Voce va a ser la atracción
de la noche . Salí al final, tiré el tapado,
me levanté la pollera y el teatro fue un relajo .
Desde entonces, creció en simpatía y ritmo, atrajo
la atención hasta el delirio y se convirtió en una
imágen singular e infaltable de la romería anual.
Con justicia, se la designó oficialmente La auténtica
Reina del Plata. El periodismo la asedió con notas
y entrevistas, y ella se explayó siempre con idéntico
talante y gracejo. Por la seducción y el garbo de su idiosincrasia,
se constituyó en la integrante principal de la comparsa Añoranzas
Negras. Fue una auténtica revelación porque,
hasta su aparición, sólo existían algunas danzarinas
reconocidas.
Su trayectoria artística había arrancado como bailarina
de varieté, con gran éxito en los cabarés chilenos,
primero, y, más tarde, en los montevideanos. De la mano del
notable bailarín Carlos Pirulo Albín,
entró en comparsas, en 1949. Su fama tuvo tanta notoriedad
y admiración su arte peculiar, que fue tentada varias veces
para proyectarse internacionalmente. Entre esos ofrecimientos recordamos
los del cantante estadounidense Sammy David Jr. y el director musical
hispano-cubano Xavier Cugat cuya mujer, la despampanante Abbe Lane,
había sido contratada por la intendencia local para ser la
soberana del carnaval, aunque no pudo superar el frenesí
y la adhesión del pueblo por Martha Gularte.
En muchos casos, esta extraordinaria figura de la otra banda estuvo
en Buenos Aires. Aquí compartió escenarios con Juanita
Martínez, Tito Lusiardo, José Marrone y Alberto Anchart,
entre otros, demostrando sus habilidades, además, como bailarina
de charleston y zapateo americano y creando vigorosas y atrayentes
coreografías. En los últimos años, integró
el elenco de La puta vida, un laureado filme de la cineasta Beatríz
Flores Silva.
Más allá del mundo frágil y mediático
de la escena, Martha atesoraba otro universo íntimo y rico,
que pudo manifestar líricamente cuando publicó en
1999, su libro El barquero del río Jordán. Canto a
la Biblia, considerado por la crítica como una obra
que merece leerse y releerse por la profundidad de su sencillez.
Aquella su infancia de penuria y casi servidumbre ni el fogueo de
las marquesinas habían logrado quebrar su fe religiosa:
Yo no pedí ver -confesó-, pero a partir de eso empecé
a escribir. Fue una forma de interpretar la Biblia de los niños.
En la actualidad, estaba redactando sus memorias.
Como toda artista genial, autodidacta en la vida y en el arte,
le resultaba complejo explicar los motivos de su vocación,
el éxito y el fervor casi idolátrico de su pueblo,
ante el cual reiteraba constantemente su vocación y orgullo
uruguayos. Resistió cualquier exilio aún con ventaja
económica o profesional. Pocos, como ella, sintieron y expresaron
la profundidad de la raíz vernácula y la fidelidad
a los ancestros.
Se la recordará, asimismo, como una cordial anfitriona,
pues su casa del Barrio Sur siempre estaba colmada de visitantes,
de amigos y colegas -como los famosos Lágrima Ríos
y Juan Ángel Silva-, de gente anónima que congeniaba
con sus modales afectivos y sensibles. Su fama, a pesar de los años,
no había decaído. Ramón Merica, periodista
y escritor, recuerda que ella siempre, en el lugar donde estuviera,
era el centro: la gente la buscaba en el Mercado del Puerto en donde
ya era parte del paisaje, vestida de lamé, mucho strass y
tacos alfiler de quince centímetros. Martha
justificaba su resistencia física con un visible aunque arrogante
dejo de melancolía: Salgo, pero voy caminando. Antes
salía bailando por la calle principal, que al final tenía
una fuente luminosa. Ahí un día me tiré con
ropa de plumas, porque me dolían los pies. La gente se mataba
de risa. Yo siempre me destaqué por las cosas locas que hacía.
Pero las hacía de alma.
El 19 de agosto ppdo., Martha Gularte, a los ochenta y tres años,
fue encontrada muerta en su tradicional casona de Montevideo. Sin
su presencia viva, aunque sí del legado de su radiante carácter,
el carnaval uruguayo deberá acostumbrarse a su alejamiento
definitivo después de medio siglo de asistencia perfecta.
Pero las llamadas y las comparsas quebrarán anualmente la
monotonía insoportable del olvido y rendirán su homenaje
sin tregua a su primera vedette, símbolo del
linaje popular.
Buenos Aires, 31 de agosto de 2002
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