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Cultura e identidad uruguaya
Marta Gularte: La llamada eterna
de la reina mayor
Renengando
del bronce de los mitos, la diosa negra de las llamadas cuenta sin
más su vida. Esa de todos los días, de pobreza y desventuras
para un libro de memorias. Esa, que habla del abandono y la soledad,
de infeliz Fermina y de la artista profesional que supo ser. Empecinada
en defender sus sueños, además busca recursos y coce
galeras para un próximo espectáculo que, a puro tambor,
piensa presentar este año en una sala céntrica. Son
muchos sus poemas acumulados. Su publicación es otra ilusión
y otro desafío. Lo demás lo ocupa su casa y sus habituales
visitas al Mercado del Puerto donde conversa porque sí con
nuevos desconocidos. Así y todo, esta cristiana de siempre
no falta a misa los domingos.
Un Cristo envejecido recibe a quien llega hasta esa puerta abierta.
Junto al retrato, en la cima de la escalera, Marta Gularte. De pie,
con su sensual elegancia. Aun entre casa el esplendor de sus años
se pasea en tacos altos. Allí, cerca de Carlos Gardel, bien
al sur de Curuguatí.
yo tenía en mi corazón
una tristeza muy honda,
una pena muy honda
porque otras niñas me dijeron
que por mi color
no podía jugar con ellas
a la ronda ronda
("La negrita y la casona de Isla de Flores")
Hija de un negro brasilero y una blanca nació en un lugar
olvidado de paja y terrón de Tacuarembó llamado Paso
del Novillo. La muerte de su padre, la separación forzada
de su madre y su vida en asilos cuantan la historia de Fermina Gularte,
la mulata sirvienta que se convirtió, sin olvido, en la rutilante
Marta.
"Antes de ser la primera vedette pasaron muchas cosas en mi
vida. Resolví hacer el libro por las tantas cosas que quiero
que sepa la gente. Sobre todo viví una niñez bastante
dura. Me castigaron mucho. Me castigaron. Pero nunca me prohibí
nada porque la que me mandé siempre fui yo"
A los catorce años a escondidas participará en un
concurso de carnaval. Con el vestido de encaje de una tía,
ya apostaba a ganar en su Tacuarembó. Y no se equivocó;
el triunfo fue todo suyo. Pero la memoria le pesa. Por eso, sin
querer, tararea la ópera de Verdi que escuchaba en el asilo
Dámaso Antonio Larrañaga.
Seguía a las comparsas a los 18 años. Pero recién
se integra por primera vez a un grupo lubolo en el año 49.
Su seductora figura definirá a partir de entonces los carnavales.
"Primero fue coreógrafa. Después el director
me propuso que me integrara como bailarina. Y le dije que, como
en una tribu, yo sería la reina. bailando delante del cuerpo
de baile y de los tambores. Para bailar tenía que ser la
primera. Las otras no podían bailar como yo. La que iba adelante
tenía que ser exótica, elegante. Ahora hay mil y los
directores eligen. Pero lo que bailaba yo no lo baila ninguna".
Marta ya era una artista profesional. Juan Coloretti, responsable
del café Monterrey ubicado frente a la plaza Independencia,
era el representante que contrataba números para locales
nocturnos de Montevideo y también de Argentina. Teatros y
cabaretes norturnos de Chile Brasil y Argentina contrataban a la
escultural vedette uruguaya. Después es Xavier Cugat el que
reconoce su talento. Pudo ser esa la oportunidad de alcanzar renombre
internacional. Pero Marta no quiso acompañarlo en sus giras.
Ya envejecidos los dos, recién en el 86 se volvieron a encontrar
en España.
"Tuve miedo porque tenía como treinta escapadas del
juez de menores. Esos miedos que tiene uno cuando es joven. Porque
yo era una mujer sin antecedentes. Después de años
nos vimos en Barcelona. Me dio no sé qué porque se
puso a llorar."
A los malos momentos les da vuelta la página. Lejos de anhelar
su propia leyenda o dinero, la búsqueda del tiempo perdido
es su único lamento. Quizás por no ser ambiciosa o
no valorar su talento a veces piensa que desaprovechó oportunidades.
"Después tuve a Tanganika. Pero como me dediqué
tanto al whisky perdí un montón del tiempo. No es
lo que mucha gente dice de la santulona que se arrepiente. En parte
es arrepentimiento de haber perdido el tiempo, de haber estado en
cosas que te destruyen, que te malogran y que no te dejaron avanzar.
Luchar destruyéndote para tener dinero no lo haría.
Si tengo dinero lo gasto. Ni el rico se lleva el dinero ni el negro
el tambor al cielo".
Una parálisis facial dejó sus huellas. Pero la diva
le puso buena cara. Aunque sus 75 años la saludan todas las
mañanas, a la vejez no la reconoce como suya. Sus ganas,
que son muchas, pueden más.
"No me doy cuenta de los años. Todos los días
sigo haciendo lo mismo. Si era haragana sigo siendo haragana. Pero
la juventud es la vitalidad que tenemos adentro y la persona que
no la tiene se encierra en un problema".
Los bailes de carnaval y la elegancia de otra vida nocturna son
algunas de sus añoranzas.
"Las mujeres que trabajaban en los cabaretes eran mujeres
especialmente elegidas. Tenían joyas y pieles. Los hombre
que venían de otros países y visitaban esos locales
encontraban damas. Era otro Montevideo. Y en parte nosotros tenemos
la culpa. Hemos aceptado muchas cosas malas. No hay que salir a
pelear cuando se quiere, sino cuando es necesario ¿Van a
sacar los tranvías? No, señor. No se sacan. A ver
que pasa con el pueblo! El conventillo...
¿Por qué lo sacaron? ¿Acaso no hay casas de
pobre en todas partes del mundo? ¿Qué barrio de lujo
van a hacer con éste? Porque también se tiró
Ansina. Fue un ataque a los negros".
La Mama Vieja consejera
Hace mucho tiempo quiso y mucho. En aquellos años no
era todavía la gran Marta. Por la raza no pudo ser. El se
enfermó y murió al poco tiempo. Luego de varias guerras
de camas, comenta con satisfacción que aprendió a
vivir a solas con ella misma.
"El hombre es una especie de bebida muy rica. Pero hay que
tomarla despacio. Si te apuras mucho te emborrachas".
En el Mercado del Puerto se la ve con frecuencia conversando con
desconocidos. Porque, como siempre pasa, con el tiempo se volvió
sabia.Pesa probablemente lo que no vivió o lo que olvidó
por el camino.
"Hablo con la gente, recito poemas que la gente me pide. Pero
además también me acerco a las barras de muchachos.
Los aconsejo y ellos me escuchan. A veces les digo que están
alegres y que no metan la pata para que la alegría les dure
muchos años. Si veo a alguna llorando por un hombre, le digo
que no tome, que se ponen fea y barriguda, y que el que viene después
siempre es mejor que el anterior."
La Juana negra
Con vestido de azucenas
ante Dios tú llegarás
y ángeles con arpas doradas
tu versos entonarán
Porque tu le cantaste a la vida
tu le cante al amor
Te perdiste entre las nubes
en alas de una canción
("Requiem para Juana")
Alguien deslumbró mucho a aquella negrita niña del
asilo. Y desde entonces nunca olvidó la seducción
de la poesía y de la belleza de aquella mujer inalcanzable.
Juana de Ibarbourou visitaba el asilo Dámaso Antonio Larrañaga.
Integraba una comisión de beneficiencia que colaboraba con
las huérfanas.
"La admiraba porque además de ser poetisa, era hermosa.
Se ponía vestidos justos y cortos para la época. Usaba
una melena, boinas verdes y zorros grises. Le comentaron en el asilo
que escribía versos y me preguntó si iba a ser poetisa
y yo le dije que no, que iba a ser bailarina. Ella se rió
y desde entonces preguntaba por la bailarina".
Desde entonces escribir poesía es uno de sus mayores placeres
y sus textos son fieles testimonios de su vida.
Dios es un barquero
Algo le sucedió estando en su casa. Creyó desde
siempre. Pero la revelación que no buscó la sorprendió.
Asociando sensualidad y el misticismo, desde entonces se mezclaron
más que nunca las plumas de la vedette y del ángel.
Escribir aquello fue un mandato. "El barquero del río
Jordán" narra en 130 páginas la Biblia en verso.
"Siempre tuve fe. Pero nunca había visto. No pedí
ver. Y a partir de eso empecé a escribir.Fue una forma de
interpretar la Biblia para niños."
Proyectando su espectáculo
Empeñada en promover la expresión de su raza,
actualmente también tiene entre manos la recolección
de fondos para financiar un espectáculo de primer nivel en
una sala teatral del centro. Ella sabe que es posible. Porque para
ello hace ya un par de años se presentó en un espectáculo
unipersonal en un teatro montevideano.
"Sin propaganda y sin nada quería saber si podía
largarme a hablar. Hablé una hora y media, recité,
canté y bailé. Entonces, con el permiso de Dios, este
año voy a hacer ese espectáculo que quiero. Yo preciso
solamente hablar con gente de teatro".
Pese a definirse como una artista profesional, define las llamadas
lubolas por su indisciplinamiento.
"Si fuera por nosotros y no viniera nadie, igual ibamos a
salir. Porque es un día al que le damos rienda suelta al
baile, a los tambores y al canto. Sería mejor si no hubiera
tanta disciplina. Por eso en parte nos dio un poco de bronca que
la oficializaran. La gente seguía a la comparsa por la que
hinchaba Entonces era una cosa de locos muy divertida. Ahora el
público está suspendido y cuando termina la llamada
no tiene tambores para bailar".
Escribe Susana Benítes
Autogestión vecinal
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