Contenido creado por María Noelia Farías
Entrevistas

"No hay venganza para 6 millones"

Entrevista a Mijael Gilad, sobreviviente de Auschwitz

"Cuando estuve frente a Eichmann, a un metro de él, él ya debajo de la horca, con la soga al cuello [...] no tuve ningún sentimiento de venganza. No existe la venganza", dijo Gilad, quien se desempeñó como oficial policial de investigación contra el juicio a Adolf Eichmann. Por Ana Jerozolimski.

15.04.2015 11:43

Lectura: 26'

2015-04-15T11:43:00-03:00
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Mijael Gilad (Goldman), sobreviviente de Auschwitz, fue uno de los pocos que presenciaron los últimos momentos de Adolf Eichmann, el encargado de la llamada "Solución final", decidida a exterminar a los judíos de Europa. Se desempeñó como oficial policial de investigación y asesor especial del fiscal Gideón Hausner durante el juicio al lugarteniente de Hitler en el cual se reveló súbitamente su historia personal.

Gilad nos recibe en su departamento, permitiéndonos así oír sobre un capítulo dramático en la historia del pueblo judío. Habla con firmeza, con conocimiento de causa y cada tanto, con lágrimas en los ojos.

¿Cuál fue, a su criterio, la importancia del juicio a Adolf Eichmann?

El juicio fue un evento sumamente importante en la historia de mi vida, aunque cuando fui incorporado al equipo de trabajo no imaginé que con el correr de los años sería cada vez más actual y que se convertiría en algo comentado no sólo en Israel sino en todo el mundo. El juicio a Eichmann en Jerusalén se convirtió en el juicio de Nüremberg del pueblo judío. Recordemos que en los juicios de Nürenberg si bien se mencionó la aniquilación de los judíos de Europa, ese no era el tema más importante mencionado, aunque sí apareció en más detalle que lo que los nazis hicieron a otros pueblos de Europa, quizás con la excepción de los gitanos.
El juicio a Eichmann fue el proceso a través del cual el mundo entero se enteró en detalle de lo que había sucedido. Pero más que nada, fue el medio por el cual los jóvenes israelíes de entonces, aquellos que vivían en ese momento en Israel y que habían nacido después de la Shoá, tomaron contacto directo con el Holocausto. Creo que esa es la importancia central.

¿Cree que el juicio alcanzó su objetivo en lo relacionado a la importancia de su dimensión educativa?

Sí, pero también hay que tener presente la dimensión histórica. Lo necesario no era solamente educar a los jóvenes sobre lo que había sucedido sino también conocer la dimensión de lo ocurrido y el porqué. Claro que eso del porqué no era por algo que los judíos hubieran hecho sino porque había una determinada ideología nazi que llamaba a exterminarlos como raza. Pero la importancia histórica del juicio radica en el hecho de que hizo a la gente tomar conciencia acerca de la Shoá. También mostró qué es lo que el mundo no hizo para impedir una catástrofe así, que en principio puede pasarle también a otros pueblos. Y enseñó cómo hay que proceder para garantizar que algo así no nos vuelva a ocurrir en el futuro.

Usted no era un oficial más en el equipo; sobrevivió el Holocausto y pasó mucho junto a su familia durante la Shoá. ¿Se mezclaba esa vivencia personal con la conciencia y casi diría la responsabilidad que tenía sobre sus hombros a nivel nacional; creo que podemos decir en nombre del pueblo de Israel en general? Todo iba más allá de su historia personal...

Indudablemente. Ante todo, creo que es importante mencionar que el trabajo que iba a emprender en ese juicio era totalmente diferente de todo lo que se hacía en la policía de Israel, de todo lo que yo había hecho durante años como oficial de investigación. Era sin duda algo fuera de lo común. Sentíamos que estábamos haciendo algo quizás sin igual en la historia. No pensábamos que nunca más en el futuro lograríamos capturar a un criminal de guerra de la talla de Adolf Eichmann. Cuando comenzamos a investigar, quedamos estupefactos al comprobar la envergadura del material.

Y eso que usted estaba a cargo de solamente una de las siete partes del material de investigación...

Así es. Era, en realidad, la parte más grande. Se refería al asesinato de los judíos en Polonia, en los países bálticos, en los territorios ocupados por los nazis en la Unión Soviética y en los campos de exterminio. Recordemos, por ejemplo, que los judíos de Francia, Bélgica y Holanda fueron enviados a los campos de exterminio en trenes que llegaban a Polonia. O sea que el asesinato en masa, lo peor, la matanza cruel misma, fue en esos territorios: Polonia, Ucrania, Lituania, Estonia, en la zona del Gobernador General... y todo eso estaba bajo mi jurisdicción. Tenía que juntar las pruebas sobre la envergadura de los asesinatos en lo relevante a Eichmann, pero no sólo en lo estrictamente relacionado a él.

¿A qué se refiere?

Por ejemplo, juntamos material sobre el Gueto de Varsovia. Eichmann no tenía a su cargo el gueto pero sí era responsable por la situación que existía en él debido a que todas las expulsiones de judíos de afuera hacia el gueto, que incidían directamente sobre la vida en el lugar, sí eran obra suya. Y la cantidad de gente que había influía en el hambre o en las enfermedades. También en las deportaciones desde el Gueto de Varsovia hacia los campamentos de exterminio. Al juntar el material sobre él, no podíamos limitarnos a sus acciones directas sino que debíamos dedicarnos también a temas en los cuales él había sido uno de los factores determinantes. La dimensión del material era impresionante.

Imagino que aquí la gran dificultad iba mucho más allá de todo lo que abarcaba la cantidad de material. Y supongo que incluso para usted, que pasó la Shoá, haber entrado en todos los detalles de cómo una persona es capaz de hacer lo que Eichmann hizo, habrá sido un desafío poco común. Esto no era una simple investigación de asesinato...

Así es... Por ejemplo, no teníamos que demostrar que una carta determinada que recibimos de un archivo, firmada por él, llevaba realmente su firma. Él confirmó que era su firma. Pero dijo que le habían ordenado firmarla.

Siempre decía que había cumplido órdenes...

Por supuesto. Esquivaba la responsabilidad directa. Él no podía, por ejemplo, desmentir que cuando estaba en Hungría tenía a su cargo el transporte de 450.000 judíos a Auschwitz, ya que era el responsable, junto a los húngaros, de la unidad que se encargaba de eso. Ello significa que toda la investigación era diferente de algo común y corriente.

Pero además, ustedes debían conocer al dedillo, seguramente, cómo funcionaba toda la maquinaria nazi ¿verdad?

Así es. Teníamos que estudiar la ideología nazi, leer los Protocolos del Juicio Nüremberg, aprender cómo funcionaba el mecanismo de las SS, uno de cuyos departamentos era el cuartel de la Gestapo en la Dirección central de la SS en Berlín. Dentro de ese departamento, el Sub Departamento de Asuntos Judíos, estaba encabezado por Eichmann. Era imprescindible saber todo eso para saber qué preguntar y cómo preguntar. Nada de esto se asemejaba a investigaciones criminales de cualquier cuerpo policial.

Y todo dentro de parámetros e instrucciones muy claras acerca de cómo usted y sus colegas en la investigación debían comportarse con Eichmann...

Así es. Las instrucciones eran sumamente estrictas respecto a cómo hablarle, cómo actuar con él, para que luego, en el juicio, no tenga elemento alguno para alegar que lo presionaron. Quien estaba siempre con Eichmann, un amigo personal mío, el Capitán Avner Less, era nacido en Berlín. No era en realidad un oficial de Investigación, sino más que nada de Inteligencia. Él le hacía preguntas todos los días, Eichmann respondía y todo quedaba grabado; luego lo transcribían; al día siguiente le mostraban el protocolo; él podía leer todo, corregir y hasta borrar y agregar, y finalmente firmar. O sea que el trato que recibió fue más que correcto. Se lo trató con la delicadeza con que se trata a un huevo para que no se rompa.

Demasiado delicadamente... entiendo que esa es su opinión...

Sí, demasiado. Además. Avner Less no lo investigaba en profundidad, sino que se quedaba con sus respuestas. Yo considero que aún en el marco de las instrucciones existentes, se podía haber hecho otras cosas. O sea, sin necesidad de decirle que miente y que está engañando, se le podía decir que lo que está diciendo ahora, contradice lo que está escrito en tal y tal documento suyo. Se podía haber sido más estricto sin violar el marco de instrucciones. No se hizo. Creo que en gran medida, eso se debió a que el investigador mismo era demasiado caballero.

Usted también lo interrogó personalmente ¿verdad?

Sí, me reuní con él varias veces, cuando necesitaba detalles concretos sobre algo determinado, más allá de lo que había dicho sobre un tema particular.

¿Qué sintió la primera vez que tuvo a ese monstruo frente a usted?

Yo no conocí el nombre de Eichmann durante la Shoá. No creo que ninguno de los sobrevivientes, nadie que no haya estado en Berlín cuando Eichmann creó allí el Centro de Emigración, en 1938-39, o que no haya estado en Hungría cuando él estuvo allí, pueda haber oído el nombre de Eichmann o haberlo visto en distintos guetos o campos. Pero cuando vi por primera vez su foto con el uniforme de la SS, tuve presente que él era el quinto en la jerarquía nazi, después de Hitler. Luego de Hitler estaba el jefe de la SS Heinrich Himmler, luego Ernst Kaltenbrunner y Heydrich, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, luego Heinrich Müiller, que era el jefe de la Gestapo y en el quinto lugar Adolf Eichmann, jefe del Departamento de Asuntos Judíos, que tenía a su cargo la «Solución final del problema judío» en Europa, o sea su exterminio físico. Aunque su rango de Teniente Coronel en la SS no era el más alto, había generales en la SS que le temían. Él, de hecho, era el que decidía todo en lo relacionado a los judíos que se encontraban en los territorios controlados por los nazis o vinculados con Alemania nazi.

Y volviendo a la pregunta original. Cuando lo vi personalmente por primera vez vi frente a mí una criatura humana; era una persona, un monstruo, pero una persona al fin con aspecto de desgraciado, lo que llamaríamos en idish «nébej», como consumido, disciplinado, que no osaba ni sentarse si uno no le había dicho antes que puede hacerlo, diciendo para cada cosa «a sus órdenes».

Eso inspiraba seguramente más repugnancia todavía...

Sí... y yo me preguntaba: Dios mío ¿este es el hombre que me mandó a Auschwitz? ¿Este es el hombre que mandó a mis padres al campamento de exterminio en Belzetz? ¿Este es el hombre que se oponía a las selecciones en Auschwitz?

¿Qué significa que se oponía a las «selecciones»?

Él visitaba Auscwhitz cada tanto. Rudolf Hess, no el vice de Hitler sino otro, el comandante de Auschwitz, atestiguó en el juicio que se le hizo en Polonia (tras el cual fue llevado a la horca dentro de Auschwitz, y la horca se ve allí también hoy), que en 1943, en una de esas visitas al campo, Eichmann le preguntó por qué hacía «selektzia». «Yo le mando a la gente para que usted ejecute el plan, pero usted selecciona. ¿Para qué introduce gente en el campo? Alguno puede luego quedar vivo y vengarse de nosotros», le dijo Eichmann, según contó Hess.

Usted mismo pasó una «selektzia»...

Es verdad. Yo pasé la «selektzia», quedé con vida y no digo que me vengué de Eichmann, pero sí estuve frente a él cuando lo colgaron.

 

Entre el dolor y la venganza

Recuerdo que el ex Gran Rabino Israel Meir Lau, sobreviviente de Buchenwald, contó que en una visita a uno de los campos, vio las marcas dejadas en una pared, hechas al parecer con las uñas, de alguien que escribió: «Nekume», en idish, venganza. Y agregó que la venganza era haber podido volver allí, vivo, como Rabino Jefe de Israel. ¿Dónde está la venganza en el léxico judío? ¿Cómo tiene que aparecer ese concepto en la terminología de los sobrevivientes?

Yo no creo que el concepto de «venganza» exista siquiera en algo de la envergadura de la Shoá. No existe la venganza. No hay venganza para los seis millones. Cuando estuve frente a Eichmann, a un metro de él, él ya debajo de la horca, con la soga al cuello, y cuando dos policías apretaron dos botones, el piso se abrió debajo de sus pies y él cayó, no tuve ningún sentimiento de venganza. No existe la venganza. Tampoco estoy de acuerdo con quienes dicen que el Estado de Israel es la venganza por la Shoá. El Estado de Israel podía haberse establecido también sin la Shoa.

Escuché en más de una ocasión al Profesor Yehuda Bauer, experto en la Shoá, diciendo que lo exasperan los políticos que en los actos de Iom Hashoá dicen que el Estado de Israel fue creado debido a la Shoá, ya que los hechos históricos indican que lo que la Shoá hizo fue demorar la creación de Israel, dado que numerosos judíos pensaban emprender el camino hacia la tierra de Israel, que hay pruebas de ello, y que con su presencia, se habría acelerado la fundación del Estado...

Exactamente. La Shoá eliminó el gran reservorio del judaísmo de raíz, que habría podido aportar muchísimo al Estado de Israel. Yo digo que el Estado de Israel se creó a pesar de la Shoá, no debido a ella. O sea que ni Israel es la venganza por ello. Yo digo que la venganza por lo que se nos hizo en la Shoá, no existe. Y algo más: sólo Dios puede tomar venganza. Está en sus manos.

¿Qué le pasaba por la mente en esos momentos, cuando Eichmann ya estaba en la horca?

Recuerdo que allí, junto a la horca, había también un sacerdote, el Reverendo Hall. Él le decía a Eichmann todo el tiempo que diga Jesús, que diga Jesús. Pero Eichmann había rehusado confesarse con él. Y cuando, antes de morir, dijo: «Viva Alemania, Viva Argentina, Viva Austria», agregó: «Yo creía en Dios y muero con mi fe en Dios». Y yo pensé: Dios mío, este asesino en masa ¿en qué dios creía? ¿Cuál era su dios? En determinado momento, pensé preguntárselo, pero la disciplina era estricta, y no abrí la boca.

Una pregunta que quedó sin respuesta... ¿Quién era su dios? Y usted presenció esos últimos momentos...

Sí, allí estaba yo. Eichmann fue colgado unos minutos pasada la medianoche entre el 30 de mayo y el 1.º de junio de 1962. Era una noche oscura, con niebla. Cuando la guardia policial bajó su cuerpo en una camilla al patio de la cárcel para llevarlo a incineración, íbamos junto a la cerca, alumbrando el camino con linternas. Mientras caminaba, en un momento pensé: «Como en Auschwitz». Pero luego me dije: No mi Auschwitz, sino el de él. Recuerdo claramente esa asociación. Pero no sé si puedo decir que fue una satisfacción. Él asesinó a millones. No se lo podía colgar seis millones de veces. Él recibió su castigo; lo que se podía dar como castigo a un ser humano por haber cometido genocidio. ¿Pero qué satisfacción se podía sentir por haber logrado traer a Israel, en todos esos años, a un sólo criminal nazi para ser juzgado y recibir su castigo? Tampoco desde entonces trajimos a ningún otro criminal nazi, salvo Demjanjuk, al que ni siquiera nosotros trajimos sino que nos lo mandaron de Estados Unidos. Y finalmente fue absuelto por «falta de pruebas».

Israel trajo a juicio sólo a Eichmann y a Demjanjuk, aunque este último, como ya dijimos, terminó mal. Cabe suponer que parte de la explicación radica en cierta renuencia del Estado a entrar en todo este tema. ¿Usted puede entenderlo?

No, en absoluto. Se dijo que Israel estaba ocupado fortaleciéndose, estabilizando su economía... Excusas, todas excusas. El Estado de Israel tenía la obligación de traer a criminales nazis a juicio, de hacer todo para lograrlo. Y diré más todavía: si no lograba traerlos a juicio, debía buscar la forma de eliminarlos de alguna forma.

Finalmente se trajo a Eichmann, secuestrado en Buenos Aires, donde vivía bajo una identidad falsa. Argentina, por supuesto, protestó oficialmente. ¿Cree que extraoficialmente podía entender el porqué?

No. Si hubieran descubierto a Eichmann y hubieran pedido a Argentina su extradición, en ese momento los argentinos se habrían negado. Creo que incluso le habrían permitido huir de forma que no puedan encontrarlo, exactamente tal cual sucedió con otro oficial de la SS, Joseph Schwamberger - el que me dio los 80 azotes-. Cuando Alemania descubrió su dirección, se dirigió a las autoridades argentinas y lo que sucedió fue que de la policía local alguien se encargó de avisarle a él y logró escaparse. Llegó a Canadá. Tiempo después volvió a Argentina, el gobierno había cambiado y cuando Alemania volvió a pedir su extradición, esta vez sí lo extraditaron. Yo presté testimonio en el juicio en su contra, que fue en Stuttgart, Alemania. Fue condenado a cadena perpetua y murió en prisión a la edad de 91 años. Él confesó personalmente haber asesinado con sus propias manos, con disparos de su revólver, a por lo menos 300 judíos.

La historia personal

Hay quienes conocen sólo la película «El Azote 81»... No todos conocen su historia...

No me gusta hablar de eso. Yo fui sólo uno; uno de los pocos que sobrevivieron. No es un tema personal mío. De no ser por la intervención de uno de los testigos en el juicio a Eichmann, nadie se habría enterado de lo que me pasó, y yo me habría mantenido en silencio al respecto hasta el día de hoy.

Hace unos años ya hablamos de esto... ¿tiene fuerza de contármelo hoy aquí, más en detalle? El testigo que lo sacó al aire era un médico de su mismo ghetto...

Así es. Pero fue una coincidencia absoluta; increíble. Una mañana, estaba en la oficina del tribunal; el juicio ya había comenzado. Yo vestía, por supuesto, uniforme de oficial de policía. Se me acercó un hombre y me preguntó cuál es la oficina de Gideon Hausner, el fiscal. Le pregunté «¿Para qué necesita usted ver a Gideón Hausner?» y él me respondió: «Me invitaron hoy como testigo al juicio». Por su acento en hebreo, comprendí que ese hombre había llegado de Polonia, por lo cual le pregunté sobre qué tenía que prestar testimonio. Me respondió que sobre el Gueto Przemys. Yo también había estado en ese gueto. Le pregunté cómo se llama y me dijo «Mi nombre es Dr. Buzminsky». Le dije que no recordaba nadie con ese nombre en el Gueto Przemys. Él me dijo entonces que antes, su nombre era Diament. «¿Diament? ¿el dentista?», pregunté. Él respondió que sí y me preguntó cuál es mi nombre. Le dije: Goldman. «¿Goldman? Recuerdo un joven Goldman que recibió 80 azotes, pero luego contaron que había muerto». Y le dije: «No, no murió. Está aquí frente a usted, vivo».

Él, al oír esa respuesta, se dio media vuelta de inmediato y corrió a la oficina que le había indicado antes que era la de Hausner. Ni me imaginaba que le contaría a Gideón Hausner sobre mi historia. Más tarde, él comenzó en el juicio su testimonio relatando sobre el gueto. Contó cómo se había salvado de un transporte, cómo lo salvó una mujer polaca, con la que luego se casó. De repente Gideón Hausner le pregunta al médico: «¿Y usted recuerda el caso de un jovencito que recibió 80 azotes?». Yo ya me puse firme, prestando especial atención. El hombre siguió diciendo: «Yo, como médico, determiné claramente que luego de 50 azotes era imposible seguir viviendo. Pero ese joven quedó con vida». Y Hausner le preguntó: «¿Usted ve aquí a ese joven?».

Imagino sus nervios...

Yo estaba sentado petrificado. La sala estaba repleta de gente. Cuando Hausner hizo esa pregunta, las miradas de todos buscaban entre los presentes. Y el hombre dijo: «Es el oficial de policía que está sentado junto a usted». Hubo un impresionante murmullo de sorpresa. El juez Moshé Landau tuvo que golpear en la mesa con su martillo y yo oía y veía todo, sin moverme. La verdad es que no recuerdo qué sentí en ese momento, pero sí me acuerdo que estaba petrificado.

De repente, lo sorprenden a usted contando públicamente una historia personal muy suya, cuando estaba allí cumpliendo una misión oficial, en nombre del Estado, por un sufrimiento que iba mucho más allá del suyo propio...

Justamente... Luego del intervalo, se me acercó Gideon Hausner con un reproche justificado preguntando por qué no le había contado nada sobre mi caso. Yo había estado pegado a él, día y noche, durante cuatro meses, trabajando a su lado; en la preparación del juicio y en el juicio mismo; me quedaba a dormir en un hotel de Jerusalén toda la semana y volvía a casa recién para el shabat. Por la noche, ya terminada la jornada del juicio, Hausner y yo nos sentábamos a revisar todos los documentos, a revisar nuevamente qué iba a ver el día siguiente. Y me dijo: «Pasamos tanto tiempo trabajando juntos... y sobre usted mismo, nunca me contó nada». Le respondí que no cuento nada ya que años antes, cuando llegué a Israel como «inmigrante ilegal», en el marco de la «Aliá Bet», abrí una vez el corazón ante uno de los activistas que la organizaba y le conté entre otras cosas, también sobre ese incidente de los azotes; y vi en la expresión de su rostro que no me creía. El hombre, mientras hablaba conmigo, se dirigió a su esposa, en hebreo -olvidando que yo también hablaba hebreo - y le dijo: «Esta gente pasó tantas cosas duras que al final confunden la realidad con la fantasía. No puede ser que un joven de 17 años reciba 80 azotes y quede con vida».

Ese comentario fue el «azote 81»...

Así es. Yo me dije: sepulto esa historia y no hablo de eso nunca más. Cuando terminó aquella sesión del juicio en la que se reveló públicamente mi caso, no recuerdo si fue Jaim Guri -el poeta, que cubría el juicio a Eichmann como periodista- o «Antek» Tzuckerman, el sobreviviente, que había sido uno de los líderes de la rebelión del ghetto de Varsovia, uno de ellos, cuando yo expliqué por qué no había contado nada, me dijo: «Ese fue tu azote 81». Pero no sólo mi azote 81. Todo sobreviviente de la Shoá que llegó a Israel pasó por esa situación. Es verdad que era difícil creer que seres humanos hayan vivido lo que vivimos. ¿Pero cómo creían que estábamos inventando?


El enfoque de los israelíes

Ese enfoque cambió recién después del juicio a Eichmann ¿verdad?

Así es. Recién después del juicio.

A cualquier ser humano promedio le cuesta creer que cosas así puedan ser ciertas. No son algo que una mente normal puede captar. Pero acá, quizás se agregaba el hecho de que chocaban frontalmente con la imagen del «nuevo judío», el «nuevo israelí», que se defendía solo. ¿Cree que hay de fondo una explicación sicológica ligada a ello?

Creo que es una sensación de superioridad: «Yo soy combatiente, héroe, pionero». La otra cara, decían, era que los judíos de Europa se dejaron llevar como rebaño al matadero. ¿Nosotros nos dejamos llevar a la muerte como rebaño? ¡Esa es una gran mentira; no hay mayor mentira! Luego, en la guerra de Yom Kipur, cuando vimos todos las imágenes de soldados de Tzáhal con las manos en alto, en camino al cautiverio, todos entendieron que uno puede ser héroe o no, dependiendo de la situación.

Cuando te dicen que vas en un tren a un lugar nuevo en el que te asentarás y que luego vendrá toda la familia a sumarse -como me dijo mi padre antes de entrar al tren- y nadie se puede imaginar siquiera que van directo a su muerte, ¿eso significa que fueron como rebaño a la muerte? El tren que llegaba a Auschwitz entraba directamente al campamento. Alrededor ya había alambres de púa electrificados. Y cuando nos bajaron, en la rampa, antes de la selektzia, no sabíamos nada sobre lo que pasaba. Era noviembre, duro otoño, y estábamos descalzos y sin abrigo. Estábamos todos en shock. Yo no tenía todavía 18 años. ¿Que fuimos como rebaño? ¿Quién fue? Nos llevaron. Millones de soldados soviéticos, combatientes de un ejército grande y fuerte, fueron llevados a los campamentos, y no hubo entre ellos ningún levantamiento.

Alguien me preguntó por qué no me vine antes a Israel. Yo tenía 14 años cuando estalló la guerra. ¿Acaso la situación en Israel era tal que podían llegar multitudes de judíos de la diáspora así nomás? Los que querían llegar se topaban con las limitaciones británicas de mil certificados por mes. Sólo en Polonia había 3 millones y medio de judíos. Tomemos en cuenta cuánto tiempo tenía que esperar la gente para conseguir el certificado; y alguien en Israel debía comprometerse a garantizar la manutención de quien lo recibía. Así era en la época del Mandato británico. ¿Por qué entonces la gente acá hablaba como hablaba? Daban a entender que los pioneros eran más y nosotros menos, que nos dejamos matar. Eso dolió; dolió mucho. ¿Pero acaso podíamos rebelarnos ante esas habladurías? Cada uno decidió cerrarse, preocuparse por su vida, y gradualmente fue saliendo adelante.

Hoy el trato es diferente ¿verdad?

Sí. Hoy es totalmente diferente. Pero hay algo que sigue molestándome. Oímos cada tanto en los informativos que hablan de la necesidad de ayudar a los sobrevivientes de la Shoá como pobrecitos que necesitan asistencia. Yo me opongo a ello. No somos unos pobrecitos. Hay gente de avanzada edad que está sola, enferma, que además es sobreviviente de la Shoá y que necesita ayuda. Hay que ayudarlos, así como hay que ayudar a todo anciano que no se las puede arreglar solo. Pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que son sobrevivientes de la Shoá. Convirtieron a esa gente en pobrecitos en potencia.


Entre la misión oficial y el recuerdo personal

En el juicio a Eichmann, usted estaba en misión oficial. Por todo lo que ya contó aquí, está claro que no quería entrar en su historia personal. Pero en su fuero íntimo, seguramente no podía olvidar lo que le había pasado personalmente, lo que su familia vivió...

Por supuesto. Había días en los que leyendo los documentos, escuchando los testimonios de los testigos - que revisábamos antes del juicio para decidir si cada uno sería capaz, física y emocionalmente, de estar frente al asesino y contar su historia - sentía que vivía la Shoá nuevamente. Recuerdo especialmente la historia de una mujer, Rivka Yosilevski, que contó que llevaron a toda la aldea a pozos cavados y empezaron a disparar. Ella tenía una niña en brazos. El nazi le preguntó a quién disparar primero y ella no respondió. Disparó a la niña y cayó en la fosa. Luego le disparó a ella, pero la bala le pegó en el hombro. Ella cayó y más tarde, logró salir del pozo. Estaba desnuda, como todos. Un hombre, no judío, que pasó, la encontró. Ella nos contó eso antes del juicio, en su casa. Y yo casi me desmayo.

Y no era por cierto el único caso. Nosotros revisábamos todos los testimonios y decidíamos cuáles eran relevantes para el juicio. Leímos muchísimos que ya estaban registrados en Yad Vashem. En total se presentaron en el juicio 110 testigos. Lo sentíamos como una misión especial, que queríamos llevar a cabo intentando no traumarnos. Queríamos intentar mantener una apariencia firme y tranquila. Pero todo iba por dentro. Cuando terminaba la semana de trabajo, antes de viajar a casa, nos llevaban al bosque a juntar hongos para airearnos y desconectarnos un poco.

El juicio tuvo una gran importancia. Pero a veces, aun de grandes hechos históricos, se recuerdan algunos detalles que se convierten en símbolos. Creo que de aquí, lo más fuerte, que más ha quedado en la memoria colectiva, fue lo que dijo Gideon Hausner, el fiscal: «No estoy aquí solo. Conmigo, a mi lado, hay seis millones de fiscales»...

Es verdad. Esa frase ha quedado grabada en la historia del pueblo judío. Gideón Hausner fue el arquitecto del juicio, acompañado por su equipo de trabajo.

¿Hubo algo en el juicio mismo, en el proceso que usted tuvo que vivir en relación a ese juicio, que le haya quedado grabado en especial?

Quizás te rías cuando te lo diga, pero es algo que a mí me chocó mucho. Durante el juicio, pasamos en más de una oportunidad películas filmadas por los propios nazis. En determinada instancia, íbamos a pasar una película nazi en la que ellos habían documentado ejecuciones en masa que hacían. Eran películas terribles. Le avisamos a Eichmann al respecto y él preguntó si iba a haber periodistas presentes, y dijo que si hay prensa, él no está dispuesto a estar en la sala del juicio a menos que pueda ponerse su corbata. ¡Las películas eran sobre las ejecuciones en masa, cosas terribles, y a él le preocupaba si lo iban a ver sin corbata! Se veía a la gente al borde de la fosa, les disparaban y caían... y yo lo miraba a él mientras ese material documental aparecía en la pantalla... y sabía claramente que él conocía esas cosas. ¡Si él estuvo en todos lados! Había estado en Babi Yar, en Sobibor, Treblinka, Auschwitz, en Riga, Lebow. No «recordaba» lo que había visto en ese campo terrible, pero sí recordaba qué salchichas había comido en la estación de tren de Lebow. Todo lo que podía inculparlo, no lo recordaba.

Era parte de su línea de defensa...

Por supuesto. Su argumento constante era que sólo cumplía órdenes, que cuando le decían que firme una carta él firmaba, que cuando le decían escribir escribía. Todo por órdenes, porque había jurado fidelidad a Hitler y así debía comportarse. Pero nosotros sabíamos que todo eso no era cierto, porque él mismo tomaba la iniciativa de buscar judíos para enviarlos a la muerte. Eichmann hacía un esfuerzo personal para tratar de garantizar que no quede ni un judío con vida. Hizo un esfuerzo especial para ubicar a una mujer italiana que estaba en el ghetto Riga, porque los italianos querían encontrarla y devolverla a Italia. Y él se preocupó especialmente de ubicarla, ejecutarla y decir luego a los italianos que había muerto por una dolencia cardíaca.

¿Y nunca se arrepintió?

Dos años antes de que nosotros lo capturemos en Argentina, Eichmann dio una entrevista a un nazi, que le preguntó si hay algo de lo que se lamenta. Él respondió: «Sí, lamento no haber logrado traer más enemigos del Tercer Reich a la solución final».