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Navegaciones

Navegaciones: la columna de Esteban Valenti

El enemigo es la indiferencia

No se refugien en cánticos pasados de moda ni en consignas viejas, en este tiempo, el principal enemigo de la izquierda es la indiferencia. Por Esteban Valenti.

17.04.2018 13:29

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2018-04-17T13:29:00-03:00
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No busquen épica en sus enemigos, no traten de recrear la aventura política con las máximas tensiones ideales y morales, no se refugien en cánticos pasados de moda o en consignas viejas, ahora, en este tiempo, el principal enemigo de la izquierda y, en cierta manera de la política uruguaya, es la indiferencia.

No es un enemigo consistente, bien pertrechado, animoso, es la flacidez de los que cada vez les interesa menos la política y todos sus alrededores. Les resbalan los discursos, los programas, los gestos tradicionales o pretendidamente novedosos de nuestros políticos.

Están en todos lados, aunque predominan entre los jóvenes. Socialmente son una franja que cruza casi toda la sociedad. Solo en algunos reductos envejecidos y con los reflejos condicionados de siempre quedan personas aferradas a posiciones firmes y casi inamovibles.

¿Cómo hacer para convocar a las tropas, a los votantes cuando están navegando otras aguas y ni siquiera les interesa mucho los puertos a disposición? Los han bautizado con todos los nombres, pero son inasibles, escurridizos, sus definiciones o la falta de definiciones tienen que ver con muchas causas diferentes y sobrepuestas, combinadas de las más diversas maneras.

Las encuestas los registran mal, de forma tradicional, No sabe/No contesta, cuando en realidad, saben lo que no quieren y no contestan lo que no les interesa. Ojo, no confundamos, son indiferentes hacia nosotros, ellos construyen como en todos los tiempos sus propios sueños, aunque hoy sean mucho más terrestres y menos ambiciosos.

Los líderes tradicionales de todos los partidos tienen la remota esperanza de que llegado el momento la ley de obligatoriedad del voto, la triste balanza de elegir el menos malo, los salvará del papelonazo.

Muchos se consuelan mirando hacia otras latitudes donde hordas de derechistas reavivados por el racismo, por la xenofobia y por los viejos cánticos de la ultra derecha y el pancismo marchan hacia los palacios del poder. Aquí todavía se navega en aguas relativamente calmas.

Los especialistas de todas las disciplinas conexas e inconexas convocan hasta la afonía a renovar las generaciones, otros consideran que es un problema de sexo, o de género, pero las alternativas joviales o sexuales no aparecen. Ni con la mayor imaginación sobre la discriminación positiva se avizoran líderes, o al menos dirigentes.

Desde el poder supremo o departamental se apela a los mismos gestos reiterados que hace décadas dieron algún resultado y que han sido barridos por años de herrumbre en los resortes de esos mismos poderes. Ya no hay aventura, más que conseguirse un lugarcito bajo el tenue sol de un empleo bien remunerado.

Y los empleos bien remunerados convocan necesariamente a las tropas de los ciudadanos que su máximo apetito es un trocito de poder desabrido. No hay manera de salarlo, de darle gusto.

Todo eso mientras el resto del mundo - aún en este país donde las filas para los empleos públicos, tranquilos seguros, calentitos son interminables - se llena de otras aventuras, no solo laborales, sino culturales, viajeras, inventivas, creadoras, artísticas o alocadas. Como siempre, cuando el mundo se hace más gris, hay gente que se arma de colores y acomete todos los días.

Nos llenamos de normas, de leyes, de prohibiciones, de calles flechadas en un solo sentido y que se chocan entre sí y nos faltan espacios libres. Nos quieren imponer la resignación de la inseguridad, de la educación donde todo va bien, como decía "madame la Marquise", de la pobreza que efectivamente ha bajado como nunca, pero ha dejado del otro lado a uno de cada 6 pibes menores de 16 años, esos son los que antes de cumplir los 21 años se matan, nos matan, se disputan el dominio de las bandas. Pero es políticamente incorrecto decirlo, porque el PADO vigila y algunos cementaron un pobre discurso sin otro fundamento que la cantinela de la defensa de las jóvenes. Aunque después terminen amontonados en "hogares" infernales o tirados en alguna cuneta.

La política no tiene discurso, está más pobre de ideas que cuando afrontamos la noche de la tiranía, allí siempre nos quedaba la heroica resistencia en las calles, las cárceles, el mundo disperso y ajeno y nuestras cabezas.

Allí es donde la indiferencia es más notoria. No solo en los corazones, en las almas, sino en nuestras cabezas. Ideas hay miles, innovación a montones, seminarios y talleres son legión, lo que faltan son ideas políticas, ideas que remuevan las cabezas de los políticos sobre todo y en primer lugar sobre cómo construir juntos y enfrentados una Nación de este nuevo siglo.

No se han inventado facultades, escuelas, politécnicos que forjen esas ideas.

Por Esteban Valenti