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La historia de Carlos Raposo, nacido en 1963, es sin duda una excepción a la regla. Mientras los futbolistas se desviven por competir y tener una oportunidad en el fútbol, Raposo hizo lo que quiso en los diferentes clubes que “jugó” para no jugar.
El negocio del fútbol —el capital— fue lo que lo llevó a tener una carrera de veinte años, dejando de lado su sueño, que era ser educador físico. Todo comenzó en su infancia. Carlos y su familia eran, como muchas otras familias de Brasil, humildes. Su madre lo obligaba, dice, a jugar al fútbol “para sustentar” a sus parientes.
“Yo comencé cuando era niño en Botafogo. Con diez años ya ganaba mucho más que toda mi familia. Mi madre me obligaba, me explotaba. Con el dinero que ganaba sustentaba a toda mi familia”, comenzó señalando en la entrevista que le hizo la radio española Ondacero.
Desde siempre Carlos mostró su desprecio hacia el fútbol. “Yo no quería jugar, yo quería estudiar y ser educador físico. Jugaba bien, pero también tenía apoyo de muchos jugadores con los que hice contacto y fui escalando en diferentes clubes. Con 16 años ya jugaba en México, en el Puebla. Yo firmé mi primer contrato porque mi madre vendió mi pase a un representante, entonces estaba obligado a ir donde este quería y no donde a mí me gustaba”.
Para no ser titular, ni siquiera entrar desde el banco, Raposo inventaba lesiones, apoyándose en la fragilidad de los clubes de esa época que no tenían “ni para realizar resonancias magnéticas”.
No siempre se pudo defender con el tema de las lesiones para no jugar. En esta oportunidad contó una estupenda anécdota de cómo zafó del ingreso al campo de juego cuando jugaba en el Fluminense.
“Te cuento una: la noche anterior había bebido hasta tarde, íbamos perdiendo 2 a 0 a los veinte del primer tiempo frente al Curitiba. El entrenador vino hasta mí, me encaró y me dijo que entraba, que iba a jugar. Yo le dije que no. La hinchada puteaba al entrenador porque quería que jugase. Entonces me paré, fui hasta las gradas y me peleé. El juez me echó. En el vestuario, antes que el entrenador me dijera algo, le dije: ‘Antes que nada, Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que tengo la posibilidad de tener otro no voy a permitir que ningún hincha lo insulte’. El entrenador me dio un beso en la frente y me renovó seis meses el contrato”, contó.
A pesar de haberse mantenido en el mundo futbolístico, Reposo mantuvo su idea de que el desprecio hacia este deporte se debía al rechazo que le producía el dinero. “Yo no quería estar en el mundo del fútbol; no veía que el dinero fuera para mí, le tenía asco”.
Carlos jugó durante dos décadas en diferentes clubes del mundo: estuvo en varios clubes de México y Estados Unidos, Ajaccio de Italia, Independiente de Avellaneda, y en su país vistió las camisetas del Vasco da Gama, Fluminense y Botafogo.
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